Lee esto antes de escribir sobre la democracia húngara

Esta es mi petición a Occidente: haced un esfuerzo por entender este lugar y, lo que es más importante, entender por qué este régimen es popular.
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Artículo originalmente publicado en Kafkadesk.

El 13 de mayo, las autoridades sacaron a un hombre de su casa en Hungría por escribir un post de Facebook donde critica la gestión que ha hecho el gobierno de la crisis actual.¹ La motivación oficial del arresto era la supuesta diseminación de noticias falsas.

A juzgar por lo que sabemos hasta ahora, eso parece lejos de la verdad. El hombre, simplemente, expresaba sus opiniones sobre el asunto. Tanto mi derecho a escribir este artículo como el suyo a hacerlo están garantizados por la misma fuente legal: la Ley Básica Húngara, escrita (unilateralmente) e introducida (unilateralmente) por el régimen actual. Ninguno de los jóvenes activistas que derribaron el comunismo en 1989 se alegraría de ver a la policía llamando a la puerta de la gente por expresar su opinión. Se supone que el Fidesz –el partido en el poder en Hungría– representa tanto a los conservadores como a la juventud antiautoritaria de los ochenta.

Pero esto no es Estados Unidos. Y no es 1989. Esto es Hungría, y es 2020.

La cuestión más candente a la que nos enfrentamos es por qué una gran parte del electorado húngaro parece ciego al infringimiento de los valores democráticos por parte del gobierno. Aquí voy a investigar el profundo malentendido que está en el corazón del asunto y –spoilers– echaré parte de la culpa a los medios progresistas occidentales.² Es importante subrayar, sin embargo, que:

I) La acusación de autoritarismo contra Hungría está lejos de carecer de motivación, como muestran los hechos a los que he aludido arriba. 

II) Está claro que estoy generalizando, porque “medios occidentales” no define una categoría. No quiero aburrir al público diciendo que “esas publicaciones que son culpables de los errores que voy a exponer aquí, la mayoría de los cuales están en Norteamérica y Europa occidental”, así que iré con la versión simplificada.

III) La principal culpa del alejamiento húngaro de la democracia no viene de nadie de fuera, sino de nosotros, los húngaros. Esto, sin embargo, no puede cegarnos ante el hecho de que el discurso político externo no ha sido totalmente útil (si es que lo ha sido en algún punto) a la hora de oponerse al proceso.

¿Por qué culpar a los medios occidentales?

Desde hace una década, el discurso público en Hungría está atrapado en un eterno círculo vicioso. Es un espectáculo posmoderno donde cada parte tiende a confirmar su propio relato a través de las acciones de la otra. El guion es una cosa así:

Orbán acusa a los liberales occidentales de robar la soberanía húngara. Orbán viola los ideales abstractos de la democracia liberal. Orbán es criticado por violar esos ideales. Orbán acusa a los liberales occidentales de robar la soberanía húngara.

Es un proceso que se refuerza a sí mismo. Cada tribuna de opinión publicada en periódicos destacados sobre el estado de la democracia húngara se convierte en material de propaganda para el gobierno. Su contenido confirma la ansiedad del votante mediano que teme perder el control de la comunidad y que este quede en manos de potencias extranjeras. En cierto modo, los conservadores en Hungría quieren “recuperar el control”. ¿Recuerda a algo?

Para alguien que no esté familiarizado con las complejidades de la historia de Europa del Este, esto puede parecer absurdo. “¿Qué tiene la democracia liberal que hace que alguien pierda el control? Se trata de poder controlar las acciones del gobierno”. A esa lectura se le escapan sin embargo tres puntos esenciales.

a. La democracia liberal como fuerza de colonización

Por un lado, la democracia liberal no es algo nativo de Hungría. Es un producto extranjero y exótico. Una importación que fue extremadamente popular durante un periodo muy largo, no obstante: durante buena parte de los tres decenios que siguieron al cambio de régimen de 1989, el electorado húngaro aceptaba con bastante entusiasmo los valores occidentales. El propio Orbán apoyaba una suerte de posición clásica liberal-conservadora en 2006 y criticaba a menudo al entonces primer ministro Ferenc Gyurcsány por sus relaciones con Rusia y la oleada de violencia policial que se produjo como respuesta a las protestas contra su gobierno.

Pero todo lo extranjero termina por pasar de moda. Quizá ayudados por la dolorosa resaca de las expectativas que no se cumplen, los húngaros se apartaron de los valores occidentales. La democracia liberal se asoció con la privatización a lo terapia del shock de los años noventa, la crisis política y fiscal de 2006, y la Gran Crisis Financiera de 2008. Empeorado por la mala gestión de la eurozona en los años posteriores y por la migración masiva de 2015, el progresismo se convirtió en sinónimo de inestabilidad, imprevisibilidad y precariedad. Pero sobre todo, empezó a designar algo extraño. Una fuerza de colonización.

b. El nuevo privilegio de la autodeterminación nacional

Así llegamos al segundo factor importante en la reticencia de Hungría hacia los valores liberales: la soberanía. Esto puede pasar inadvertido para muchos comentaristas occidentales, pero la autodeterminación nacional es un privilegio relativamente nuevo para los países del este de Europa. Quizá no haya mejor manera de decirlo que con las palabras de Branko Milanovic.

Cuando trazas la línea de Estonia a Grecia […], te das cuenta de que todos los países que hay en ese eje estuvieron en los últimos siglos (o en algunos casos, durante los últimos quinientos años) sometidos por imperios: alemán (o antes Prusia), Rusia, Habsburgo y otomano. Todos esos países lucharon de manera más o menos continua para liberarse de la presión imperial […] Sus historias son prácticamente luchas infinitas por la emancipación nacional y religiosa […].

[Las revoluciones de 1989] se interpretaron a menudo como revoluciones democráticas. Así que el actual “regreso” de los países del este de Europa a un autoritarismo encubierto se ve como una traición de los ideales democráticos o incluso, de manera más amplia y extravagante, de las ideas de la Ilustración. […] Esto sin embargo se basa en una mala interpretación de las revoluciones de 1989. Si, como creo que debería ocurrir, se ven como revoluciones de emancipación nacional, simplemente como el último despliegue de una lucha centenaria por la libertad, y no como revoluciones democráticas per se, las actitudes hacia la migración y los llamados valores europeos resultan totalmente inteligibles.

c. La concepción húngara de la democracia

En tercer lugar, hay un malentendido sobre el significado de la democracia. La concepción anglosajona de la democracia consiste menos en el gobierno de la mayoría que en la protección de las minorías. Trata menos de lo que el Estado debería hacer que de lo no puede hacer. La Constitución estadounidense es básicamente un documento gigante que limita los poderes del gobierno. Este enfoque tiene su origen en cientos de años de progreso cívico que tenemos en buena parte de Europa oriental.

En cambio, la concepción húngara de la democracia está íntimamente ligada a la independencia nacional y el gobierno de la mayoría. Durante largos periodos de nuestra historia, las invasiones extranjeras han sido un sinónimo de tiranía.³ Para muchos húngaros, democracia significa elecciones; un sistema donde la voluntad del pueblo se mide a través de elecciones justas y regulares. Crucialmente, esta condición no se cumplía en la época soviética. Es fácil darse cuenta de cómo muchos funcionarios del gobierno, cuando se enfrentan a la acusación de autoritarismo, se remiten a los resultados de las elecciones más recientes.

Esto es lo que quiere decir Orbán con “democracia iliberal”. La expresión es un oxímoron si la ves a través de las lentes de generaciones de gobierno democrático, y es comprensible que así sea. Tiene más sentido, sin embargo, en la (errónea) concepción de la democracia como un gobierno de la mayoría soberano e independiente.

Una imagen anticuada de los regímenes autoritarios

Quizá uno de los mejores ejemplos de la profunda incomprensión del funcionamiento interno de Hungría es una entrevista reciente en la CNN con el ministro de exteriores Péter Szijjártó. La entrevista se produjo tras una nueva ley introducida por el parlamento que da poderes especiales al ejecutivo sin un límite de tiempo definido. De manera típica, la “Ley del Corona” no se diseñó principalmente como captura de poder, sino como provocación.

La formulación de la ley permitía dos interpretaciones. Por un lado la propaganda estatal podía presentarla como una medida democrática que utilizaba los peculiares estándares que hemos discutido antes. Por otro lado, la Ley del Corona era lo bastante autoritaria como para que ningún partido de la oposición pudiera votar en su favor con la conciencia limpia. Esta estratagema maquiavélica funcionó perfectamente: tras negarse a apoyar las medidas, los partidos de la oposición fueron presentados como traidores a la unidad nacional que se niegan a superar las diferencias políticas en tiempos de una crisis apremiante. La oposición no tenía otra elección que desempeñar su papel en el espectáculo.

La reciente entrevista de Szijjártó’s en la CNN mostró una dinámica similar.

Acusado de quebrar los principios democráticos, el ministro de exteriores responde repetidamente apelando al contenido formal de la ley. Se desarrolló una batalla entre lo espiritual y lo concreto, los vagos ideales de la democracia y la actitud concreta del gobierno mayoritario. Todos los europeos orientales que lean este artículo saben cuál venció. A todos los demás les recomiendo que vean el vídeo.

La culminación del espectáculo llega en el 5:03, cuando la periodista comete un error factual, y asegura que el parlamento húngaro no ha tenido sesiones. Es un error grave en un juego de detalles y óptica, y acaba siendo la ocasión definitiva para que el ministro confirme su relato. Para muchos húngaros, estas imágenes son la enésima confirmación de que los medios occidentales van a la caza de su gobierno electo acusándolo de autoritarismo.

Aunque es posible que vea demasiado en esto, no puedo evitar pensar que la entrevista es sintomática de la idea anticuada que muchos liberales occidentales tienen de los regímenes autoritarios contemporáneos. El relato parece poblado de tópicos del siglo pasado y la era soviética que no se aplican a sistemas mucho más sutiles de lo que solían ser. La partida ha cambiado; hay nuevos jugadores en la ciudad, y las viejas herramientas no funcionan con ellos.

La importancia de la percepción

Para criticar el establishment húngaro de forma adecuada, necesitamos entender por qué el régimen todavía es ampliamente popular entre el electorado tras casi un decenio de gobierno lleno de medidas antidemocráticas. Los puntos más importantes a favor del actual régimen son, a mi juicio, los siguientes:

I) Relativa estabilidad macroeconómica y prosperidad de la clase media y alta desde la crisis 2008-2012, con un énfasis especial en el empleo.

II) Falta de alternativas creíbles de la oposición exacerbada por una estructura multipartidista que es inadecuada para ganar elecciones frente a la actual ley electoral.

III) La protección de los intereses nacionales húngaros frente a fuerzas neoliberales globales.

 

Que alguno de esos tres aspectos sea o no factualmente cierto carece de importancia en este momento; lo relevante es la percepción. Cualquier facción que aspire a tomar el lugar de Fidesz en el timón debe cumplir tres criterios al menos: (1) garantizar la estabilidad macroeconómica del país, (2) desplazar a los partidos rivales de la oposición, posiblemente por tener legisladores experimentados y creíbles, y (3) comprometerse a proteger la independencia nacional de Hungría.

Si alguien desea realmente oponerse a la retórica del régimen, es esencial reconocer los logros por los que es apreciado domésticamente y enfrentarse a los puntos más fuertes de la propaganda. Cualquier crítica posterior será más creíble y, lo que es más importante, no desatará la ansiedad pavloviana de deshacer el progreso que se ha logrado en el último decenio. Así podríamos romper el círculo vicioso del espectáculo posmoderno y llevar la conversación a la realidad.

Al César lo que es del César. No retrasará los idus de marzo.

 

Entender lo que no es Hungría

Quiero dejar claro que creo que es posible construir instituciones democráticas liberales duraderas en Hungría. Pero el camino para llegar es tortuoso, y tengo la sensación de que pocos están dispuestos a recorrer el sendero. Requiere diálogo, en particular con gente con la que estamos instintivamente en desacuerdo, pero cuyas demandas son sin embargo comprensibles. Requiere concesiones. Y, sobre todo, requiere una autocrítica implacable.

Quizá antes de entender lo que es Hungría el mundo necesite entender lo que no es. Hungría no es 1984 de Orwell. Hungría no es la Rusia de Stalin. El régimen de Orbán es una empresa política totalmente nueva y en algunos sentidos muy exitosa.

La única manera de criticar con eficacia el actual establishment es conocer sus méritos y sus debilidades. El sistema no se debe derribar, se debe mejorar. Y para hacerlo, uno necesita proponer alternativas creíbles que no desmantelen los logros de la pasada década, y que a la vez consigan avanzar en la democratización del país. Sacrificar la estabilidad en el altar de los ideales democráticos no es una opción aceptable para muchos húngaros.

En muchos sentidos, se entiende que la tesis de grado de Orbán esté poderosamente influida por la obra de Antonio Gramsci. Orbán entiende el discurso hegemónico, y entiende el lugar que le corresponde. Nuestro trabajo no es interpretar un papel en el acto, sino deconstruir su mera premisa.

Así que esta es mi petición a Occidente: si de verdad deseáis ayudar a los demócratas húngaros, dejad de interpretar vuestro papel en el gran espectáculo que dirige Orbán. Haced los deberes. Haced un esfuerzo por entender este lugar y, lo que es más importante, entender por qué este régimen es popular.

Que vuestras críticas sean agudas, relevantes y verdaderas. Prometo que supondrá una diferencia. Los húngaros no están sordos; simplemente, no hablan vuestro idioma.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

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