La intimidad de los objetos: Yani Pecanins

La exposición “Las cosas sencillas”, en el museo Carrillo Gil, propone un recorrido por las distintas prácticas de una figura clave en el arte contemporáneo mexicano.
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¿Qué es un libro? Tal vez la respuesta más obvia implique definirlo, de manera simple, como un objeto hecho de papel y cartón con páginas encuadernadas. Sin embargo, mucho antes de la invención del libro tal como lo conocemos, diversas culturas encontraron maneras de conservar sus leyendas, rituales y conocimientos en otros formatos y materiales. Los pueblos prehistóricos pintaban escenas y símbolos en las paredes de cuevas; las civilizaciones mesopotámicas grababan registros en tablillas de arcilla; los egipcios escribían en rollos de papiro; las culturas indígenas americanas utilizaban códices de amate o maguey, tejidos o, incluso, nudos como en el caso de los quipus andinos; en la Grecia antigua los mitos se registraban sobre cerámica, vasos decorados y tablillas de cera. Hoy en día, muchos deciden leer en tabletas y formatos electrónicos. En fin, cada civilización ha utilizado los recursos a su alcance como soportes para preservar su memoria. Así, la historia del libro es también la historia de los objetos que han llevado significados a través del tiempo.

Yani Pecanins (Ciudad de México, 1957-2019) también lo entendió de ese modo: los objetos no solo son testigos del tiempo, sino portadores de relatos; las marcas de su uso y sus texturas hablan de una época, de un lugar o de una persona. A través de su trabajo como artista visual, editora y gestora cultural, Pecanins encontró que distintos artículos –una cuchara, un vestido, un peine, un libro desplegable– eran testigos de nuestras huellas.

La exposición Las cosas sencillas, en el museo Carrillo Gil, propone un recorrido por las distintas prácticas de Yani Pecanins desde un lugar fundamental: la casa. Como escribía Gaston Bachelard, “la casa es nuestro rincón del mundo. Es nuestro primer universo, Es realmente un cosmos”. Para Pecanins, la casa era un espacio desde el cual se construyen identidades y vínculos. Allí nacieron proyectos comoCocina Ediciones Mimeográficas–fundada junto a su hermano Walter Doehner y el artista Gabriel Macotela– donde el comedor, la estufa y el lavadero se transformaron en estaciones de la práctica editorial. Desde esa cocina, “donde se cocinan ideas”, se imprimieron libros de artista con un mimeógrafo casero. Más tarde, junto con Macotela y Armando Sáenz, fundó El Archivero, un espacio dedicado a la exhibición, venta y circulación de libros de artista. Este también fue un lugar donde se reunían y colaboraban artistas como Vicente Rojo, Magali Lara y Marcos Kurtycz.

Desde esos espacios cotidianos Pecanins encontraba formas de crear. No era casualidad que trabajara con planchas de ropa, pañuelos, estuches de costura o vestidos; objetos tradicionalmente asociados con lo femenino, con el cuidado, con las tareas domésticas, con lo pequeño. Sin embargo, en sus manos, tenían vida más allá de sus funciones prácticas, como si guardaran una historia que, a través del arte, podía salir a la luz.

Su primera exposición individual, La habitación de adentro (1998), estuvo inspirada en el diario de Ana Frank. En ella, Pecanins utilizó objetos cotidianos que intervino con bordados, textos y fotografías. En un vestido de su infancia, escribió fragmentos del diario de Frank. Parecía encontrar una conexión profunda con la joven autora: “hablaba de cosas que yo también había sentido… la vida interior, la identidad, lo que se percibe desde ese lugar donde uno está verdaderamente solo”.

Su segunda exposición, Exilios (2000), se centró en la migración de mujeres desplazadas por la guerra. El tema no le era ajeno: Pecanins provenía de una familia migrante, sus padres eran exiliados catalanes. Una de las decisiones más difíciles al migrar es elegir qué se lleva consigo. En ese acto, los objetos adquieren un valor simbólico: importan sobre todo por las memorias que contienen y por lo que representan en la vida de quien los guarda.

Sus libros de artista, muchos de ellos en formatos poco convencionales –como abanicos, cajas, peines o frascos– no solo contenían textos: cada pliegue, cada costura, cada marca era parte de una narración en la que el soporte participaba en la interpretación. Al concebir sus libros como portadores de memoria, Pecanins invitaba a leer de manera más íntima, más fragmentada, donde la narración se engarza en los detalles. Como hilos que se entrelazan al coser, las historias que contaba se conectaban con las manos y con el recuerdo.

La exposición incluye varios objetos, cada uno guardado en un frasco, como si Pecanins intentara preservarlos o enviarlos como mensajes en una botella, a la espera de un receptor. Pero más allá de conservar lo material –un gesto que va a contracorriente de una cultura que todo lo desecha–, Pecanins también cuidaba las palabras y las emociones. En su obra Las cosas que no dices (2001-2002), este gesto es evidente. La artista toma pañuelos, los interviene con textos escritos a mano –confesiones, ideas íntimas– y luego los enrolla. Estos pequeños paquetes de palabras quedan envueltos, protegidos detrás de un vidrio. El silencio, lo que no se pronuncia, también forma parte de la historia personal. Pecanins parecía preguntarse qué decimos con los objetos cuando ya no podemos decir nada con palabras.

A lo largo de su trayectoria, Yani Pecanins construyó su identidad a través de objetos cargados de significado personal: bordados, palabras, fragmentos que eligió mostrar –y otros que decidió resguardar. En su obra Autorretrato (2016), esto se vuelve especialmente evidente: una especie de caja abierta reúne distintos artilugios, algunos intervenidos con texto, como si cada uno hablara de una parte de sí misma. La pieza revela cómo nuestros objetos cotidianos son una extensión de quienes somos.

Pecanins no fue una artista de gestos grandes y es tal vez por eso que su obra conmueve tanto. Está compuesta de intimidad y de nostalgia. ~


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