Al licenciado López Obrador –a quien le ha dado por considerarse el presidente de México—, le ha dado también por llamar los de cuello blanco a las malas personas que en su opinión agravian al pueblo abundante. Siempre que habla de los de cuello blanco se le llena la boca. Se trasluce su enorme deleite al emplear terminología científica. Es como esas personas que un buen día deciden que lo correcto es decir “un vaso con agua” y lo hacen a voz en cuello para que todos los demás reparen en su agudeza. López Obrador escuchó la expresión “cuello blanco” y es obvio que se enamoró a primera vista. Sería interesante saber de dónde la tomó, o más bien –en tanto que no lee más que la Biblia— quién se la sopló.
La expresión “cuello blanco” no existe en castellano. En inglés, white collar se emplea como tipificación desde 1880 (más o menos), cuando los asalariados que prestaban servicios al público detrás de un mostrador (en bancos, farmacias, correos), comenzaron a distinguirse por el empleo de esos cuellos almidonados y desmontables, que indicaban limpieza y sugerían integridad. El cuello blanco incluía otro ingrediente de relieve: no era azul. Esto era importante en los códigos del vestido, pues indicaba que el portador no ejercía un oficio cuya práctica supusiese sudar, como herrar caballos o cargar cosas.
“Para que se entienda bien –grita López Obrador de plaza en plaza—, ¡ellos son delincuentes de cuello blanco!” Curioso que en su idea de hacerse entender bien quepa algo que, para la gran mayoría de sus escuchas, no significa nada. ¿En qué pensarán? ¿A qué les suena? Y los que ahí, entre ellos, portan cuello blanco ¿se sentirán mal? No importa, igual aplauden.
Una vez en la plaza de Coyoacán lo escuché decir, refiriéndose a su derrota electoral, que la de Calderón había sido, “para que se entienda bien, una victoria pírrica”. Supongo que percibió que el entendimiento empeoraba, pues de inmediato explicó: “Se llaman victorias pírricas las que parece que alguien ganó, pero no, y se llaman así porque hubo un rey que se llamaba Pirri.” Todos aplaudieron. Ebrard, que estaba ahí, y se tapó discretamente la risa, puede corroborarlo.
Cada vez que dice los de cuello blanco, López Obrador comete anglicismo y agravia a nuestra hermosa lengua castellana, tan expresiva. Pero sobre todo agravia a millones de asalariados que es como se traduce la expresión white collared. ¿Por qué sus asesores e ideólogos no le dicen que al emplear “cuello blanco” como sinónimo de maldad les está faltando a los pobres asalariados?
También podrían explicarle que no debe referirse, como suele hacerlo, a los empleados como empleadillos, ni como achichincles. No sólo es políticamente incorrecto, sino contraproducente: la riqueza de un país depende de que haya muchos, muchísimos asalariados, empleados, empleadillos y achichincles.
Conozco a muchas personas que son asalariadas, o empleadillos o achichincles. Yo también lo soy. Me caen bien los empleadillos. Cervantes, Kafka, Borges, Eliot eran empleadillos. López Obrador, en cambio, es el patrón.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.