Parece como si cada día saliera una noticia que nos cuenta de algún avance en el campo de la inteligencia artificial y busca recalcar que la inteligencia artificial es comparable con la humana. Las notas suelen referirse a tecnologías recientes, recicladas o cuyo fin se ha tergiversado. Con regularidad, tales adelantos se presentan con encabezados sensacionalistas, ganchos que pretenden despertar el morbo o la curiosidad del público, como si de un desfile de asombros sin fin se tratara. El circo mediático de la inteligencia artificial nos deja claro que esta se encuentra en plena primavera, lo cual puede implicar que hay más que suficiente interés para invertir en investigación, cosa que permitirá un desarrollo acelerado. Sin embargo, la mayoría de las notas no aclara ni explica gran cosa al respecto y termina confundiendo al receptor. ¿Qué podría depararnos el camino de insistir que la inteligencia humana ha encontrado a su digno rival?
En 1997 tuvo lugar el primer torneo en el que una inteligencia artificial (Deep Blue, desarrollada por IBM) enfrentó y venció a un humano. El reto fue un juego de ajedrez y el humano fue el campeón mundial Garri Kasparov. Más o menos por ahí empezaba a derretirse la nieve del largo invierno de la IA. Catorce años después, en 2011, Watson, otra inteligencia artificial desarrollada por IBM, venció a un par de hasta entonces invictos humanos jugando Jeopardy. Algunos medios reportaron dicho avance como lo que fue: un paso muy importante en la materia, especialmente por cuanto hace la comprensión de lenguaje natural (humano, pues), que podía tener aplicaciones diversas para asistir a los humanos. Otros medios, siguiendo la tradición del miedo a las máquinas, lo compararon con el argumento de Terminator o, añadiendo algo de drama, utilizaron encabezados diciendo que Watson había vencido a la humanidad. Luego, en 2016 AlphaGo (de Google) venció a Lee Sedol, campeón mundial de Go. Se anota aquí que, curiosamente, cuando alguien es muy bueno en lo que hace solemos decir que “es una máquina”, como si trabajar cual máquina, sin comer, sin enfermarse, sin vacaciones y despojado de humanidad, fuera un ideal. Pues resulta que esas “máquinas” de jugar fueron vencidas por otras verdaderas. Después de estos hitos, las notas al respecto tienden a afirmar la superioridad de la tecnología, así que no es raro leer títulos que dicen “Ahora una inteligencia puede (inserte la habilidad que se le ocurra) mejor que los humanos”. Los ejemplos van desde leer hasta trabajar en un almacén.
Otro ejemplo se encuentra en los chatbots post mortem. La vida eterna digitalizada o la idea de convertir a las personas muertas en chatbots comenzó a hacerse realidad en 2014 con Eterni.me. El uso de tecnologías muy similares por parte de otras empresas ha sido reportado como novedad hasta la fecha, añadiendo el detalle de llamarlo resucitación. Aquí el gancho es que se menciona la continuidad de la vida después de la muerte, como si en efecto se tratara de vida y no de un bot. En el tema de carros sin conductor, la batalla se ha puesto álgida y cada marca se reconoce como pionera en el uso de dicha tecnología. Sin gran interés por resolver los problemas de transporte, el público se asombra ante cada nuevo truco, mientras otra parte del debate se concentra en las desventajas de adquirir una tecnología que podría matarte.
Evidentemente, a las empresas enfocadas en el desarrollo de inteligencia artificial les conviene vender la ilusión de que cada pequeño paso es un gran logro muy distinto a otros. Algunos medios y usuarios reproducen las notas sin cuestionar, acaso añadiendo la constante preocupación en torno a la llegada de la singularidad. ¿En qué se diferencian Deep Blue, Watson y AlphaGo? ¿Acaso su único propósito era vencer a los campeones humanos? ¿Ser un chatbot es estar vivo? ¿Es algo así como la cookies de Black Mirror? ¿Podré decirle a mi carro que me lleve al trabajo y dormirme en el camino?
Rodeados de tantas preguntas y posibles respuestas, el desfile de tecnologías se convierte en procesión. Por lo pronto, ya existe alguien que supo aprovecharlo. Su nombre es Anthony Levandowski quien, además de haber sido un importante desarrollador de la tecnología para carros sin conductor, es el fundador de la primera iglesia devota de la inteligencia artificial: Way of the future. Él despeja de una vez por todas la pregunta sobre la dominación mundial por parte de las máquinas: dice que inevitablemente ocurrirá, aunque no es posible dar una fecha cierta. Esta visión contrasta con la que afirma que la IA no es una bestia ajena o de otro mundo, sino proveniente del entendimiento humano.
Hay varias razones por las que la inteligencia artificial no puede ser equiparada con la humana, por ejemplo:
- Aislar la capacidad para dominar un juego difiere de la capacidad de razonamiento humano en su totalidad.
- La conciencia no ha llegado a los chatbots ni navega por mundos intrincados como en Her.
- Existen seis niveles de autonomía y un montón de cosas por arreglar (como el transporte público) antes de que los carros naveguen completamente por sí solos por todas partes.
Cuando olvidamos estas salvedades, pasamos de largo un detalle importante: que estamos considerando a las máquinas en términos humanos y viceversa. Se prefiere que los humanos trabajen como máquinas y se trabaja para que las máquinas tengan inteligencia equiparable a la humana y, en una de esas, hasta conciencia. Sin embargo, equiparar la inteligencia humana a la artificial ignora que la segunda es una herramienta inerte y la evolución que ha atravesado para llegar al punto en el que se encuentra. Podríamos alimentar a una inteligencia artificial con toda la literatura, filmografía y música del mundo y no podría crear una nueva obra que mezcle esos elementos con experiencia personal propia porque carece de ella y de la experiencia sensible que ésta representa. Aun el humano más capaz podría ver abrumada su capacidad de cálculo ante una cantidad de datos imposible de manejar. Presentar ambas inteligencias como rivales no hace otra cosa que nublar la visión del trabajo en colaboración, puesto que la capacidad creativa del humano y la de procesamiento de datos de las máquinas es lo que podría hacer crecer sus capacidades de manera exponencial.
Nació el mismo año que se estrenó Blade Runner. Abogada, especialista en tecnología y protección de datos.