Manifestación por la despenalización del aborto en la Cámara de Diputados, 1977, Ana Victoria Jiménez. Tomada de animalpolitico.com (vía Cuartoscuro).
Manifestación por la despenalización del aborto en la Cámara de Diputados, 1977, Ana Victoria Jiménez.

El archivo de Ana Victoria Jiménez y cuando lo político se empeña en hacer del feminismo una actividad personal

A pesar de que el archivo de Ana Victoria Jiménez es una parte imprescindible de la historia de México fue hasta 2011, 21 años después de que tomara la última foto, que la Universidad Iberoamericana decidió alojar este registro.
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Parece imposible que con los reflectores encima, el interés de un público que llegó a los cientos de miles, la tan codiciada cobertura de la prensa nacional, el apoyo de los directores de varios museos y una gira mundial que duró nueve meses, Judy Chicago tuviera problemas para alojar su obra.

Tampoco es como que Chicago hubiera podido apilar los 39 platos de cerámica de The Dinner Party, doblar el mismo número de manteles y meterlos, como con cualquier vajilla, en el trinchador. Cada plato era también una escultura, los manteles tenían incrustaciones de metal, retazos de cuero, trozos de madera. ¿A dónde iría la instalación completa, con sus 44 metros de longitud, una vez que se cumplieron los tres meses de su exposición temporal en el Museo de Arte Moderno de San Francisco?

Cuenta Chicago que alguna vez intentó regalársela a la Universidad del distrito de Columbia. Después de todo, la biblioteca pretendía renovarse como centro cultural. Enseguida un grupo de congresistas republicanos se opuso a la donación y amenazaron con recortar el presupuesto del fondo federal que financió The Dinner Party.

Fue hasta el 2007, 28 años después de su primera exposición, que el Museo de Brooklyn recibió a la monumental pieza; decisión que le debemos a Elizabeth A. Sackler, la primer mujer que participó en el patronato del museo y que además tuvo que crear un Centro de Arte Feminista para alojar The Dinner Party.

Para entonces buena parte del daño era irreversible. El Museo de Brooklyn publicó una crónica detallada de la decoloración de los textiles y la condición de los platos (algunos podrían haberse despostillado), así como un registro puntual de las técnicas que usaron para detener el deterioro. El polvo hizo su trabajo silencioso, la luz oxidó los colores y ya es rosa el ribete rojo de uno de los manteles.

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Las feministas de la Ciudad de México fueron parte de ese público que apoyó la exposición de  Judy Chicago. Una foto en blanco y negro, titulada The International Dinner Party tomada en 1979, es prueba de la cena organizada por el grupo para conmemorar a las mujeres que lucharon por el sufragio femenino en México.

Junto a Alaíde Foppa, una de las fundadoras de la revista feminista fem, una mujer sonriente levanta el brazo izquierdo. Es Ana Victoria Jiménez, una editora que terminó por convertirse en la fotoperiodista del movimiento de las mujeres del entonces Distrito Federal. La fotografía no era su profesión original, pero tampoco era la aficionada que se entretiene con un pasatiempo.  Mucho menos puede decirse que sus registros fueran el resultado de una inspiración caprichosa. Son, en cambio, un aspecto más de su militancia, del feminismo pensado y vivido en la cotidianidad.

Entre 1964 y 1990 Ana Victoria Jiménez tomó tres mil fotografías y coleccionó 500 carteles, pancartas y volantes. Sus imágenes retratan a las activistas (entre ellas, Mónica Mayer) fuera de las puertas de herrería de la Cámara de Diputados y durante la marcha por la despenalización del aborto de 1977. A las feministas frente al Ángel de la Independencia y tomando Reforma en el año de 1988, ocupando el Monumento a la Madre en 1976 o protestando en el Auditorio Nacional contra el concurso de Miss Universo un par de años después.[1] Por si fuera poco, Jiménez guardó los periódicos que cubrieron aquellas manifestaciones.

Este archivo del feminismo en la Ciudad de México y The Dinner Party tuvieron un destino similar. Ojalá fuera coincidencia.

Tampoco es como que Ana Victoria pudiera apilar miles de fotografías y guardarlas en un cajón de zapatos. Fue hasta 2011, 21 años después de que se tomara la última foto, que la Universidad Iberoamericana decidió alojar este registro. Una decisión que también le debemos a dos mujeres feministas, la historiadora del arte Karen Cordero y la artista Mónica Mayer.

Parece que toma al menos veinte años para que las instituciones culturales actualicen sus acervos. A pesar de que el archivo de Ana Victoria Jiménez sea una parte imprescindible de la historia de México, como señalaron en su momento Mayer y Cordero; a pesar también de que sus fotografías sirvan para definir cronologías, para imaginar diálogos entre las feministas mexicanas y las estadounidenses, para apreciar la longevidad del movimiento y compartir el peso de la décadas que ha tomado, y aún toma, la defensa de los derechos reproductivos de las mujeres.

Es entrañable la manera en que Ana Victoria Jiménez cuidó su archivo. “Me permití la acumulación” dice para explicar que su casa hizo las veces de una biblioteca. En entrevista con Angélica Abelleyra, cuenta que fueron sus amigas y las amigas de sus amigas quienes consultaron el acervo en un ambiente más familiar que institucional. Me imagino a Ana Victoria haciendo lo posible por evitar que el material se deteriorara, una tarea por lo demás bastante delicada. No es gratuito que los encargados de los archivos exijan que los visitantes se pongan guantes de látex ni que las transparencias y los negativos se resguarden muy lejos de la luz corrosiva y de la humedad disolvente, lejos también del moho y de la plaga de hongos. Incluso hay medidas para evitar incendios.

Tengo para mí que ser excluida de las instituciones culturales terminó por encomendarle a Ana Victoria otro trabajo no remunerado. Lo que debió haber sido de interés público fue, durante veinte años, un quehacer individual. A veces parece que lo político se empeña en hacer del feminismo una actividad meramente personal.

Nunca está de más preguntar qué se conserva, cuáles son las obras a las que se destina el presupuesto cultural, quiénes tienen acceso a los recursos y a los expertos de las bibliotecas y los museos. Quizá este par de anécdotas también hagan su parte en explicar por qué se necesitan mujeres feministas en puestos clave, con la facultad de tomar decisiones.

The Dinner Party se expuso en decenas de museos antes de alojarse en Brooklyn y las fotografías del archivo de Ana Victoria Jiménez se publicaron en varias películas y periódicos. Sin embargo, ver una exhibición montada en la sala de un recinto no significa que esta haya, al fin, entrado de lleno a las instituciones. Quizá haga falta eso que la artista e historiadora Julia Antivilo llama “maldad feminista” en los espectadores. Me los imagino preguntándole a los encargados de las exposiciones temporales a dónde van a parar las obras de las artistas.

Los reflectores suelen provocar en los espectadores la sensación engañosa de que el feminismo ya ha ganado todas sus batallas, cuando lo cierto es que más de una vez, e incluso, ahora las exposiciones feministas han terminado con el pequeño registro escrito de una entusiasta becaria que sí entiende lo que significa estar fuera de los museos. Entendamos esto como la resaca del día después del Día de la Mujer.

 

[1] Algunas fotografías pueden consultarse en la presentación del archivo de Ana Victoria Jiménez.

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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