Todo esto sería cómico si no fuera trágico

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La cabellera de una nación

Un mes antes del once de septiembre, Lewis Lapham, editor de la revista Harper’s, publicó un ensayo que, a la luz de lo que ocurriría un mes más tarde, resultó profético. En “La Roma americana”, Lapham advertía de las lecciones que el ascenso y caída del imperio romano guardaba para Estados Unidos en la era de la unipolaridad. Naturalmente, Lapham concentró sus argumentos en la violencia con la que Washington ha conducido su política exterior durante buena parte de su historia. Según recuerdo, a Lapham le aterraban las consecuencias que su país podía enfrentar después de décadas de confiar no en la diplomacia inteligente sino en la peor versión del músculo militar. Pero el argumento de Lapham no quedaba ahí. En su texto, el editor de Harper’s no perdió la oportunidad de criticar la creciente superficialidad de la sociedad estadounidense (otra característica que Estados Unidos comparte con la Roma decadente).

Bastan un par de semanas en Estados Unidos para descubrir que, incluso después de los ataques del 2001 y las guerras en Afganistán e Irak, este país sigue enamorado de su frivolidad. Dos historias han dominado CNN, Fox News y MSNBC en los últimos días: la muerte Anna Nichole Smith –la voluptuosa modelo y actriz– y la no menos trascendente implosión de Britney Spears, cuyo corte de pelo a rape ha literalmente secuestrado revistas, periódicos y pantallas de televisión. Wolf Blitzer y Anderson Cooper, presentadores de CNN, han dedicado horas a los detalles de la muerte de Smith. Las noticias de la noche comienzan con la discusión, importantísima para nuestros tiempos, sobre la paternidad de la hija de la modelo. La odisea de Spears, con todo y tatuajes, pelucas y vómitos, ha merecido la misma atención.

Si la ignorancia y la frivolidad de una buena parte de los consumidores mediáticos estadounidenses fueran sólo un sano ejercicio del ocio, todo esto sería cómico. Por desgracia, el interminable debate sobre la vida de Smith y Spears es un síntoma de lo que tanto preocupaba a Lapham: ¿Qué tipo de criterio político puede tener una sociedad que, culturalmente, vive sólo de estas tonterías? Ninguno. ¿Cuál es la consecuencia de una sociedad trivial? La respuesta, por supuesto, tiene nombre y apellido. George W. Bush y su gobierno han sido el producto directo de la elección del 2000, en la que el electorado estadounidense prefirió al vaquero simpático e ignorante (“just one of the guys”) antes que a un hombre como Al Gore.

Lewis Lapham debe estar releyendo a Gibbon en este momento.

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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