Es imposible no establecer paralelos entre la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Central de Venezuela. Ambas son las universidades más importantes de sus respectivos países, han sido consagradas como Patrimonio Arquitectónico de la Humanidad por la UNESCO y se han constituido en paradigma de la civilidad. La educación laica y gratuita es un logro de la visión ilustrada –tan cuestionada hoy en día– que convirtió a hijos de campesinos, obreros e inmigrantes pobres en líderes de diversos campos del saber. El proyecto no podía ser más ambicioso, al implicar un cambio de fondo de sociedades conformadas sobre divisiones coloniales que no habían quedado atrás por los procesos de independencia.
Sin temor a la superioridad europea y norteamericana en los terrenos de conocimiento, los latinoamericanos creadores de la universidad gratuita y autónoma dieron pie al giro copernicano que incluyó a las mujeres y a los sectores más desfavorecidos en las aulas y, sobre todo, en la lucha por la democracia en estas tierras. El feminismo es impensable sin las universidades públicas y autónomas, por no hablar de los debates a fondo sobre las implicaciones sociales y políticas del conocimiento.
Las diferencias se relacionan con las historias de cada una de estas instituciones. La UCV no puede competir con la UNAM en logros académicos, ni tampoco en el rol que esta juega en la gestión del rico patrimonio mexicano desde una perspectiva cultural, humanística y científica. Ciertamente, la tricentenaria UCV es más antigua, no obstante, la politiquería de izquierda y la revolución bolivariana paralizaron su necesaria adaptación a los retos de la cuarta revolución industrial. La UNAM es centenaria y está más adaptada a los tiempos del siglo XXI, porque los gobiernos la han dejado relativamente en paz para tomar las decisiones necesarias desde las singularidades del mundo académico.
Por supuesto, en la UNAM, como en todas las universidades públicas y autónomas de América Latina, la politiquería de izquierda –relacionada con la proverbial tensión de los gobiernos con este tipo de institución– ha formado parte del particular desarrollo de las ciencias sociales y las humanidades continentales, aunque este desarrollo es irreductible a tal politiquería. La diferencia con la UCV es que en México no existe una revolución como la bolivariana, opuesta al conocimiento y a la crítica de un modo, si se quiere, esperpéntico: los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro quebraron a un país petrolero, “hazaña” digna de figurar en los récords Guinness.
Semejante destrucción no es casualidad. El resentimiento y el odio han protagonizado el manejo político de las emociones propio de la revolución bolivariana. Se continúa la tradición militarista y tiránica de Venezuela, país que cuenta apenas con cuarenta años de democracia civil, llevándola a extremos nunca vistos. La siempre rebelde y alebrestada UCV se ha opuesto a esta tradición, con las consecuencias del caso –hasta cárcel, expulsión y tortura– para profesores y alumnos.
Ciertamente jugó con la izquierda antiliberal, particularmente en los años sesenta, lo cual le ganó una fama, en parte injusta, de hervidero de comunistas. Se trataba de minorías muy activas que ya en los años noventa habían perdido su prestigio en la UCV. De esas minorías provienen figuras muy relevantes de la revolución, como Jorge y Delcy Rodríguez, Elías Jaua y Tibisay Lucena, pero también los opositores más acérrimos al arrase que ha convertido a Venezuela en un país no posmoderno ni premoderno, sino exmoderno (nada peor que no contar con luz, agua, educación y salud cuando una vez se tuvo).
Los recientes ataques del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, a la UNAM, se asemejan a los lanzados por Hugo Chávez y Nicolás Maduro a la UCV. De fortín de comunistas y desadaptados sociales, el ataque más común a las universidades públicas autónomas desde las dictaduras de derecha, la UNAM y la UCV pasaron a ser juzgadas en virtud de su carácter neoliberal y antipopular.
Los ucevistas luchamos denodadamente hasta ser derrotados; hemos pasado a ganar sueldos mensuales que no llegan siquiera a cincuenta dólares. El campus se convirtió en una tierra de nadie, asolado por la delincuencia común y semejante a un pueblo fantasma a raíz de la pandemia. Muchos docentes emigramos y renunciamos para salvar nuestra dignidad como personas; otros la han salvado quedándose y regalando su trabajo a un estudiantado movido mayoritariamente por el deseo de irse del país, con grandes dificultades para recibir clases en línea y problemas graves de electricidad. Existe, claro, un sector congraciado con los artífices de la ruina, situación común dentro de las tiranías, pero no es mayoritario en lo absoluto.
La UNAM, sin duda, no va a terminar igual. Desde luego, es preciso cuidarse de sus egresados más mediocres, dispuestos a humillar a su alma mater en función del viejo agravio a su ineptitud intelectual. También de los sirvientes de cualquier gobierno, de esos que tuercen la verdad al señalar defectos reales de las instituciones de educación superior, solo para proponer soluciones adaptadas a la preservación del poder del ejecutivo de turno. No está de más debatir internamente y con otros actores sociales lo que se espera de la universidad en estos tiempos tan anti-ilustrados; si algo ha probado la pandemia es el protagonismo imprescindible de la ciencia como saber dotado de universalidad, más allá de sus usos políticos.
La medianía, las aspiraciones políticas bastardas y las divisiones propiciadas desde el poder construyen la antesala que permite el silenciamiento de las universidades. En el caso venezolano, el ahorcamiento financiero hirió de muerte a las instituciones educativas con la misma vesania que derrotó a la población.
Por fortuna, en el caso mexicano, el poder ejecutivo no cuenta con un arma tan poderosa como el control absoluto de toda la sociedad, el cual no se obtiene por medio del voto sino a cuenta de la usurpación de todas las instituciones del Estado. Se puede suponer que es del interés del partido de gobierno y de la sociedad mexicana que tal usurpación no ocurra. Pero, sobre todo, es del interés de las universidades públicas y autónomas, de las cuales la UNAM constituye el buque insignia no solamente en México, sino en Latinoamérica.
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.