El 7 de noviembre de 2016, Montreal perdió a Leonard Cohen, uno de sus hijos más queridos. A un año de distancia, la ciudad rinde homenaje al escritor y cantautor en distintos espacios. Entre ellos, el Museo de Arte Contemporáneo de Montreal ofrece la exposición A crack in everything, en la que cuarenta creadores provenientes de diez países y de distintas disciplinas (música, cine, danza, artes plásticas, performance) celebran el legado y la influencia de Cohen. John Zeppetelli, director de este centro, dice que es la primera vez que dedican una exposición a un músico o escritor. “Es la conmemoración de una gran trayectoria artística y de una vida que inspira”, señala. A los seguidores de este asceta encorbatado que con pluma y guitarra abordó los temas más livianos y las preguntas más profundas, A crack in everything nos permite descubrir una herencia que no para de sorprender por sus matices. También la muestra deja un agradable sabor de boca al constatar cómo los artistas participantes moldean a placer la arcilla del canadiense, sobre todo porque varios de ellos no se expresan por medio de la música o la literatura. Cohen fue un meteorito que golpeó muchos planetas creativos.
Desde el principio, los responsables del Museo de Arte Contemporáneo de Montreal tuvieron claro que no deseaban montar una exposición basada únicamente en objetos relacionados con la biografía del artista. El principal motor del proyecto, en el que conviven nuevas tecnologías con elementos más ortodoxos, ha sido la apropiación del legado artístico de Cohen y la celebración de su forma de entender la vida. Es cierto: la exposición no es crónica puntual o acumulación de parafernalia. Sin embargo, varias aristas permiten un entendimiento más profundo de las influencias y preocupaciones de Leonard Cohen: el amor por Montreal, la impronta de la cultura judía, las peleas contra los demonios internos (que no fueron pocos), la aguerrida defensa de la libertad.
En una de las primeras salas de la exposición se aprecian en varias pantallas juegos de imágenes que acompañan dieciocho temas de Cohen, en versiones de músicos como Feist, Moby, Mélanie De Biasio y Ariane Moffatt. En un momento en que el ambiente se tiñe de rojo, la voz de la californiana Julia Holter entona “Take this waltz”. La actitud de los visitantes lo confirma: Cohen ha sido el alquimista de la banda sonora de muchas vidas.
Ari Folman, cineasta israelí conocido por películas como Vals con Bachir y El congreso, participa en esta exposición –su primera incursión en los museos– con “Depression chamber”, una instalación interactiva en un cuarto sellado. Ahí, los visitantes se acuestan en una especie de sarcófago para contemplar las letras de la canción “Famous blue raincoat” proyectadas sobre el techo. Poco a poco, las palabras mutan en distintos símbolos. “Cuando yo tenía diez años, mi hermana mayor vivió una pena amorosa. Se encerró durante días en su habitación y escuchó una y otra vez el disco Songs of Leonard Cohen. Es el primer recuerdo que tengo de él”, cuenta Folman. “No asocio esto a una fuerte depresión. Más bien, a una melancolía que puede ayudar”, agrega.
En “Passing through”, el artista hongkonés George Fok muestra el resultado de sus pesquisas en diferentes archivos audiovisuales. Al combinar fragmentos de conciertos de Cohen durante medio siglo de carrera, Fok refleja el magnetismo del artista canadiense en los escenarios, desde sus primeras presentaciones en los cafés bohemios de Montreal de los años sesenta hasta sus últimos recitales en salas y estadios de medio mundo. Un elemento sirve como hilo conductor: el amor de Leonard Cohen hacia su público. Se reconocen cambios en la vestimenta, se escucha una voz que se vuelve más rugosa con el tiempo, se divisa la llegada de las arrugas, pero también se confirma que Cohen jamás hizo concesiones: la sinceridad de su propuesta creativa era innegociable.
A pocos metros, Candice Breitz realiza un doble homenaje, tanto a temas del repertorio de Cohen como a la fidelidad de sus seguidores. Breitz presenta un círculo de pantallas; en cada una de ellas aparece cantando un admirador distinto, todos ellos habitantes de Montreal mayores de 65 años para quienes la música de Cohen ha sido entrañable compañera de dichas y sinsabores. A estas voces se suma el coro de la sinagoga Shaar Hashomayim, frecuentada por los Cohen desde hace varias generaciones. Cabe destacar que este coro colaboró en algunas canciones de You want it darker, el último álbum del artista. Uno podría pasar horas apreciando los gestos y la complicidad de este grupo de seguidores. Si hay una obra que se tenga que elegir en la muestra, es sin duda la de la sudafricana. Tecnología, ganas de cantar, empatía, calidad musical, letras finamente talladas: todo está ahí.
Otra obra que destaca es “The poetry machine” de Janet Cardiff y George Bures Miller. Al tocar los visitantes las teclas de un órgano Wurlitzer de los años 50, la voz de Cohen declama cada vez un poema distinto. De pronto, un señor con pinta de profesor universitario acciona el instrumento y surge de la garganta inconfundible del canadiense “The book of longing”, con aquellas famosas líneas: “My animal howls / My angel’s upset / But I’m not allowed / A trace of regret”. En la exposición participan varios artistas más, como Thomas Demand, Kota Ezawa, Tacita Dean, Christophe Chassol y Kara Blake.
John Zeppetelli, quien curó esta exposición en mancuerna con Victor Shiffman, comenta que la intención es presentarla más adelante en México y, de igual forma, buscar que llegue a España. Los deseos de Zeppetelli pueden servir para subsanar una de las pocas críticas que se le pueden hacer a A crack in everything: la falta de artistas de España y América Latina. Esto, por supuesto, va más allá de la necesidad de llenar cuotas nacionales: es muy conocido el impacto que tuvo la poesía de Federico García Lorca en Cohen. También se evoca cada vez más la atracción que sentía por Carlos Gardel. Asimismo, no son pocos los artistas de habla hispana que han subrayado la influencia que recibieron del hombre del sombrero: Rodrigo Fresán, Jaime López, Ray Loriga, Enrique Morente, por mencionar algunos.
¿Cuál habría sido la reacción del creador canadiense de haber podido recorrer las salas del museo dedicadas a esta muestra? Zeppetelli responde: “No tengo idea. Fue un hombre que protegió mucho su intimidad, aunque creo que estaría muy conmovido por tanto cariño”. De cualquier forma, las esencias de Leonard Cohen se perciben en cada rincón de la exposición: lo sagrado y lo profano, la música y la palabra, el placer y la melancolía, pero sobre todas las cosas, la huella que ha dejado en tantos corazones.
A crack in everything se exhibirá hasta el 9 de abril de 2018 en el Museo de Arte Contemporáneo de Montreal.
(Oaxaca, 1977) es doctor en ciencia política por la Universidad de Montreal. Colabora en medios impresos de España y América Latina.