Este artículo forma parte del Free Speech Project (Proyecto Libertad de Expresión), una colaboración entre Future Tense y el Tech, Law, & Security Program del Washington College of Law de la American University, en el cual se analiza la forma en que la tecnología está influyendo sobre lo que pensamos acerca de la expresión.
Alex, de 28 años, pedalea su bicicleta a lo largo de un barrio de la Habana entregando el paquete. No importa que el mandato de “quédate en casa” esté en vigor: él sale con mascarilla y lleva solución de cloro. Lo que entrega ahora es más preciado que nunca debido precisamente a la cuarentena: Alex suministra a sus clientes información y entretenimiento. Entrega el ” internet fuera de línea” cubano.
“Mi clientela prácticamente se ha duplicado desde que empezó el confinamiento”, afirma.
“El paquete” inició alrededor de 2008. Hoy es un disco duro con casi un terabyte de revistas, películas, música, juegos y telenovelas descargadas (incluso provenientes de Turquía). La mayoría de los clientes pagan alrededor de $2 o $3 dólares por todo el paquete. Ahí podrás encontrar los más recientes estrenos de Hollywood, el show de Jimmy Fallon, el de Rachel Maddow, melodramas coreanos y cualquier programa de televisión popular hispano o estadounidense que se pueda imaginar. Se trata de contenido digital administrado por medio de una infraestructura humana. Si no quieres comprar nada del disco duro, incluso puedes pagar por una cierta cantidad de episodios por unidad o por peso de datos, de la misma forma en que compras manzanas, y solo en efectivo. Entonces alguien como Alex transfiere el contenido a sus dispositivos.
De ahí el nombre el paquete. La red de distribución funciona de la siguiente manera. Hay al menos tres lugares donde se selecciona y descarga el contenido; no sabemos con exactitud el lugar donde se lleva a cabo, pero parecen ser ubicaciones con un ancho de banda para internet desconocido en Cuba. Dos de las principales fuentes son conocidas como Omega y Crazy Boy. Ellas suministran a intermediarios, los cuales, a su vez, venden el contenido a repartidores como Alex. Posteriormente, este último eslabón de la cadena llevará los discos de memoria a todos los clientes, a fin de que seleccionen lo que quieran, y transferirán el contenido para su uso personal. A veces se reúnen en un punto de entrega público; en otras acuden a los hogares de los clientes.
Las colecciones viajan los 1,250 Km de longitud de toda la isla, de este a oeste, por medio de una red de mano en mano, con la ayuda de conductores de autobús que ayudan a propagar el contenido más allá de La Habana. Por lo menos, hasta que golpeó el virus y se suspendió el transporte entre provincias. Algunos de los repartidores también dejaron de trabajar a finales de marzo, cuando se decretaron la mayoría de las medidas en Cuba. Aquellos que continuaron han experimentado un incremento en la demanda. A pesar de la incertidumbre económica, más gente está adquiriendo contenido de entretenimiento, y quienes ya lo compraban ahora tienen más tiempo para verlo.
Este sistema extraoficial resulta particularmente importante ahora que el país se encuentra en confinamiento. Hasta finales de mayo, Cuba había atestiguado alrededor de 2,000 casos confirmados del nuevo coronavirus y 83 fallecimientos.
((Al 23 de junio se han registrado 2,315 casos y 85 muertes. ))El gobierno asevera que la pandemia está “controlada” en la isla. No obstante, las medidas de confinamiento aún no se han retirado, debido a temores de un brote peor.
El paquete es necesario puesto que la transmisión vía internet (streaming) es demasiado cara para la amplia mayoría de los cubanos. En 2016, alrededor de año y medio desde que empezó el descongelamiento de la relación entre Estados Unidos y Cuba, Netflix lanzó su servicio en la isla con un valor de $7.99 dólares al mes. En aquel tiempo el internet estaba disponible en Cuba, pero los ciudadanos regulares (es decir, aquellos que no poseen un cargo que ofrezca acceso a la red) debían acudir a sitios con acceso público de Wi-Fi y pagar $2 dólares por hora, una suma alta en un país donde el salario mensual promedio equivale a $30 dólares.
La mayoría de los accesos públicos de Wi-Fi están localizados en parques o esquinas de calles, llenos de personas intentando obtener buenas señales para sus teléfonos, hablando con parientes en el extranjero en videollamadas engorrosas y ruidosas. No es exactamente el mejor lugar ni el más tranquilo para leer, mucho menos para ver algo. El ancho de banda tampoco lo permitiría de cualquier forma. En el presente, existen más opciones de internet — pero siguen siendo muy costosas para la mayoría de las personas y no ofrecen un servicio excelente.
El precio de estos accesos públicos de Wi-Fi ahora ha descendido a 70 centavos de dólar por hora, pero esto aún se encuentra fuera del alcance de muchos. En 2017, el país presenció el lanzamiento de Nauta Hogar, el primer servicio de banda ancha cubano. El plan más económico cuesta $15 dólares por 30 horas al mes (durante la pandemia se extendió a 40 horas), pero está disponible solo en áreas específicas. Los datos móviles también se expandieron a principios de diciembre de 2018. Hasta ahora, el plan más económico cuesta $5 dólares por 400 MB de datos o 10GB por $45 dólares. Se agotan realmente muy rápido, incluso si tienes cuidado de limitar el tiempo de conexión y evitar videos o cualquier otro contenido pesado. Aun así, desde el 8 de marzo el tráfico de datos móviles se incrementó 92 por ciento y Nauta Hogar 96 por ciento, de acuerdo con lo que informa Etecsa, la compañía de telecomunicaciones de Cuba. Esto no necesariamente significa un incremento importante de usuarios, sino más bien que la misma gente ha pasado más tiempo en línea.
El Global Digital Yearbook informó este año que Cuba tiene una penetración de internet por arriba del promedio, de acuerdo con la cantidad de usuarios. Sin embargo, el uso de la red por parte de los cubanos es intermitente y ocasional. Yo creé un acceso a internet con mi teléfono para conectar mi computadora y, me conecto y desconecto intermitentemente mientras recababa información para este artículo.
Todo esto ha ocasionado que el encierro se vuelva un desafío. Filósofos en Estados Unidos y otros países ricos hablan sobre la pantalla dividida como la metáfora visual de la nueva era, pero Zoom no está disponible en Cuba. Y aunque lo estuviera, apenas podríamos utilizarlo debido a las limitaciones de internet. Fuera del gobierno, no hay eventos virtuales, trabajo completamente remoto o profesores impartiendo clases o conferencias en línea a sus estudiantes. Los estudiantes cubanos ven clases por televisión y hablan con sus maestros por teléfono. Algunos de ellos, por lo menos.
A principios de esta pandemia, hubo un intento de habilitar el comercio digital. Por primera vez, algunas tiendas grandes estaban vendiendo productos por medio de un sitio web, con servicio de entrega. Dos semanas después, el sistema se colapsó debido a la alta demanda y la falta de infraestructura para soportarlo y responder. “Si hubiéramos avanzado más, habría sido posible enfrentar mejor el escenario que la covid-19 nos ha impuesto”, dijo el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, con respecto al comercio electrónico.
Mientras tanto, los cubanos han creado –una vez más–sus propios sistemas. Por ejemplo, hay gente que usa grupos de WhatsApp y Telegram para la venta de vegetales, aceites, pollería, panadería, etcétera. Los proveedores notifican a los miembros del grupo sobre los productos disponibles.
Estos sistemas –la entrega física de contenido digital, el improvisado comercio electrónico– funcionan, pero se han empalmado. En la pandemia, las fallas del internet cubano se aprecian con mayor claridad, y se vuelven mucho más evidentes para las personas que lo usarían.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
es una periodista cubana con ocho años de experiencia en medios digitales. Fue editora en jefe de OnCuba News y fue becaria Humphrey en la Arizona State University.