Estos días he estado leyendo un libro fantástico que os recomiendo a todos los amantes de la Lingüística. Recién editado por Arco Libros y escrito por la profesora Ángeles Carrasco, Tiempo y aspecto en contraste trata sobre el tiempo y el aspecto en las lenguas. Seguro que sus páginas me provocan muchas columnas, pero de momento he pensado que el último mes del año es el indicado para hacer una reflexión sobre el futuro.
Cada curso, la primera vez que digo en clase que hay muchas lenguas en las que los verbos no flexionan en futuro, mis estudiantes se muestran muy sorprendidos e incluso incrédulos. Pero así es. Si no me creéis, podéis consultar el mapa 67A de la página wals.info y veréis que, de las lenguas analizadas, son más de la mitad las que no pueden decir vendré, veré y venceré. Esto no significa, claro está, que los hablantes de estas lenguas no puedan hacer planes o que no sientan ansiedad por lo que sucederá mañana. Para lo bueno y para lo malo, ocuparse y preocuparse del futuro es algo que nos atañe a todos, hablemos la lengua que hablemos.
Creo que la noticia sorprende porque en nuestra tradición gramatical solemos identificar la expresión del tiempo con lo que le pasa al verbo. Por eso, escuchamos que el verbo no expresa futuro en una lengua y entendemos que sus hablantes no tienen manera de expresar el porvenir. Sin embargo, no debemos ponernos tan trágicos. Las lenguas tienen muchas formas de marcar la temporalidad. Pensemos en un enunciado como Venir mañana no es una buena idea. Como vemos, el evento de venir se produce en el futuro, aunque el verbo no esté flexionado en tiempo.
Pero vayamos un paso más allá. Estamos acostumbrados a dividir el eje temporal en tres tramos (pasado, presente y futuro), como si fueran equivalentes. Pero probablemente estaréis de acuerdo conmigo en que no lo son. Los eventos en presente o en pasado tienen condiciones de verdad, en el sentido de que podemos decir si son verdaderos o no en relación con el mundo del que estamos hablando; por el contrario, los eventos en futuro no son comprobables en ese mismo sentido (salvo que creamos en artes adivinatorias). Para recuperar las condiciones de verdad, tenemos que entenderlo de otro modo. Si yo digo que mañana comeré en casa, en realidad lo que estoy diciendo es que “en este momento tengo la intención o la previsión de comer en casa mañana”. Cuando marcamos el evento en futuro estamos, en definitiva, hablando fundamentalmente del presente.
Vistas así las cosas, no tener una flexión de futuro en el verbo y recurrir a expresiones de presente sería lo esperable. Esto es, tenemos que reconocer que, en esta ocasión, el comportamiento anómalo, ese que debería sorprendernos, es, precisamente, el de las lenguas como el español. Pensadlo: de algún modo, al poner el verbo en futuro parece que nos comportemos lingüísticamente como si nos creyéramos adivinos.
¿Tendremos realmente complejo de clarividentes los que flexionamos en futuro? No os preocupéis, porque evidentemente no se trata de eso, sino de algo más lingüístico. Y es que el futuro suele ser el resultado de la evolución fonética de expresiones en presente. Este es el caso del español actual, cuyo futuro proviene de la expresión de obligación en latín. En la lengua madre, decían, por ejemplo, amare habeo, que literalmente significa ‘tengo que amar’. Esta forma evolucionó a Amare hé y, finalmente, a la forma sintética de nuestro futuro (amaré). Además, sin ser yo una experta en lingüística histórica, encuentro un cierto patrón en que las formas de futuro sintético se sustituyen por otras perifrásticas en presente. Al menos, es lo que ocurrió en latín, cuyo futuro sintético desapareció en nuestras tierras. Y también parece que está ocurriendo ahora, pues son muchos los autores que señalan que ya es más habitual decir voy a ir que iré.
Pero hay más. Porque en nuestra lengua, el verbo en futuro se usa en ocasiones para marcar, simplemente, que no nos comprometemos con la exactitud de lo que estamos diciendo. Como cuando decimos que Juan tendrá cincuenta años o que Elena medirá un metro ochenta (aproximadamente). En definitiva, parece que el futuro no solo contiene etimológicamente al presente, sino que habla siempre desde el presente de todo aquello de lo que no tiene pruebas suficientes. Como dice la canción, ¿qué será, será?, lo que sea será. Feliz 2025 para todos.
Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).