Economías formal e informal son dos caras de una misma moneda: la del capitalismo en la globalización. Se complementan, se necesitan, se entremezclan. Si durante el siglo XX existían diferencias más o menos claras entre lo legal y lo ilegal, estas se han vuelto en las últimas décadas cada vez más difusas. El Estado ha socavado estos límites al tolerar el comercio informal debido a la gran cantidad de gente que encuentra en dicho sector un modo de sobrevivencia, pero también por los beneficios que obtiene gracias a la corrupción.
A partir de los años noventa la informalidad crece y se expande tanto que puede considerarse como una característica universal de las economías modernas. Es decir, no es un rasgo distintivo de los países pobres, sino un fenómeno que se hace cada vez más presente en los países desarrollados.
El hecho determinante de esta informalización creciente de la economía mundial es una tendencia hacia el abaratamiento de los costos de producción, en buena medida debido al abaratamiento de la mano de obra. Es decir, que se busca producir más y pagar menos a los trabajadores. China y otros países asiáticos se han constituido como los territorios donde puede operar este modelo tanto para las grandes marcas que proveen de artículos de lujo a una minoría como para los maquiladores de productos de imitación para el consumo de la gran mayoría (aunque a veces ambos se producen en la misma fábrica en distinto horario).
Dada esta hibridación, Carlos Alba, Gustavo Lins Ribeiro y Gordon Mathews, entre otros antropólogos, han preferido referirse a la economía informal como la globalización desde abajo que sucede simultáneamente –aunque no en oposición– a una globalización desde arriba. El volumen que toma su título de dicha expresión, publicado por el fce, examina cómo opera en concreto la informalidad en varias ciudades: São Paulo, Ciudad del Este, El Cairo, Hong Kong, Washington, D. C., Calcuta, Ciudad de México, Guadalajara y Ciudad Juárez.
No obstante su troquelado académico, se trata de un libro que está cercano a declararse explícitamente como un manifiesto apologético de la informalidad en sus formas más crudas, como la piratería y el ambulantaje, dado que a esta globalización desde abajo se le reconocen varias virtudes, especialmente que se basa en lazos sociales y formas de organización que implican relaciones personales de confianza, lealtad y reciprocidad.
Los autores coinciden en que se trata de un tipo de globalización, más humano o humanitario, por la cual, pese a todo, la mayoría de la población en el mundo puede acceder a una mejoría en su calidad de vida, sea porque le permite una fuente de empleo o por los productos que pone a su disposición a un costo mucho menor al de la economía formal.
Pero tampoco hay una idealización sobre sus actores. La globalización desde abajo es un proceso sin outsiders ni disidentes. Estos se sostienen por el corporativismo, las redes clientelares y la corrupción con la que lucran autoridades y los propios líderes del comercio informal.
“¿Cómo pueden esos comerciantes vender en lugares prohibidos y contravenir las leyes a plena luz del día?”, se pregunta Carlos Alba al estudiar a los líderes del ambulantaje en la Ciudad de México. Lo más interesante en este capítulo es que nos permite reconocer que la economía informal da empleo en su mayoría a mujeres, dos terceras partes de un universo de más de 420,000 trabajadores. Muchas de ellas son jefas de familia (madres solteras, viudas y divorciadas), pues difícilmente podrían obtener un empleo formal que les permitiera atender a sus hijos. Algo análogo sucede en otras ciudades del país, como en Ciudad Juárez, donde son mujeres quienes se dedican a pasar ropa usada de El Paso a Ciudad Juárez, la que terminará por venderse en los tianguis.
No extraña, por lo tanto, que los liderazgos de las asociaciones hayan sido ocupados por mujeres. Sin embargo, no basta con la corrupción. A cambio de lealtad una líder debe dar buenos resultados a sus agremiados: ser como una matriarca, garantizarles protección y estabilidad, regular los conflictos internos y ser hábil para negociar con las autoridades.
Esta lectura de la informalidad se vuelve pertinente e importante después de considerar la dimensión del fenómeno en México. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi), la tasa de personas que laboran en la economía informal es de 59.7%, casi seis de cada diez empleos en el país. Y, de acuerdo con publicaciones más recientes, el programa para incorporar a estos trabajadores al sector formal no ha dado buenos resultados. En este contexto, me pregunto qué tanta simpatía o identificación habrá obtenido el Chapo tan solo por haber hablado de sí mismo cuando niño, vendiendo panes, refrescos, naranjas o dulces –lo imagino con una charola afuera del Metro, más que en su rancho– como forma de sobrevivencia familiar. ~
Politólogo y comunicólogo. Se dedica a la consultoría, la docencia en educación superior y el periodismo.