Las elecciones del 6 de junio demostraron que los partidos de oposición se encuentran vivos y que, contra lo que muchos asumían, no estaban en ruinas ni se habían esfumado del panorama político. Y no solamente están activos, sino que en su conjunto obtuvieron más de la mitad de los votos depositados por la ciudadanía para elegir diputados. El partido oficial, Morena, retrocedió significativamente en la Cámara de Diputados (perdió alrededor de medio centenar de curules) y sufrió muchas derrotas en la Ciudad de México y sus alrededores urbanos, donde la oposición avanzó significativamente. Fue un reflejo de que grandes porciones de la clase media están hartos y se sienten amenazados por la política cuatrotera.
Por otro lado, el partido oficial ganó la mayoría de las gubernaturas en juego. En los estados se produjo un significativo trasvase de la votación priista hacia Morena, continuando una tendencia que se manifestó en 2018. Fuera de la Ciudad de México y de los grandes centros urbanos, amplios sectores del viejo PRI se están reciclando como una fuerza populista adicta a López Obrador. En contraste, en el hogar tradicional de la izquierda, la Ciudad de México, muchos ciudadanos han reconocido que Morena no es una opción progresista y la han rechazado. Lo mismo ha ocurrido en Guadalajara y Monterrey. Morena se perfila como el partido del atraso, y podemos observar que va sustituyendo al PRI en muchos territorios que ahora ha ganado. El PRI corre el riesgo de continuar retrocediendo y alimentando al populismo, a menos que sea capaz de renovarse.
Ahora es más claro que estamos ante el poder impotente de un presidente cuya fuerza gira en el vacío, como lo expliqué en mi libro Regreso a la jaula. López Obrador ha sido incapaz de transformar el régimen político, pero acapara más poder cada día, aunque se trata de un poder que se mueve en el vacío provocado por el caos y la incoherencia de su gobierno. Ahora tendrá más dificultad para manipular el poder legislativo, y los recién adquiridos tentáculos territoriales de poco servirán al toparse con la ausencia de un proyecto de transformación. Si el presidente se tropieza y se enreda al organizar a su propio gobierno, es muy probable que se vea perdido en la maraña de intrigas de los gobernadores de Morena, muchos de los cuales mantendrán el poder después de que termine el sexenio actual. La política gubernamental cada vez se verá más reducida a una lucha del poder por el poder mismo, enfilada a las elecciones presidenciales de 2024.
El presidente agita mucho su retropopulismo, pero ahora, después de las elecciones, es más evidente que su fuerza es infecunda. La agitación continuará y me temo que generará muchas tensiones. No se piense que la vacuidad de la llamada cuarta transformación significa que no es una amenaza. El desierto de ideas en el gobierno, además de estéril, puede ser muy dañino, pues, al girar la rueda presidencial sin sentido en un vacío de ocurrencias, imprudencias y tonterías, pueden surgir situaciones críticas y salidas inesperadas que lastimen al sistema democrático.
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.