Cargar un caballo, echárselo a la espalda,
esperar sus órdenes, cruzar una colina
de vuelta de la guerra.
Un caballo pesa más que un planeta:
el planeta no piensa ni tiene olfato para marcar fronteras.
¿Cuánto pesa un hermano
de nuestra sangre?
¿Cuánto pesa si una silla lo cansa, si un
sable lo somete, si unas flechas lo encaminan
a un fondeadero sin reposo?
El equino fija su mirar en un sitio
indeterminado de la colina.
Sabe que su dueño llegará a los prados.
Ha perdido las herraduras traseras,
pero la brida lo mantiene sereno,
muerto viviente bajo el poder de las nubes.
Las hierbas se empequeñecen. Crecen los cuernos
del casco del guerrero.
¿Nacimos para echarnos caballos a la espalda?
Lo contrario solo se explica al conocer el peso
de nuestra soberbia y lo inútil de nuestra prisa.
(El cuadro lo pintó Hokusai.
El nombre del guerrero es Hatakeyama Shigetada.
El corcel parece sonreír al recordar su apodo:
“Acróbata seguidor de mariposas”.) ~