Julio María Sanguinetti
La agonía de una democracia. Proceso de la caída de las instituciones en el Uruguay (1963-1973)
Montevideo, Taurus, 2009, 344 pp.
–––
La Reconquista. Proceso de la restauración democrática en el Uruguay (1980-1990)
Montevideo, Taurus, 2012 529 pp.
En el ciclo de las revoluciones hispanoamericanas, señala François-Xavier Guerra, “la emergencia de la verdadera patria resulta de la unión de voluntades y no de una simple herencia, provenga esta de la geografía o de la historia”. En el caso del Uruguay (país de dimensiones modestas, de población escasa, país situado entre el gigantesco Brasil y la alargada Argentina, país que llegaría a convertirse –por sus credenciales democráticas– en ejemplo continental: la “Suiza de América”), aquella “unión de voluntades” no hay duda de que fue determinante y que mucho marcó, a pesar de las fuertes diferencias entre las banderías partidistas principales, los rumbos relativamente estables que dominaron por lo menos desde 1836 en adelante. Si a cada nueva patria que surgía se sumaban nuevas virtudes en el gesto independentista, la singularidad uruguaya fincada en un consenso de voluntades más que de mentalidades quiso ser desde temprano una seña de identidad. Pues bien: ese trazo peculiar hecho de voluntades empeñadas en un mismo esfuerzo rector fue precisamente el que más sufrió durante las décadas del sesenta y el setenta del siglo pasado. En efecto: primero en l963, cuando se registra la primera acción de una violencia política dirigida a sustituir el régimen democrático por un gobierno revolucionario, y después, a renglón seguido, en 1973, cuando el ejército cancela las instituciones y arrebata la conducción del país por un tiempo indeterminado, los enfrentamientos se despiertan y las voluntades se atomizan. La ruptura de la legalidad, el colapso de la secuencia democrática y una como suspensión del aliento moral y sentimental ganaron al país.
Llegados a este punto, no sorprende que, entre los muchos libros que se han dedicado a revisar ese pasado uruguayo reciente, los dos firmados por Julio María Sanguinetti hayan contado con un claro apoyo del público lector, entre el que seguramente milita un buen número de sus partidarios políticos, y consten ya como referencias en la materia. Tanto La agonía de una democracia. Proceso de la caída de las instituciones en el Uruguay (1963-1973) (Taurus, 2009), como el más reciente La Reconquista. Proceso de la restauración democrática en Uruguay (1980-1990) (Taurus, 2012), son “obras históricas” complementarias escritas “con intención de verdad”, una fórmula acuñada por Paul Ricoeur que se encuentra entre los reclamos que el teórico solicita al historiador. El objetivo en uno y otro título, a veces atenuado o acentuado por tratarse de dos periodos distintos en los que el autor está en mayor o en menor medida comprometido con el escenario que se intenta recobrar, es “procurar la mayor imparcialidad, la búsqueda de fuentes plurales y una clara distinción entre hechos y opiniones”. Más que suscribir la historia partidista y las consiguientes defensas parciales que, por cierto, tanto corrieron y dieron de sí en las querellas desatadas en las “nuevas patrias” del siglo xviii, y que más tarde y hasta hoy mucho se adueñaron de las versiones analíticas de las izquierdas en su afán por refundar el pasado mediato o inmediato, y más que pretender una autojustificación que, según se reconoce, asoma como “una tentación permanente”, más que todo eso –entonces– de lo que se trata es de apegarse al suceder y al encadenamiento de los hechos. Una cronología pautada por noticias, sucesos y datos. El collage, el pastiche, la cita, el comentario, gobiernan la mano que recorta, combina y ensambla y así reconstruye el flujo secuencial. Lo que se intenta que aparezca con esa estrategia son cuadros y sinopsis cuya diferencia con la afirmación personal es no solo de grado sino de forma y de fondo. Mayormente informativos, esos trazos pretenden arrojar una luz cierta, rigurosa en la medida de lo posible, sobre la trama que van desenvolviendo.
Por otro lado, y según la lógica que impone ese sistema, se aspira en todo momento a deslindar nítidamente entre la memoria (“el recuerdo siempre parcial, de una persona o un grupo”) y la historia (“un proceso de reconstrucción del pasado sobre la base de muchas memorias, con frecuencia contradictorias entre sí, y otras fuentes que no son memoria”). Acaso ese era el único camino posible –un camino posible si recorrido del modo como lo hace Sanguinetti– para alguien tan involucrado con el escenario que describe. Porque de ahí surge, sin presiones ni agravios, una narrativa que se impone por la desnudez con que transita de un episodio a otro y por una andadura que, sorda y sin relieves agudos, gana no obstante la atención y el interés por su capacidad de convicción para despertar la actitud crítica. De ahí surge, también, un recuento que prende con mayor intensidad en el lector uruguayo en la medida en que se recrea un universo político cuyos personajes, claves y sobreentendidos le resultan más fáciles de identificar. Los retratos de las figuras políticas o públicas principales (Wilson Ferreira Aldunate, Líber Seregni, Luis Alberto Lacalle, Enrique Tarigo, Carlos Julio Pereyra), por caso, eficaces y generosos, arriman un sabor capaz de ser degustado a cabalidad por los nacionales. Hay una tercera consecuencia que es determinada por la estrategia elegida: al desear que los solos hechos hablen, se pretende deshacer equívocos, imprecisiones y torceduras que el propio hábito histórico, o la memoria pasiva que es su otro nombre, ha terminado por sancionar. Si La agonía de una democracia corrige y refuta la versión defendida por los tupamaros de que su movimiento subversivo apareció luego de que el ejército irrumpiera en el espacio público del país poniendo en peligro la sobrevivencia institucional, La Reconquista se centra en la trama, tan amplia y múltiple por los diferentes intereses comprometidos, que busca articular y acelerar un consenso capaz de encaminar el regreso a un calendario legal.
¿Por qué estos libros de Sanguinetti se convirtieron en su país en un éxito de ventas? Una doble o triple autoridad hizo posible tal milagro. Protagonista principal como presidente electo del Uruguay en los periodos 1985-1990 y 1995-2000, conductor político de uno de los partidos tradicionales (el Colorado) en un buen trecho del periodo que se revive, varias veces diputado, senador y ministro, periodista que ejerce la profesión desde una edad muy temprana, Sanguinetti reúne en sí al hombre de acción y al hombre de reflexión: es un pragmático y un racionalista. Es a la vez un testigo, un comentador y un agitador. Así, su condición de actor lo sitúa, más allá de las adhesiones y de las animosidades, en el corazón de lo que aconteció, y ese corazón –en el sentido real y en el metafórico–, al personificarse, promueve en el lector, desde la fuerza persuasiva de los hechos, una recreación mental y sentimental de un periodo histórico aún abierto, próximo, una recreación íntima que es bienvenida en cuanto procura una recuperación del pasado. Si en La agonía de una democracia su narrativa apunta a trazar, con minucia escrupulosa, las desviaciones que provocaron el trauma del quiebre y el secuestro de la democracia, más sus lutos institucionales y sentimentales, en La Reconquista la narrativa está dedicada a recuperar, con similar minucia escrupulosa, las idas y vueltas que condujeron a la restauración, a sus promesas terapéuticas y su pedagogía de la reparación.
La novedad que portan consigo esas narrativas, tan de vasos comunicantes entre uno y otro título, es que se amparan en un deseo de transparencia que es deliberadamente puesto a prueba en cada vuelta de esquina al apostarse por versiones distintas y plurales sin privilegiar a ninguna. En la entraña de los libros, en el lugar en el que nacieron, hay un clarísimo propósito didáctico que quiere mantener abierta –y alerta– la distinción entre una investigación histórica (que es una cuestión de hechos) y la escritura histórica (que es una cuestión de investigación), entre la perspectiva del historiador y la del actor histórico. La “intención de verdad” se vuelve así patente. De ahí que la economía de Sanguinetti suscriba la crónica, el inventario y el recuento y se aleje de la arquitectura interpretativa y el argumento ideológico. Esta forma de manifestarse acaba por promover una clase más de autoridad. Es la autoridad que encuentra su justificación y su triunfo en la garantía de realidad que –hay que insistir– trasmite la fuerza de los hechos. Son precisamente esos hechos, recortados, seleccionados y ensamblados, los que, al estar dispuestos de manera tal que resucitan imágenes, instigan el debate y atizan las dudas, concurren a su vez a provocar una verdadera profilaxis. De ahí que los dos libros sean, en el sentido regenerador de la palabra, saludables. En efecto, el sistema que se desenvuelve, con insistencia y con paciencia, genera algo así como una dinámica de contrarios a un tiempo interdependientes y antagónicos que solicita la colaboración activa del lector y lo lleva, de esta o de aquella forma, y esté de acuerdo o no con el texto (y el subtexto) que le ofrece, a pronunciarse, a nunca disolverse, a envolverse. Es, esa, una verdadera partenogénesis. El sistema que se pone en marcha –y es importante que así lo haga– afirma algo más: la ideología liberal, que es la que traza y sostiene Sanguinetti a lo largo de sus desarrollos, prueba una vez más, en estos libros, que en puridad es, aronianamente hablando, una antiideología. Se llega así a una cuestión central –a un reconocimiento moral, si se quiere– que ya no debe postergarse: los trabajos de Sanguinetti, y los días de Sanguinetti que esos trabajos ocupan y muestran, no tienen absolutamente nada de angelical ni de deliberadamente inocente. Aquí Sanguinetti se expone, se manifiesta y se defiende, y expone, manifiesta y defiende su propio legado. Y, en un paso más que es perfectamente pertinente, expone, manifiesta y defiende el mito que de sí mismo se ha creado.
La agonía de una democracia y La Reconquista no son libros (no quieren ser libros) sesudos; no son libros (no quieren ser libros) literarios, no son libros (no quieren ser libros) mayestáticos. Son, sí, libros que se agitan, se expanden y se ahondan. De un modo único son libros que desearían restituir a las nuevas generaciones aquella idea original de una “unión de voluntades”, sin duda conscientes de que los tiempos ideológicos que corren, de banderías tan imprecisas y erráticas, y tan proclives a fomentar los enfrentamientos y la dispersión, así lo requieren. ~
(Rocha, Uruguay, 1947) es escritor y fue redactor de Plural. En 2007 publicó la antología Octavio Paz en España, 1937 (FCE).