Un peligro previsible es que LĆ³pez Obrador deje escuela. Que sus formas trasciendan los patentes fracasos y generen adeptos en el porvenir. Su voluntad de permanencia cristalizarĆa sin mayor mĆ©rito que el de la emulaciĆ³n por inercia. SerĆa, en efecto, el triunfo histĆ³rico de una obsesiĆ³n personal.
El presidente ya tiene ventrĆlocuos de culto. Adoptan sus particularidades ahora que los tiempos lo permitenā¦ no tanto por convicciĆ³n ideolĆ³gica, menos aĆŗn por genuina personalidad. Un ejemplo es el del gobernador Barbosa, con expresiones como āyo ganĆ©, me la robaron, pero los castigĆ³ Diosā, o el de la secretaria de la FunciĆ³n PĆŗblica, Irma ErĆ©ndira Sandoval: ālos mezquinos ataques de los mismos de siempreā¦ me hacen lo que el viento a JuĆ”rez.ā Expresiones ya de escuela.
Pero irĆ³nicamente, los mĆ”s proclives a cumplir esa conjura son los polĆticos de oposiciĆ³n. A falta de imaginaciĆ³n, se observa a unos y otros imitĆ”ndolo. Recuerdo una publicaciĆ³n reciente donde el presidente del PAN, Marko CortĆ©s, se detenĆa en una humilde fondita provinciana a tomar un refresco con los caseros. Confirma el diagnĆ³stico de ciertos intelectuales, tambiĆ©n de oposiciĆ³n: debemos ser un poquito como LĆ³pez Obrador, es la fĆ³rmula ganadora. NomĆ”s un poquito.
Muerta la displicencia neoliberal, se gobierna con aparente cercanĆa. El problema es que es un molde sin contenido. Uno puede abrazar a la seƱora de los tamales y al mismo tiempo destruir el Seguro Popular, o hacer rituales prehispĆ”nicos y atropellar los derechos indĆgenas con consultas amaƱadas. Los pragmĆ”ticos dirĆ”n que, si eso quiere la gente, la oposiciĆ³n serĆa ciega rehusĆ”ndose. Puede ser, pero de ahĆ se siguen otros trastornos de la demagogia mĆ”s ominosos: tener otros datos, por ejemplo; el desprecio por la tĆ©cnica, la omnipresencia mediĆ”tica, los juicios sumarios en plaza pĆŗblica, la evangelizaciĆ³n.
No cualquiera puede, claro. Y es lo que hizo tan risible el intento de Marko CortĆ©s, o tan prepotentes las declaraciones de Barbosa y Sandoval. La jovialidad obradorista es Ćŗnica y justamente ahĆ estĆ” el vacĆo de su imitaciĆ³n: creer que las idiosincrasias compensan. Por eso me he dedicado a refutar a opositores que abogan por la adopciĆ³n de ciertas formas: desde quienes sugieren una conferencia maƱanera opositora, hasta quienes prescriben āhacer calleā o ensuciarse los zapatos.
Ahora, uno bien puede conceder que la escuela trasciende por algo. A fin de cuentas, no hay escuela peƱanietista. En ese sentido, es evidente que la obradorista tiene resonancia popular, sin la cual no se ganan elecciones. Pero precisamente porque la imitaciĆ³n es tan antipĆ”tica es que no parece buena idea intentarla. ĀæCuĆ”l es el peligro, si sĆ³lo LĆ³pez Obrador puede ser Ć©l y sus imitadores son tan desagradables? ĀæQuĆ© posibilidades de trascender tiene su escuela? El peligro es ese: que nos aguarden polĆticos huecos de uno y otro bando, intentando alcanzar la gloria por la vĆa menos original, merced a un pueblo conforme. En pocas palabras, no es culpa de LĆ³pez Obrador sino de la falta de pluralidad de nuestros tiempos.
ĀæCuĆ”l serĆa, entonces, la escuela que algunos esperamos? Una que no deposite sus afanes en las formas de un solo hombre, incluso si son las antĆtesis exactas de LĆ³pez Obrador, porque a la larga āen esa compleja tarea multisecular que es construir una naciĆ³n exitosaā el camino de la modernidad es institucional, no cesarista.
Espero ser acusado de ingenuo. Como Rusia, quiĆ©n podrĆa gobernar MĆ©xico si no un zar, dicen. La fatalidad de la tierra. Pero en todo caso ahĆ estĆ” la vuelta de campana: la verdadera oposiciĆ³n estĆ” en la ruptura de la tradiciĆ³n del hombre fuerte y su personalĆsimo sello. A mi juicio, en la democracia liberal estĆ” el camino hacia una autĆ©ntica transformaciĆ³n histĆ³rica. El problema es que toma tiempo y muchos personajes indistinguibles, principalmente el pueblo.
Es periodista, articulista y editor digital