Canta Mares es una editorial fundada en la Ciudad de México en 2016 por Melina Balcázar, quien reside en París, y Hugo Alejandrez. Fabiola Ruiz también forma parte de la editorial.
¿Por qué es tan importante para Canta Mares la imaginación en la construcción del catálogo?
Para decirlo con uno de nuestros autores, el filósofo e historiador Georges Didi-Huberman: porque la imaginación es política. La imaginación abre posibilidades y perspectivas donde solo parece haber obstáculos o pesimismo, a los cuales se enfrenta sin cesar el medio editorial en México y en el resto de Latinoamérica. Hay algo insensato en emprender un proyecto editorial en un contexto tan poco favorable como el nuestro. Pero se impone la necesidad de imaginar nuevos espacios de palabra; de hacer escuchar otras voces que han contado para nosotros, que sin exageración alguna han cambiado nuestras vidas, nuestra manera de recordar, de percibir, de pensar. Se necesita mucha imaginación para crear nuevas comunidades en torno al libro, nuevos diálogos que pasen por otras vías. La pandemia ha mostrado que las microestructuras que caracterizan a editoriales independientes como la nuestra nos permiten seguir adelante: un grupo reducido de personas dispuesto a mucho por la continuidad de un proyecto.
Además de la imaginación, has hablado de audacia en los títulos que publicas. ¿Qué pensamiento editorial refleja un catálogo así?
Pensar que no hay límites; que partiendo de muy poco se pueden alcanzar objetivos que se nos presentan como inaccesibles. La traducción es central en nuestro proyecto, lo cual hace inevitable la negociación de la cesión de derechos. Contactar a los editores extranjeros –convencerlos de que pueden confiarnos sus textos para darles una vida nueva en otra lengua– es medular en nuestro quehacer. Así, la pasión de editar se antepone a la mesura y al cálculo comercial. Pienso en un editor cuyo ejemplo desmesurado me parece inspirador: Éric Losfeld, editor de los surrealistas, de obras eróticas e historietas. En sus memorias de editor –cuyo título, Endeudado como una mula, anuncia su resistencia a toda racionalidad económica–, resume así el oficio: publicar libros que te gustan, aun cuando te lleve a la quiebra, pues siempre podrás comenzar de nuevo. Así que no se privaba de correr riesgos todo el tiempo y creó cuatro editoriales: Arcanes, Le Terrain vague, Éric Losfeld Éditeur y Le Dernier Terrain vague, además de publicar numerosos títulos de modo clandestino. De muchos de sus libros ni siquiera podía hacer publicidad ni exhibirlos en librerías, pues la ley de la época se lo impedía, al estar prohibidos a los menores. Uno de sus anuncios decía: “todo lo que edita Éric Losfeld sale de lo ordinario dando un portazo”.
Desde una perspectiva mucho más personal, ¿dónde inicia la filosofía detrás del catálogo de Canta Mares?
En el catálogo de editoriales que admiro –como el de Éditions de Minuit, de Jérôme Lindon, o el de L’Olivier, de Olivier Cohen– hay algo muy humano: la historia de una persona –el editor– que de cierta manera cuenta su catálogo. Es lo que hace única a una editorial, pues refleja un posicionamiento en el lenguaje, una manera muy peculiar de ver al otro, de identificar y hacer aflorar sus potencialidades. Me parece importante asumir esa parte muy personal que en algunos casos llega a ser hasta megalómana. Pienso que en cada editor hay un poco –o un mucho– del personaje de Fitzcarraldo de la película de Werner Herzog: querer construir por amor al arte un teatro en la selva y para ello ser capaz de hacer pasar un barco por encima de una montaña. En el extremo opuesto, me interesan editoriales que se abocan a diluir esta marca tan personal para crear una empresa colectiva, lo cual es algo más cercano a lo que hacemos en Canta Mares. Son catálogos que crean y piensan desde su modo de producción mismo las maneras de hacer comunidad. Serían editoriales como La fabrique, La découverte o la recién creada Anamosa.
¿Cómo relacionas estas ideas con el trabajo editorial que podemos ver en los libros ya publicados?
El origen de nuestro proyecto se encuentra en la traducción, concebida en términos no solo de mediación cultural sino, sobre todo, de edición. Al involucrarnos como traductores desde la formación de un catálogo –la difícil decisión de lo que se va a publicar o no– queremos hacer evidente la fuerza creativa de la traducción, pues no vemos en ella ningún tipo de pérdida, incompletud o traición. Nuestra práctica nos ha confirmado que la traducción es creación, ya que abre posibilidades estéticas y políticas al dar lugar a una comunidad poética entre autor y traductor.
Como editores, exploramos otras maneras de dar a conocer textos que nos parecen importantes, de insertarlos en el espacio público. Queremos participar en lo que podríamos llamar, a partir de otro de nuestros autores, el filósofo Peter Szendy, la economía de los textos, en el sentido de intercambio, circulación, cambio del valor de uso.
La edición independiente es más audaz en la medida en que apuesta por libros que testimonian de una visión de lo que un libro es o podría ser. La audacia reside en la voluntad de experimentación tanto en la producción misma del libro como en las maneras de difundirlo, de crear comunidad en torno suyo.
¿Qué se gana o se pierde con esta definición editorial, con estos valores que te has autoimpuesto en el catálogo?
Mi primera guía al iniciar con la editorial fue la idea misma de biblioteca: pensar en libros que permanecen, que los lectores querrán conservar. Para que un libro resista la prueba del tiempo debe provenir de una reflexión acerca del quehacer editorial, de un conocimiento de su historia.
Al centrarnos en textos literarios y ensayísticos de lengua francesa, no hemos podido adentrarnos en la edición de textos inéditos. En cierta medida perdemos una relación con la creación contemporánea en español. Aunque estamos trabajando en maneras de crear vínculos más directos. Pero se gana en coherencia e inteligibilidad del catálogo mismo. Podríamos decir, con Pascal Quignard, que al descubrir nuestro catálogo los lectores podrán percibir las “solidaridades misteriosas” que lo configuran. Una red de memoria y escritura que va de Quignard a Pierre Klossowski, unidos en el amor por la traducción; de Claude Simon a Patrick Boucheron, quien descubrió su vocación de historiador al leer a ese premio Nobel tan poco leído desafortunadamente; de Georges Didi-Huberman a Henri Michaux…
¿Cuál podría ser el título representativo de Canta Mares?
Tuvimos la fortuna de que nuestra primera publicación fuera El niño con rostro color de la muerte, de Quignard, un libro que condensa ese trabajo memorioso de la lengua que caracteriza su obra. En ese cuento –género de suma importancia para él por el fondo memorial que pone en movimiento–, sondea la relación entre lectura y muerte. El generoso apoyo de Quignard y de su editor, Galilée, fueron determinantes en la creación de nuestro proyecto.
¿Cómo te relacionas con las tendencias y los temas de actualidad; cómo les respondes?
Les respondemos a contrapelo: a partir de un acto de memoria con textos que se toman el tiempo de rastrear genealogías, como lo hacen Didi-Huberman y Szendy con las imágenes y los sonidos. O bien reaccionamos mediante obras que optan por un uso de la lengua que cuestiona tanto la tradición como lo contemporáneo, como El caballo, de Simon. O Mescalina 55, de Henri Michaux, Jean Paulhan y Edith Boissonnas –experimentaciones en torno a la mescalina para encontrar nuevas formas de escribir.
¿Qué te ha dado la edición que de otra forma no hubiera sido posible?
Viniendo de la academia –en la que se tiende a ignorar cuestiones muy prácticas y concretas en torno al libro– diría que me ha dado un conocimiento del ecosistema librero. El contacto con otros saberes que hacen posible un libro y que se suele invisibilizar: la diagramación, la corrección y el cuidado de las ediciones; el diseño, la difusión y la distribución; la labor de los libreros. Es invaluable lo que cada uno de estos actores me ha aportado como editora y traductora.
¿Qué editoriales te gustan actualmente?
Libros del asteroide, Eterna cadencia y Trilce, en español. En francés: Fata Morgana, Editions de Minuit, Éditions de l’Olivier, Anamosa, La découverte y Éditions Verticales.
¿Qué es lo más importante que una editorial le puede dar a un país, a una lengua?
Belleza y rigor, que son el resultado de una larga tradición editorial que me parece fundamental conocer. Añadiría que, mediante la traducción, se pueden abrir también perspectivas estilísticas, expresivas, al extranjerizar la lengua propia.
Los libros de Canta Mares se distribuyen en formato digital en Latinoamérica y España, y en formato impreso en México. La producción promedio es de dos mil ejemplares por título. Hasta julio de 2021 habían publicado diez títulos.
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Este artículo es parte de una serie sobre editoriales literarias emergentes en español. Editoriales pequeñas pero sólidas, contenidas y centradas que publican pocos títulos al año con rigor y cuidado.
(Guanajuato, 1976) es editor en Gris Tormenta, una editorial de ensayo literario y memoria.