El Minutario
30 de mayo
Hay en YouTube un breve film en el que se observa a Octavio Paz y a Julio Cortázar realizando una frenética danza. Están en Nueva Delhi, rodeados por un montón de niños y adultos en un jardín soleado (que debe ser el de la embajada), y la fecha debe ser 1965. Seguramente la fiesta obedece a algún ritual, pues Paz tiene la frente pintada de rojo. En algún momento, los hindúes hacen una ronda alrededor del poeta, a quien se mira muy divertido. La idea que tiene Paz de la danza corresponde a un ritmo ya olvidado conocido como la yenka; la de Cortázar, más bien se identifica con la idea cubista de la coreografía. Es de lo más simpático. Obviamente está filmado (¿por quién?) cuando Paz era aún embajador ahí y los muchos hindúes que aparecen deberán ser los empleados de la embajada con sus hijos. ¿Quién será entre todos ellos el joven Hassan que, en “Efectos del bautismo”, cambia su nombre a Erik?
También aparecen en fracciones de segundo las esposas de ambos escritores: Marie-José Tramini y Aurora Bernárdez. Aurora, gran traductora y lectora, es una de las mujeres más asombrosas que he conocido. Hace un año, entregó con ejemplar desprendimiento al Centro Galego de Artes da Imaxe en La Coruña el archivo que heredó de su esposo con miles de documentos y fotografías (el Centro Galego, por cierto, acaba de publicar Ler imaxes. O arquivo fotográfico de Julio Cortázar). Una selección de imágenes y documentos provenientes de ese archivo se acaba de mostrar en la Maison de l’Amerique Latine y en el Instituto Cervantes de París. María Laura Avignolo, corresponsal del Clarín en esa ciudad, hace una crónica sabrosa del material exhibido. Se recoge en la eficiente página web dedicada a Cortázar. Cuando la reportera llega a la amistad entre Cortázar y Paz, escribe:
Octavio Paz lo admiraba. No hay más que hojear cualquiera de sus libros trasegados. Se conocieron en la India en los años sesenta, cuando Paz era embajador de su país y su relación no sufrió apenas altibajos. Paz le tenía a Cortázar en el panteón de los grandes, junto a Rulfo, Borges y Neruda, y Cortázar consideraba que Octavio Paz era “la estrella marinera de la poesía latinoamericana”. Así es que no es de extrañar que en su biblioteca se encuentre prácticamente todo, desde Libertad bajo palabra (1949) hasta algunos de los artículos publicados en la prensa en España, en los años ochenta. El mexicano le dedica así Los hijos de limo: “A Julio, más cerca que lejos, en un allá que es siempre aquí, Octavio”. La confianza entre ambos le permitía escribir [a Cortázar] en la primera página de Águila o sol: “Es muy hermoso, Octavio, pero es un lenguaje del que hay que despedirse. Yo lo hice, al menos, con Estación de la mano”. El 2 de marzo de 1965, desde Delhi, le envía Paz el ensayo “La palabra edificante” “con la esperanza de verlo pronto, con la seguridad de leerlo siempre”. No hay más que hojear sus páginas amarillas y porosas teñidas de bolígrafo azul en los márgenes para saber lo mucho que le interesó a Cortázar. Un ejemplo: dice Paz “cuando la poesía de Cernuda era menospreciada en su patria y en el resto de Hispanoamérica…” (pag, 82). Y replica Cortázar: “Te equivocas. En esos años había algún argentino -muchos, creo- que veían en L. C. al más alto poeta español de su tiempo junto con Federico”. El arco y la lira lo cuajó Cortázar de NO en los márgenes con bolígrafo rojo. Otras veces un no le parece insuficiente y añade con fuerza: “Te bandeás, Octavio!”, o “Brillante, sí, ¿y qué? ¿dónde la salida, el tercer camino, la síntesis definitiva, el salto sintético?”, o “Es mucho peor de lo que dices, Octavio”, o “¡Más bien es al VERSE, Octavio!”. En la pág. 76 aclara Cortázar que, “al final de su vida, Ezra Pound hizo las paces con Whitman”, y, más adelante, cuando se lamenta Paz de que Unamuno hubiese ignorado el humor, salta Cortázar: “España, querido”…
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.