Christopher Domínguez Michael
Octavio Paz dans son siècle
Traducción de Gersende Camenen
París, Gallimard, 2014, 430 pp.
Hay varios tipos de biografía. No es un género cerrado con reglas estrictas. Los ingleses la han practicado con un gran talento. Tienen la biografía de Boswell del doctor Johnson. Y, aunque no tienen Academia, una institución que sirve para coronar a cierto número de personas por lo demás más o menos dignas, tienen Life and Letters. Son biografías notables, muy bien escritas y documentadas y en general acompañadas por una antología de la correspondencia del personaje. En el siglo XX aparecieron en Inglaterra excelentes biografías: por ejemplo la biografía de Henry James que escribió Leon Edel, una obra maestra jamesiana.
Siempre me ha fascinado el género. No hay que olvidar que al principio de la cultura europea moderna, en el Renacimiento, uno de los medios que se tenían para celebrar a un gran personaje era escribir su biografía. En la República de las Letras, para ensalzar a los grandes hombres, a los que nos muestran el camino, se hace una biografía. La biografía se convierte en un medio de consagrar a los grandes hombres y lo que logra Octavio Paz en su siglo* es consagrar a Paz mejor aún de lo que lo hizo el Premio Nobel: es mucho más importante tener un gran biógrafo que ganar un gran premio.
Conocí a Octavio Paz, por desgracia, bastante tarde en su vida, pero estaba aún lleno de fuego. En la época de nuestro encuentro ya se había pasado al campo liberal. Yo colaboraba en esa época en Commentaires, y fue tal vez gracias a esa revista de Raymond Aron como lo conocí. O quizá lo conocí en otra circunstancia: un coloquio que él mismo había organizado en Barcelona sobre el estatus que tenían entonces las artes visuales, lo que en otros tiempos se denominaba las bellas artes. El término bellas artes ha desaparecido y ha sido reemplazado por el de “arte contemporáneo”: esa es la temática que él quería tratar en ese encuentro. Cenamos varias veces en el Barrio Chino, que se había modernizado y ya no era el de Jean Genet, y luego escuchamos a pintores españoles y a pintores catalanes quejarse de que su arte, aunque fuera un arte modernista y absolutamente vanguardista en su juventud, había sido de alguna manera seducido por un nuevo sistema, que tomaba de las artes tradicionales la palabra arte pero que lo había convertido en algo nuevo a fuerza de mercantilización. Paz había escrito un magnífico ensayo sobre Marcel Duchamp en el que se cuidaba mucho de asignarle cualquier genealogía en el sistema del arte contemporáneo. Sin embargo, pudimos ver que Paz no era en absoluto prisionero de su libro, del personaje de Duchamp o de la herencia pictórica del surrealismo. Siempre estaba planteándose nuevas preguntas, porque con el tiempo las corrientes artísticas podían transformarse en su contrario. Es decir, las vanguardias se convirtieron en el academicismo más cínico y por añadidura más feo. Ahora empiezan a aparecer, de una manera un poco clandestina en pequeñas editoriales, ensayos sobre lo bello, como si de repente nos hubiéramos dado cuenta de que la belleza no es amada en la tierra.
Cuando conocí a Paz yo estaba escribiendo Chateaubriand: poesía y terror. Ahora, al leer el libro de Christopher Domínguez Michael, pienso que se habría podido utilizar el subtítulo de mi libro para cifrar la vida de Paz. A fin de cuentas, ese fue el gran drama del siglo XX. Una gran parte de los escritores y los poetas –con los mejores pretextos, por cierto– dieron a veces el aval de su autoridad a regímenes de terror. Octavio Paz en su siglo es muy sutil en su construcción: no es solamente una biografía, es también un ensayo o una serie de ensayos que se entrecruzan y entrelazan. Es un ensayo político, un ensayo de historia política sobre la relación entre los diferentes regímenes de la primera mitad del siglo XX y lo que se denomina los intelectuales, que yo preferiría llamar los escritores, especialmente aquellos que menos esperaría uno en estas malas compañías: los poetas. El libro explica cómo Octavio Paz fue uno de los pocos y uno de los primeros en separarse de la fascinación por un sistema no solo autoritario sino totalitario, y cómo tuvo el valor de ir cada vez más lejos en el misterio de este fenómeno. Ese es uno de los filones más apasionantes de esta biografía.
Octavio Paz en su siglo es un retrato en movimiento: el hombre está ahí y uno no deja nunca de ver su generosidad. Basta con mirar las fotografías que se incluyen en el volumen para darse cuenta de que ese es uno de los rasgos profundos de su carácter. Era un hombre noble y por lo tanto un hombre generoso. Debo decir que me sedujo completamente su personalidad. Uno sentía que no estaba atado por nada. El prójimo le interesaba, le apasionaba. En su libro se ve claramente que su relación con otros escritores presentaba en ocasiones altibajos. No obstante, siempre trataba de reanudar la relación. Hay tal vez una o dos excepciones, pero en conjunto se puede ver que es alguien que a priori siempre piensa bien de los otros y que incluso cree que hay que olvidar ciertas cosas para no romper la amistad.
El caso de Paz es fascinante ya que sostuvo posiciones muy cambiantes, no porque él fuera cambiante sino porque la historia lo es. Lo que se podía ver desde cierto punto de vista en una determinada fecha más tarde ya no puede sostenerse. Eso es algo que se debe tener en cuenta, como lo hizo admirablemente el propio Paz en sus obras. Este libro tiene también la madera de una novela, en el sentido de que hay pasión. Incluye los dramas espantosos que toda vida tiene. Domínguez Michael hace un retrato muy preciso y equilibrado de Elena Garro: dice que era extraordinariamente capaz, una verdadera escritora. Pero vivir con un verdadero escritor no siempre es la mejor manera de vivir en calma. Tenemos aquí una imagen de esta pareja terrible y de la hija, que heredó el carácter de sus padres. El libro es una auténtica novela que ayuda a entender varias vetas muy bien desarrolladas. Un francés se siente a veces un poco perdido porque no conoce lo suficientemente bien la historia mexicana, pero eso no le impide decir que estamos ante un ensayo, apasionante y al mismo tiempo complejo, sobre la historia política de México.
Me planteo algunas preguntas. En primer lugar, Octavio Paz se interesó mucho por las bellas artes, fatalmente ya que era un gran admirador y amigo de André Breton. Me parece que esta dimensión de Paz, apasionado por todo lo concerniente a la pintura y a las artes en general, no aparece en este libro. Cuando lo conocí me di cuenta hasta qué punto era verdaderamente el heredero de Breton y cuánto le importaba el destino del arte de pintar. Este libro inscribe a Octavio Paz en la longue durée de México y él mismo, por otra parte, subrayó este elemento, ya que uno de sus libros más leídos en Francia es su ensayo sobre Sor Juana, que es un momento glorioso de la cultura mexicana pero también algo muy alejado de nuestras preocupaciones contemporáneas. Ahí podemos ver hasta qué punto este hombre tan moderno, tan atento al mínimo movimiento que indica en qué dirección se dirige el porvenir, era capaz de volver la vista hacia ese lejano pasado y hacerlo resurgir.
Al principio mencioné la República de las Letras. Esta república, fundada por Petrarca, no tenía ningún fundamento jurídico ni era una institución. El único vínculo social que la unía era la amistad: solo ella podía nutrir a esta organización que sin ser en lo absoluto clandestina se mostraba lo menos posible. No estábamos aún en el periodo de la publicidad exacerbada de los escritores y los artistas, pero no hay duda de que la amistad en el sentido antiguo del término, en el sentido ciceroniano, era la energía que sostenía una existencia tan frágil que el más pequeño tirano podía destruir y que al mismo tiempo le permitía rebasar fronteras, superar diferencias de confesión religiosa e incluso ciertos desacuerdos políticos. Las correspondencias de la República de las Letras son apasionantes precisamente porque en ellas vemos con claridad que podemos partir muy bien de este principio de la amistad, clasificar muy bien a los autores y entenderlos mejor por comparación. En el caso de Octavio Paz, Domínguez Michael muestra cómo en torno a él se fue formando poco a poco toda una comunidad, y cómo esta comunidad daba también garantías a otras comunidades y formaba efectivamente una moderna República de las Letras. ~
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Traducción de Arturo Gómez-Lamadrid.
* La edición francesa de Octavio Paz en su siglo es una versión abreviada del libro en español que Letras Libres reseñará el próximo número.