El video en el que Apple presentó su nuevo visor de realidad aumentada y virtual Vision Pro comenzó como se esperaría: el usuario se colocó las voluminosas gafas y se le mostró un menú de aplicaciones conocidas como Safari, Fotos y Mensajes. Pero rápidamente quedó claro que el visor no solo se estaba presentando como un dispositivo para computación individual. “Fundamental en Apple Vision Pro”, señalaba la demostración, “es que no estás aislado de otras personas”. Llamaba la atención la frecuencia con la que las imágenes y el lenguaje del video promocional se centraban en las interacciones sociales. Varias veces, la presentación del Vision Pro mostraba al usuario del visor interactuando casualmente con amigos sonrientes o con sus hijos, como si no fuera extraño que alguien lleve un equipo de buceo de alta tecnología por todos lados.
Aun como fanático de Apple que soy, tengo mis dudas acerca de la realidad social perfectamente cuidada que se presenta. Soy optimista acerca de los visores portátiles en casos de uso específicos, como la creación de historias digitales, la innovación educativa o jugar juegos individualmente. Pero mi escepticismo sobre la capacidad de Apple para crear, como promete, “una nueva forma profunda de estar juntos”, proviene de mi experiencia con un dispositivo similar (aunque mucho menos avanzado tecnológicamente): Google Glass, con el que mis clases en la Universidad de Lehigh experimentaron hace casi 10 años. Mis estudiantes descubrieron rápidamente los inconvenientes sociales de estos dispositivos; su intrusividad provocó interacciones sociales incómodas o incluso hostiles.
Vision Pro es más brillante y elegante que Glass, y sus características y calidad han mejorado drásticamente. Sin embargo, su diseño replica una dinámica social específica de la forma en que se presenta a quienes rodean al usuario: es un visor portátil con una cámara incorporada que puede tomar fotos o videos. Todos los atractivos del Vision Pro son cosas que el usuario puede experimentar; quienes lo rodean simplemente quedan sujetos a esa experiencia.
La oferta de Apple se enfrenta a la herencia dejada por Glass, que inicialmente despertó curiosidad, pero pronto provocó paranoia. Los usuarios empezaron a ser llamados “Glassholes” debido a la forma incómoda en que se comportaban en público (el término inspiró un divertido sketch en el programa de comedia Saturday Night Live). Para ser justos, parte de esa burla era bien merecida: un pequeño grupo de usuarios de Glass cruzaban los límites individuales de manera agresiva y llevaban el dispositivo en espacios tales como baños públicos. Pero independientemente de eso, Glass se convirtió en un chiste que desde entonces ha afectado a otros productos de realidad aumentada.
Esta es una de las cosas que hicieron que la presentación del Vision Pro se sintiera extraña. Mostrar visualmente lo que se supone que es un producto es una estrategia a largo plazo de Apple y puede acelerar su adopción al permitir que los consumidores se imaginen usando el dispositivo. Esto funciona bien para nuevas categorías de productos, cuando el público es prácticamente una hoja en blanco. Pero la elección de mostrar a Vision Pro como un dispositivo social ignora las lecciones aprendidas de Glass sobre el impacto de la tecnología de realidad aumentada y virtual en la interacción social y la narrativa más amplia en torno a dichos dispositivos. Durante la presentación de Apple, vimos a un padre agachado en el suelo cerca de sus hijas pequeñas, llevando el dispositivo y grabando videos como recuerdos. Toda la escena se sentía extraña, en sus supuestos implícitos acerca de la normalidad, el consentimiento social y cómo nuestros hijos (y muchas otras personas) podrían sentirse al ser constantemente observados a través de un lente.
En 2013, fui uno de los primeros Exploradores de Google Glass (sí, ese era el nombre oficial) que recibieron acceso exclusivo y anticipado al dispositivo en su etapa de pruebas. Quería probar el potencial de Glass tanto para fines educativos como para el periodismo, así que utilicé mi clase de multimedia en Lehigh para experimentar con nuevos tipos de historias visuales. Glass tenía aplicaciones funcionales para cosas como mapas y juegos, visibles a través de una pantalla rectangular y transparente que flotaba sobre el ojo derecho.
Pero la característica crítica de Glass era la cámara, capaz de capturar fotos y videos de buena calidad. Mis estudiantes realizaron mucho trabajo de fotografía y video con el dispositivo. Esto incluía mini-documentales filmados por el alumno mientras llevaba Glass, para que pudieras ver una historia a través de sus ojos. Mis estudiantes crearon historias divertidas sobre algunos talentos como la carpintería y la técnica del vidrio soplado. Me siento muy orgulloso de lo que hicimos creativamente.
Fue su otra tarea, un ejercicio social, la que mostró los problemas de los dispositivos de cámara portátiles. Para ella, se le exigía a cada estudiante llevar puestos los Glass en todo momento por dos días, mientras estuvieran despiertos (en clase, con sus compañeros, en el gimnasio, etc.), y después escribir un diario sobre sus interacciones. Se les instruyó que no tomaran fotos ni videos de otras personas sin su permiso, y que fueran sinceros al decir que lo llevaban puesto como parte de una tarea. También podían apagarlo por razones sociales, como si alguien se sentía incómodo con la cámara.
Incluso con estas explicaciones, y con el dispositivo apagado, los estudiantes me dijeron que las personas a su alrededor no sabían cómo reaccionar después de que su curiosidad inicial por la tecnología de los anteojos desapareciera. A los profesores en clase o los amigos en fiestas les ponía nerviosos ser grabados. Incluso cuando las personas conocían al estudiante, apagar el dispositivo no fue suficiente. En algunas ocasiones tuve que darles permiso, vía mensaje de texto, de quitarse los Glass porque los costos sociales eran demasiado altos. Mis estudiantes fueron valientes y siguieron adelante, incluso me enviaron selfies mientras llevaban puesto el dispositivo en fiestas acompañadas de mensajes como “#omgawkward”. Pero estimaron que estuvo apagado probablemente el 75% del tiempo.
El objetivo de esta tarea era poner a prueba qué tanto podría aceptar la sociedad el acto de llevar un dispositivo de este tipo en espacios públicos. Descubrimos que el dispositivo tenía un buen potencial, pero era antisocial por naturaleza; después de todo, es tecnología que llevas puesta en la cara, que interfiere con tu capacidad para mirar a alguien a los ojos y, por lo tanto, interrumpe la conexión. El volumen y la tonalidad oscura del Vision Pro agravan ese problema. Podrías pensar que esto no es tan diferente de la forma en que ignoramos a nuestros amigos o familiares mientras miramos nuestros teléfonos, o cómo vemos el mundo a través de sus cámaras. Pero las experiencias de mis estudiantes me enseñaron lo contrario.
En primer lugar, es más fácil indicar visualmente el cambio de atención del teléfono a un amigo. Puedes bajar el teléfono, guardarlo en el bolsillo o levantar la mirada para comunicar que estás presente. Con el Vision Pro o con los Glass esa señalización es mucho más difícil, las personas que están fuera del dispositivo no pueden saber qué estás mirando dentro de él. Las cámaras de mano o los teléfonos también vienen con señales más claras y universalmente comprensibles: sostener el dispositivo de cierta manera indica “estoy tomando fotos o un video”. Esas señales desaparecen con una cámara portátil. El precio de estos dispositivos también crea una exclusividad inherente y un desequilibrio de poder. Por otro lado, la accesibilidad relativa y la universalidad de los teléfonos significan que todos tenemos oportunidades similares de hacer el bien o el mal, un tipo de destrucción mutuamente asegurada que fomenta la construcción de normas sociales en torno a su uso.
El teórico de la comunicación Marshall McLuhan observó famosamente que “el medio es el mensaje”, con lo que nos desafió a ir más allá de la fase de admiración de las nuevas tecnologías y hacer preguntas sobre sus efectos sociales. ¿Qué significa tener una sociedad con esta nueva tecnología y cómo su invención nos cambia? La conclusión de nuestro experimento con los Glass fue que las cámaras de los visores portátiles crean cargas para aquellos que rodean al usuario, haciendo que las interacciones sociales sean incómodas y generando desconfianza donde antes no existía.
Las interacciones sociales podrían evolucionar a medida que los visores portátiles se vuelvan más comunes. Esto sucedió cuando los teléfonos se convirtieron en parte de nuestras reuniones sociales. Pero en lugar de aceptar los teléfonos omnipresentes sin condiciones, creamos reglas para gobernar las interacciones.
Al igual que con los Glass, Vision Pro tendrá usos interesantes. Tiene mucho potencial para los videojuegos y uso en los medios. Puedo ver usos periodísticos y creativos, siempre y cuando haya entendimiento y una forma de negociar el consentimiento al usar el dispositivo.
Pero para un uso social casual, Apple está pidiendo a las personas que imaginen un futuro en el que se crean de manera fluida (y rápidamente) normas sociales sobre dispositivos portátiles y consentimiento. La reacción visceral que inevitablemente despertarán los usuarios del Vision Pro en público es un fuerte contraste para una empresa famosa por productos como los icónicos audífonos blancos o las iMacs de colores llamativos, diseñados de manera experta para aprovechar el deseo de las personas de construir influencia social. Al estilo clásico de Steve Jobs, la propuesta de Apple pasó rápidamente por la fase incómoda y se centró directamente en la historia que quiere contar, una que habla de construir capital social, influencia y conexión a través de un dispositivo. Pero esta vez era para un producto cuya categoría está plagada de casos de desconexión y paranoia.
Vision Pro podría algún día cumplir con la ambiciosa propuesta de Apple, pero la aceptación que conduzca a su adopción masiva dependerá de cómo los usuarios se comporten y de cómo se establezcan las normas sociales en torno a la nueva tecnología. No podemos evitar la fase incómoda si queremos construir normas sociales para dispositivos de realidad aumentada y virtual, y todo será mucho más complicado de lo que sugiere la presentación de hace unos días. ~
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
es profesor asociado de periodismo y comunicación en la Universidad de Legigh en Bethlehem, Pennsylvania.