Vista de Beijing, China, 16 de marzo de 2016, Iris Zhao. Tomado de https://www.reuters.com/article/us-china-industry-pollution-idUSKCN0Z3145
Vista de Beijing, China, 16 de marzo de 2016, Iris Zhao. Tomado de http://www.reuters.com/article/us-china-industry-pollution-idUSKCN0Z3145

¿Puede el arte hacer algo frente a las catástrofes ecológicas?

Quizá no pueden detener un gasoducto, pero con intervenciones más pequeñas algunos grafiteros han conseguido que los gobiernos locales emprendan acciones.
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Shanghai ya no se ve a la distancia. Hay que hacer un esfuerzo considerable para entrever las construcciones que antes se imponían sobre el mar y destacaban a lo lejos. Uno presiente que los rascacielos siguen en pie detrás del smog, sí, ¿pero por cuánto tiempo? Parece como si la ciudad estuviera borrándose.

Tierra adentro la situación no es más esperanzadora. Los ríos que corrían desde el primer plano hasta las montañas del fondo (y que por tanto tiempo funcionaron como una pasarela que guiaba a la mirada del espectador por el paisaje) ahora se fotografían de cerca: se encuadran para apuntar que la basura y los desechos de plástico ocupan el lugar de los nenúfares y los lirios.

De un sitio a otro, la contaminación ha cambiado la representación visual del paisaje. Para percatarse de ello, solo hace falta comparar a la Shanghai de hoy con las vistas de las ciudades que adornaban los libros del siglo XVI o con las litografías decimonónicas que presumían, a vuelo de pájaro, la extensión de un puerto. Se puede hacer un contraste parecido entre la tradición pintoresca del siglo XIX y las fotografías apocalípticas de los ríos tapizados de peces y anfibios muertos –cementerios inquietantes, porque en algo se parece una rana flotando panza arriba al cadáver de un hombre.

Además de trastocar la historia del paisaje, ofrecernos un nuevo vocabulario visual (hecho de osos acorralados en cubitos de hielo, aves empapadas de aceite, mares que avanzan y glaciares que retroceden) y crear conciencia entre los espectadores, ¿puede el arte hacer algo más frente a las catástrofes ecológicas? Por un momento quisimos creer que sí.

Entre 2015 y 2016 –y con entusiasmo anticipado–, el Huffington Post, Hyperallergic y una miríada de blogs publicaron que Aviva Rahmani había inaugurado una forma más eficaz de la protesta. Combinando derecho, arte y activismo, parecía que los manifestantes por fin dejarían de encadenarse a los árboles para impedir el paso de las excavadoras. La nueva estrategia, que parecía inteligente y heroica –no torpe y apasionada–, consistía en poner la protección jurídica del arte al servicio de la ecología.

La Visual Artists Right Act (VARA) es una ley federal que protege la integridad de la obra de arte frente a modificaciones posteriores. La abogada Cynthia Esworthy redactó una guía al respecto y ejemplifica: “supongamos que una empresa solicita una escultura para adornar un edificio pero que, con el tiempo, decide redecorar sus instalaciones de tal manera que pone en riesgo a la obra en cuestión. Gracias a VARA, el artista puede acudir al tribunal para exigir que su escultura no sea modificada ni destruida”. En términos jurídicos, esta ley definió que ser propietario de una obra artística no confiere el derecho de alterarla ni dañarla: la escultura debe conservarse íntegra.

Con esto en mente, Rahmani decidió pintar las notas musicales de una sinfonía en los árboles del bosque de Peeksill, Nueva York, justo donde la compañía Spectra Energy planeaba construir un gasoducto. Pensando que el estatus jurídico de su instalación artística podría ponerse al tú por tú con los intereses de la industria energética, Rahmani declaró que si Spectra Energy seguía con sus planes, dañaría irremediablemente la obra, en contra de lo dispuesto por VARA. La construcción rompería la partitura que es ahora esa porción del bosque: la sinfonía no podría tocarse.

Un blog especializado en arte y derecho se atrevió a ser el aguafiestas del nuevo arte ecologista. VARA no protegería a la Blued Treed Symphony, el proyecto tenía la misma eficacia que rezar un Padre Nuestro. La jurisprudencia que citó le daba la razón: tiempo atrás, la Suprema Corte de Massachussets interpretó que la legislación no tenía la intención de imponerle al propietario una carga tan onerosa como la que supone preservar una obra en su sitio original. Sus responsabilidades, entonces, se limitaban a notificar al artista del cambio y a transportar la pieza de la manera más segura posible, evitando que sea dañada en su traslado. Así, la integridad no implica –y casi parece un sinsentido– que una escultura, instalación o pieza de Land Art deba permanecer en el lugar para el que fue pensada. A finales del 2016, como pronosticó Keegan, los medios reportaron que la Blued Trees Symphony había sido derrotada.

Diez años antes, lejos de abogados y tribunales y por medio del grafiti, Alexandre Orion sí consiguió poner en jaque al gobierno de Sao Paulo. Durante dos semanas y por las noches, Orion usó un túnel de la ciudad como lienzo. No echó mano de la pintura en aerosol (habría sido arrestado); en cambio, con un trapo y su dedo índice fue dibujando una serie de cráneos sobre el smog –como quien escribe “ya lávame” sobre un carro polvoso. En rigor, no estaba ensuciando ni dañando la propiedad pública, sino limpiándola (la práctica se conoce como Reverse Graffiti), de modo que los policías no podían detenerlo. Al poco tiempo, el gobierno –expuesto ante los transeúntes como un propietario desobligado y cochino– tuvo que limpiar el túnel para remover el ingenioso graffiti.

Hay quien piensa que el Reverse Graffiti de Orion no es más que una ocurrencia –y es cierto que el dibujo no es gran cosa–, pero quizás hay algo interesante detrás. El grafiti depende de los ritmos de la ciudad para ser visto: se pintan vallas públicas para que los transeúntes puedan apreciarlas y vagones de metro para que las obras recorran todas las estaciones. Sin embargo, de un tiempo acá, parece que los artistas han hecho que el graffiti dependa del ritmo de la contaminación. Hace algunos años, Banksy escribió “I don’t believe in global warming” en una de las paredes del Canal de Camden (Londres): y no sería más que un rayón salvo porque el nivel del agua ha incrementado debido al calentamiento global. En el mismo sentido, el grafiti de Alexandre Orion no existiría si los túneles de Sao Paulo no se contaminaran una y otra vez. Más que un arte que regrese a la naturaleza para protegerla –como pretendió hacer Aviva Rahmani– los grafiteros han empezado a emplear a la contaminación y sus efectos como materiales artísticos. No pueden detener un gasoducto, pero con intervenciones más chicas, Orion consiguió que el gobierno de Sao Paulo emprendiera un programa de limpieza en la ciudad.

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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