Tengo un sobrino de cuatro años que siempre sale fatal en las fotografías para las que le piden posar. Mi hermana, su madre, dice que su nula o fingida sonrisa –esa mueca que hace a regañadientes cuando alguien le pide que sonría– le recuerda a mí. No miente. A la fecha, en solo en una de cada veinte fotografías salgo sonriente y por “sonriente” me refiero a no cerrar los ojos, coordinar algunos de los doce músculos que, dicen, se necesita para mover los extremos de la boca y enseñar un poco los dientes sin que parezca que tengo la mandíbula trabada. De “reír con los ojos” ni hablemos.
Dicho eso, debo añadir que mi mala fotogenia no tiene nada que ver con el enfado que siempre me ha causado esa presión familiar, escolar y laboral para sonreír, tener una actitud positiva y ser –o parecer– feliz.
Sobre cómo el pensamiento positivo ha ido impregnando diversos ámbitos de nuestra vida, incluidas peligrosamente la salud y las finanzas, Barbara Ehrenreich tienen un libro estupendo, cuya tesis general puede verse en este video:
Y antes que Ehrenreich, los psicólogos Julie Norem y Nancy Cantor observaron que cuando estamos frente a una decisión/situación riesgosa con posibilidades de fracaso y amenaza a la autoestima, la gente suele dividirse en dos grupos: los optimistas estratégicos y los pesimistas defensivo-estratégicos. Los primeros imaginarán el mejor resultado posible y harán planes (con mucho entusiasmo, obviamente) para que esto ocurra. Los pesimistas por su parte, incluso si han tenido éxito en situaciones anteriores similares, saben que esta vez es distinta, que todo puede irse al demonio y proyectarán soluciones teniendo en mente un posible escenario adverso. Normen y Cantor encontraron que los optimistas solían tomar decisiones más arriesgadas (menos calculadas, menos analizadas y en consecuencia menos exitosas) y que la ansiedad de los pesimistas defensivos se traducía en acciones metódicas con las que, en general, obtenían mejores resultados que los optimistas. Esto es, ser positivo y optimista no tiene una relación de causalidad con el éxito y la toma de decisiones correctas (acá puede verse un estudio similar hecho con las decisiones de los CEO´s).
Punto en contra de los optimistas positivos
El pasado 29 de abril los pesimistas consiguieron la que quizá sea su primera victoria legal. La historia se remonta a 2013 cuando los trabajadores de T- Mobile, demandaron ante el National Labor Relations Board (NLRB), la máxima autoridad estadounidense en materia laboral, la exclusión de una cláusula del Manual de empleados que decía:
"Se espera que todos los empleados mantengan un ambiente positivo de trabajo, comunicándose de una manera que permita el trabajo eficaz y las relaciones con clientes internos y externos, compañeros de trabajo y gestión”
El NLRB falló a favor de los trabajadores, entre otras cosas, porque los conflictos laborales, la organización sindical y el ambiente de trabajo en general, con frecuencia implican controversias, críticas del y al empleador, argumentos, declaraciones y confrontaciones agitadas que podrían considerarse “no positivas”. Una cláusula tan vaga como esa hubiera mantenido a los empleados alejados de cualquier intento de queja o diatriba laboral por temor a violar la norma del ambiente positivo.
El veredicto del NLRB es un rayo de esperanza (¡oh ironía!) para los pesimistas defensivo-estratégicos y, de paso, para todos aquellos que no sonreímos en las fotos de los pasteles de cumpleaños de la oficina.
Así que, don’t worry, be hapless…
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.