Con 250 metros y trece pisos, el Crystal Serenity incluye seis restaurantes, varias albercas, un casino, un cine y una práctica de golf. Ha sido descrito en la prensa como “el crucero más peligroso del mundo” y, en lujosos folletos publicitarios, como “la última expedición para el auténtico explorador”. Es un viaje histórico, que representa la apertura de una de las últimas fronteras del mundo.
También es una abominación: un enorme y contaminante insulto, capaz de destruir hielo y arrojar deshechos a lo que queda del planeta, cortesía de 1,089 de sus más ricos y destructivos habitantes.
Y solo es posible gracias al cambio climático y la crisis existencial alrededor del mundo que estas mismas personas, y la gente como ellas, han ayudado a provocar.
Con un costo de 350 millones de dólares y un peso de 68 mil toneladas, el Crystal Serenity, operado por la línea Crystal Cruises, basada en Los Ángeles, zarpó de Anchorage, Alaska. Su itinerario de 32 días lo llevará a Nueva York a través del mítico paso del Noroeste. O, más bien, al antes mítico paso del Noroeste: gracias al calentamiento del océano, el otrora infranqueable atajo entre el océano Atlántico y Pacífico se quedó sin hielo en el verano de 2007 por primera vez desde que se inventaron las imágenes vía satélite.
Un número cada vez más amplio de barcos de carga y recreación han logrado llevar a cabo el viaje en años recientes, pero el Crystal Serenity será, por mucho, la embarcación más grande en lograrlo. Abordo estará un grupo de pasajeros quienes pagaron alrededor de 22 mil y 120 mil dólares por el privilegio, además de 50 mil extra para un seguro de evacuación de emergencia, según la National Geographic. Tendrán a su disposición un equipo de más de 600 personas, un spa, un gimnasio, una estética y una tarjeta complementaria para escapar del infierno.
Bromeo, por supuesto.
No obstante, debido a que el calentamiento global no ha acabado completamente con el hielo del Ártico (todavía) el viaje será auténticamente peligroso. Como precaución, el Crystal Serenity estará acompañado de un bote para romper el hielo y dos helicópteros. Mientras tanto (¿por coincidencia?) el Departamento de la Defensa estadounidense sostendrá un entrenamiento de cinco días en preparación para la posibilidad de una operación de rescate masivo en el Ártico. El entrenamiento comenzó en Nome, Alaska, el día después de que el crucero zarpó.
Será más difícil prepararse para la posibilidad de un derrame de combustible como el que ocurrió cuando un crucero se hundió en la costa de Antártica en 2007, envenenando las zonas aledañas donde los pingüinos se aparean.
Incluso los cruceros que no se hunden pueden dañar el mundo que los rodea. Además de sus exorbitantes emisiones de carbono, los cruceros comerciales arrojan alrededor de mil millones de galones de deshechos al mar cada año, según un estudio de 2014 llevado a cabo por Friends of Earth. Aunque dice que se encarga de sus desechos y que evita arrojarlos cerca de la costa, Crystal fue una de las cuatro líneas que recibieron una calificación negativa en el reporte del 2014.
No es solo el gobierno estadounidense el que se las ha arreglado para acomodar los caprichos de estos turistas millonarios. National Geographic dice que la comunidad inuit de Ulukhaktok, en Canadá, se ha reunido durante los últimos dos años para entrenarse para la llegada de un crucero cuya población es cuatro veces mayor que la del pueblo mismo. El Crystal Serenity atracará en el poblado y sus pasajeros desembarcarán en grupos de 150 a la vez.
La gente de Ulukhaktok debe acostumbrarse a la presencia de extraños. Diversos analistas señalan que, de ser económicamente viable, el crucero Crystal Serenity le abrirá el paso a muchos más cruceros de este tipo en los próximos años. Dado el éxito que ha tenido este primer viaje, Crystal Cruises dice que ya planea un segundo viaje por el paso del Noroeste en 2017.
Cuando los ambientalistas hablan del cambio climático, tienden a enfocarse en sus costos enormes y potencialmente catastróficos. Pero, como Crystal Cruises nos recuerda, hay otros que prefieren enfocarse en sus beneficios y lucrar con ellos.
¿Qué tipo de persona se gastaría decenas de miles de dólares para participar en un crucero que simultáneamente celebra y acelera la degradación de uno de los últimos sitios prístinos del mundo? Aunque es difícil entenderlo, una anécdota que aparece en un número de Travel and Leisure dedicado a los cruceros del Ártico nos ofrece una clave.
En ella, el autor cuenta cómo una manía adquisitiva se apoderó de los pasajeros cuando finalmente vieron osos polares:
“Creo que por eso seguimos acercándonos cada vez más mientras ellos (los osos) nadaban para alejarse de nosotros, cruzando de un lugar a otro y escalando un monte. Había gente en ese crucero –una minoría, probablemente- que más adelante criticó la decisión de seguirlos. Los osos polares, señalaron, a veces pasan casi un mes sin hallar nada de comer y no pueden gastar calorías para nadar y alejarse de seres humanos, aunque esos seres humanos solo quieran compartir fotos de ellos en Facebook. No estoy seguro, sin embargo, de que tuviéramos otra opción. Si no hubiéramos visto osos polares, creo que hubiera habido un motín”.
Estas son el tipo de personas que no se detendrán para satisfacer su sed de consumo, no solo de bienes sino de experiencias. Siendo justos, su meta probablemente no sea arruinar el Ártico. El problema es que, en su propio cálculo moral, el coeficiente asignado a su placer es el infinito.
Publicado previamente en Slate.
Escribe sobre tecnología para Slate.