La visión incompleta de John Perry Barlow

Inspiró a los activistas a luchar por la libertad individual en internet. Murió luchando por la justicia. John Perry Barlow, cofundador de la Electronic Frontier Foundation, murió el 7 de febrero a los 70 años.
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En 1996, John Perry Barlow escribió la “Declaración de independencia del ciberespacio”, precisamente en el Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza. Puede parecer un lugar inusual para que el poeta y antiguo letrista de Grateful Dead redactara uno de los documentos fundacionales del ciberactivismo, pero, en realidad, fue un lugar de lo más apropiado: el manifiesto de Barlow y el movimiento que surgió gracias a él ayudaron a dar forma al internet dinámico (y a menudo también peligrosamente privatizado) que tenemos hoy.

Barlow falleció el miércoles 7 de febrero a los 70 años.* La Electronic Frontier Foundation (EFF), organización para la defensa de los derechos civiles en el ciberespacio que cofundó en 1990, y en la que yo solía trabajar, mencionó en una publicación que murió tranquilamente mientras dormía. Su partida nos deja un legado que ha moldeado la misión de las personas que luchan por un internet abierto; una misión que no ha sido completada.

Barlow era reconocido por su carisma y por las personas con las que se relacionaba. Consumió LSD con Tim Leary, fue granjero en Wyoming y, en la década de 1970, hizo campaña apoyando la candidatura de Dick Cheney al Congreso, aunque luego lo rechazó por ser compañero de fórmula de George W. Bush.* Había admitido, además, ser un Don Juan. Si Barlow era algo, era difícil de definir. Dejó pasar la oportunidad de asistir a la Facultad de Derecho de Harvard para viajar por la India, aunque años después terminó convirtiéndose en miembro emérito del Berkman Klein Center for Internet and Society en Harvard.

Barlow era un libertario autoproclamado, sin embargo, al fundar la EFF, demostró que comprendía la necesidad de trabajar con el gobierno, si bien no le encantaba la idea. Quizás para intentar aclarar esta aparente contradicción, seis años después escribió el famoso manifiesto que se convirtió en la guía de numerosos activistas, ingenieros y de aquellos que soñaban con construir un futuro digital nuevo y sin límites, donde sus habitantes pudieran crear sus propias reglas, libres de las restricciones del control gubernamental. El documento comienza con estas célebres palabras:

Gobiernos del Mundo Industrial, gigantes vetustos de carne y acero, yo vengo del Ciberespacio, el nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, les pido a ustedes, del pasado, que nos dejen en paz. No son bienvenidos entre nosotros. No tienen soberanía alguna ahí donde nos reunimos.

 

Fue una provocación y un desafío a las leyes y a sus creadores, que además contenía el argumento central de la EFF: estas personas poderosas no entendían la esencia del ciberespacio. Por eso, era necesaria la existencia de una organización que pudiera trabajar para la protección de los derechos constitucionales en línea. Barlow tenía razón. La información en línea se mueve de formas que contradicen la comunicación tradicional: reproducir un documento digital es gratuito, un grupo de personas puede construir empresas enormes sin siquiera hablar o conocerse personalmente, se pueden crear nuevos mundos y se pueden hackear y destruir viejos mundos; todo esto sin necesidad de salir de la oficina. “Los gobiernos derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados. Ustedes no han solicitado ni recibido el nuestro”, escribió Barlow. “Nosotros no los invitamos. No nos conocen, ni conocen nuestro mundo. El ciberespacio no se encuentra dentro de sus fronteras”.

Barlow se enfocaba en la amenaza que el gobierno podría representar para la apertura de internet, no en la amenaza que representarían las corporaciones, libres de la regulación gubernamental. Y esta ha sido la estructura básica que ha dado forma al ciberactivismo durante los últimos 20 años.

Durante décadas, muchos de aquellos que han luchado contra la vigilancia digital en los Estados Unidos se han enfocado primordialmente en la vigilancia gubernamental, no en la corporativa, aunque ambas están interrelacionadas. Mientras los activistas de los derechos civiles digitales han presionado por décadas sin éxito para que se reduzca el tamaño y alcance de la doctrina de seguridad nacional, las compañías de internet se han convertido en superpotencias de vigilancia al estar libres de las estrictas regulaciones o supervisiones gubernamentales, al poder manipular lo que sabemos y cómo nos sentimos y al ampliar las desigualdades para el beneficio de sus plataformas de anuncios basadas en estereotipos.

Hemos visto numerosas peticiones que demandan que el gobierno restrinja sus poderes de vigilancia, pero no ha habido tanto apoyo cuando se trata de exigir que los gobiernos regulen a las corporaciones de internet para que recolecten menos datos y protejan la privacidad de las personas que dependen de sus plataformas para estar informados, hacer negocios y comunicarse con sus amigos y familiares, sin tener que preocuparse por los peligros de la manipulación corporativa y la experimentación injusta. Este es el resultado de una visión del internet abierto que responsabiliza a algunas, pero no a todas, de las grandes potencias mundiales.

En 2013, Edward Snowden reveló detalles de los programas de espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), lo que atrajo una atención inesperada hacia los poderes de vigilancia digital masiva del gobierno de los Estados Unidos, que solo eran posibles gracias a la colaboración de compañías de tecnología norteamericanas. Luego de estas revelaciones, los activistas de derechos cibernéticos en Estados Unidos enfocaron su atención en reformar la NSA. Aprovecharon las quejas, válidas e importantes, de que la red de datos digitales de la agencia violaba la Constitución. Y, aunque muchos intentaron destacar el hecho de que algunas comunidades eran más propensas que otras a ser vigiladas masivamente, se enfocaron en que la vigilancia gubernamental atentaba contra los derechos constitucionales básicos y no tanto en cómo el espionaje estatal podía dañar a las comunidades vulnerables. Si bien Snowden llevó la vigilancia digital a los noticieros y abrió la posibilidad de construir lo que pudo ser un poderoso movimiento por la privacidad digital, las leyes que los activistas digitales han luchado por reformar o revocar no han cambiado desde las revelaciones, así como tampoco parece haber aumentado el interés de los estadounidenses por enfrentar el espionaje. No se llegó a concretar un movimiento global y, ahora, el momento ya pasó. En retrospectiva, me pregunto si esto se debió a las prioridades abstractas, que dejaron en un plano secundario al sufrimiento de las comunidades amenazadas y le dieron un énfasis relativamente menor a los excesos de vigilancia de las corporaciones. Quienes habían apoyado la lucha por las reformas de internet antes de Snowden seguían los preceptos de Barlow y rara vez se desviaban de ese camino.

Con esto, no quiero desmerecer algunos logros importantes. Como cuando Google y Facebook se unieron a sus usuarios para enfrentar las leyes de antipiratería y de derechos de autor, conocidas como SOPA y PIPA, que las poderosas compañías de entretenimiento pretendían promulgar y que podrían haber obligado a eliminar sitios web basándose en cargos arbitrarios de derechos de autor; algo que probablemente habría modificado en gran medida la naturaleza de internet como lo conocemos hoy. Y hace tan solo un par de años, tuvimos la victoria en cuanto a la neutralidad de la red. En este caso, también fue gracias a que grandes compañías, como Netflix y Pornhub, junto a sus usuarios, trabajaron para prevenir que los proveedores de internet pudieran cobrar a los sitios web una tarifa para llegar a sus usuarios a mayor velocidad. Aunque la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos lo revirtió recientemente, se trató de un enorme logro para el activismo digital, que, notablemente, presionaba para tener más regulación gubernamental sobre internet, en lugar de menos, como Barlow promovía.

Siempre es triste perder a un visionario como Barlow. Fue uno de los primeros en argumentar que el internet era algo por lo que valía la pena luchar. Y, aunque su idea de un ciberespacio libre de gobiernos —donde todos pudieran “entrar sin privilegios o prejuicios por raza, poder económico, fuerza militar o lugar de nacimiento” y “donde cualquiera, en cualquier lugar, pudiera expresar sus creencias, sin importar lo peculiares que fueran, sin miedo a ser silenciados o verse obligados a conformarse”— nunca llegó a concretarse, todavía inspira a quienes hoy trabajan por un internet mejor.

Al mismo tiempo, el desprecio de Barlow por las regulaciones, combinado con su temprana convicción de que el internet cambiaría el mundo (y, por lo tanto, debía ser defendido del gobierno por la gente que lo usa) puede haber creado la base para el crecimiento acelerado de las limitaciones corporativas que existen hoy, gracias a las cuales el periodismo está perdido entre noticias falsas y las nuevas startups tienen cada vez menos posibilidad de competir. No puedo evitar pensar qué habría pasado si los pioneros del internet abierto nos hubiesen dado una visión distinta, una que combinara la insistencia por defender el ciberespacio con la preocupación por la justicia, los derechos humanos y la creatividad abierta, y no una que se enfocara en la libertad individual. ¿Qué tipo de internet tendríamos hoy?

*Corrección, 10 de febrero de 2018: Este artículo informó erróneamente la edad de John Perry Barlow y su apoyo a la campaña presidencial de Dick Cheney. Él apoyó a Cheney en su campaña al Congreso y murió a los 70 años.

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

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escribe sobre tecnología para Slate y es co-conductora del podcast If, Then


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