Las caras de la mentira. Hay mentiras tan egregias que hasta al mentiroso le cuesta aclararlas: ¿Cómo pudo Armstrong repetir mil veces que no era un tramposo mientras ganaba siete Tours dopado hasta las cejas? ¿Cómo pudo Colin Powell presentar un cúmulo de medias verdades y mentiras enteras ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para justificar una guerra? ¿Cómo pudo Pujol ocultar un fraude así durante 34 años mientras daba lecciones de ética? Pues pudieron. Coéquipiers, funcionarios torpes de la cia, consellers e incluso vástagos –de ellos cabe sospechar. ¿Pero de quien da la cara en público? Para nuestra sorpresa, también. Y el común de los mortales vuelve a refugiarse en las verdades eternas que no conviene olvidar: una sustancia marrón de textura pastosa y olor desagradable suele ser mierda, por insólito que sea el sitio en que aparezca.
Corruptio optimi pessima est. La generalizada antipatía que despertó la selección brasileña en el último Mundial fue redimida de modo brutal por la magnitud de su derrota en la semifinal ante Alemania. La impactante goleada recibida tuvo dos consecuencias positivas: expió por exceso el trauma del maracanazo de 1950 (una muy presentable derrota por 2 a 1) e hizo imposible el escarnio: por mal que jugara, Brasil, piedra angular del fútbol moderno, no merecía eso. Con Pujol, piedra angular de la Cataluña moderna, ha pasado lo mismo. La magnitud del personaje y el calibre de la derrota producen asombro y hasta temor de Dios, pero no alegría (aunque siempre hay excepciones). Una comisioncilla, un amiguismo probado, un préstamo demasiado favorable: algo de ese tipo, una corrupción sobrevenida, hubieran producido gran regocijo. Pero un pecado original mantenido y aumentado en el tiempo es cosa aparte. La definición cínica de estadista es que es aquel político con el que se está de acuerdo; Pujol alcanzó ese rango incluso entre muchos que discrepaban con él. Su caída en desgracia cuestiona una trayectoria extraordinaria. Es difícil no apiadarse de los pies de barro del gigante.
El oso del abrazo. Una versión muy extendida en Cataluña habla del abrazo del oso de erc. Así, ciu, para poder gobernar, está en manos del partido de Junqueras y se ve arrastrada al terreno independentista, donde, incapaz de desasirse, se ve obligada a bailar una música que ni le gusta ni le conviene. Pero cdc es el partido de Pujol (que no puede pasar a ser “exfundador”); Mas, el sucesor de Pujol; Oriol, el exdirigente procesado e hijo de Pujol… Cabe preguntarse quién es ahora el oso en ese abrazo, porque en nombre del procés erc debe aceptar bailar con un partido corrupto desde su génesis, y arriesgarse al desgaste electoral y de credibilidadque eso puede suponer. ¿Cuánto durará el baile? ¿Puede erc prescindir del catalanismo conservador que representa ciu sin que se resienta el procés? ¿A quién votará el electorado convergente desengañado?
Zoofilia en el Bernabéu. Una vez comprobado que el Juan Sebastián Elcano se dedica al narcotráfico, poco nos puede sorprender, pero hay que reconocer el sobresaliente empeño de la “casta” en legitimar este apelativo. A expensas de algún episodio de zoofilia que salpique al director delPrado o al delantero centro del Real Madrid, no queda institución ni magistratura incólume. Elefantes abatidos, magistrados alcoholizados, banqueros tramposos… El presidente del gobierno, cuyo partido tiene al tesorero en la cárcel, se reúne con el presidente de Cataluña, cuyo partido acaba depresenciar atónito la confesión de su fundador y líder moral de haber defraudado a Hacienda desde antes deser presidente. Más que de votaciones deberían haber hablado de estrategias de defensa. En Podemos deberían estar decepcionados, un 15% de los votos es poco: así no se las ponían ni a Felipe II.
Coda. En la rocambolesca declaración del 1 de agosto, para salvar a los nietos, el padre culpa al abuelo. Pero por previsor que fuera el bueno de Florenci Pujol, y por más que quisiera proteger a sus nietos del inconsciente de su padre, empeñado en dedicarse a la política, si las cantidades que han aparecido mencionadas son ciertas, hay algo que no es como nos dicen, y queda mucho por aclarar. Al fondo, reluce como en toda esta crisis la codicia. No vale un piso en el Eixample, hace falta un palacete en Pedralbes; las obras del artista vallisoletano se han de vender a sesenta veces su precio; no hay Lamborghinis de más, hay garajes pequeños. Y el ingenuo viandante se pregunta: ¿cuánto es suficiente? ~
Miguel Aguilar (Madrid, 1976) es director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House.