En 1882 la publicación de una lengua muerta –supuestamente hablada por la tribu taensa de Luisiana– causó conmoción entre los lingüistas, ya que casi no tenía relación con las lenguas de otros pueblos nativos de esa región. La gramática de los taensa era tan inusual que estaban convencidos de que podría enseñarles algo trascendente acerca de la historia de la región, la forma en que las lenguas evolucionan, o ambas.
La reconstrucción de la gramática taensa fue el resultado de la ardua labor de un adolescente francés llamado Jean Parisot. Él afirmó que había encontrado un manuscrito en la biblioteca de su abuelo, en la región de los Vosgos, Francia, y que descubrió que se trataba de notas tomadas por exploradores anónimos que habían recorrido el territorio taensa en los tiempos en que lo habitaba la tribu, ya entonces extinta.
La gloria de Parisot fue fugaz, ya que los lingüistas muy pronto mostraron escepticismo acerca de su gramática taensa. Los verbos eran demasiado regulares y la estructura de las cláusulas relativas era muy similar a la europea. Además había anacronismos en las historias y cantos que él afirmaba haber transcrito del manuscrito: por ejemplo, contenían referencias a la caña de azúcar, que llegó a Luisiana por conducto de los jesuitas en una época en la que la tribu taensa ya se había extinguido.
Un par de años más tarde, se había demostrado que la gramática de Parisot era un fraude, y su autor se había retirado a un monasterio para seguir una vida religiosa. Su historia hubiera pasado al olvido de no ser por Oliver Mayeux, un joven lingüista de la Universidad de Cambridge, quien en 2017 vio una breve referencia sobre el engaño de la lengua taensa y quedó intrigado. Se dedicó a investigar y, sin pasar por alto la mentira de Parisot, reconoció un espíritu afín: un antecesor constructor de lenguas o “conlanger”, entusiasmado por el juego lingüístico. “El debió haber disfrutado producir una gramática tan detallada”, supone Mayeux. “El único problema es que era real”.
Mayeux presentó la historia de Parisot en una conferencia que impartió el pasado mes de junio ante la Sociedad de Creación de Lenguas, en la Universidad de Cambridge. El vicepresidente de la sociedad, el lingüista y traductor neerlandés Jan van Steenbergen, dijo en esa misma conferencia que la creación de lenguas está viviendo una época dorada. Si bien las “conlang” (lenguas construidas) no son un fenómeno nuevo –el esperanto y el volapük son ejemplos de ellas, creados en el siglo XIX–, han proliferado a partir de 1990. No se tienen cuantificadas con precisión porque nadie se ha dado a esa tarea pero, de acuerdo con Steenbergen –visitante regular de foros de constructores de lenguas en línea–, probablemente alcancen los millares. “Tarde o temprano llegarán a superar las lenguas naturales”.
La mayoría de los constructores de lenguas lo hacen por placer. J.R.R. Tolkien admitió al final de su vida que había creado la Tierra Media para que sus lenguas tuvieran un lugar en donde ser habladas, y darles algo de qué hablar. Él se refería a la construcción de lenguas como su “vicio secreto”, y el constructor de lenguas David Adger coincide en que hay algo “curiosamente satisfactorio y casi adictivo” en esa tarea. “Cuando construyes [una gramática], resuelves desafíos sobre cómo manifestar diferentes pensamientos, comienzas a ver cómo funcionan los soportes de una lengua, cómo estos moldean los pensamientos en las formas de expresarse que dan sentido a esa lengua”, escribió recientemente en un blog.
Internet ha propiciado la nueva abundancia de lenguas construidas, ya que permite un mejor acceso a recursos y un acercamiento entre personas con intereses similares, que anteriormente se avergonzaban de un pasatiempo para cerebritos y que conformaron comunidades en línea. Esto implicó, a su vez, que los productores de series y películas de ciencia ficción sabían a dónde acudir cuando necesitaban una lengua construida con una fonética extraña. Así fue como algunos constructores de lenguas –como David Peterson, el inventor de la lengua dothraki, de Juego de tronos– llegó a alcanzar el estatus de profesional. Sin embargo, hay otra categoría de constructores de lenguas, quienes conjuntan su pasión por la creatividad lingüística con la investigación científica formal.
Mayeux, por ejemplo, no sólo está interesado en la psicología de Parisot, sino que la falsa gramática taensa es motivo de análisis científico para él. Las lenguas naturales –las que hablan los humanos– obedecen ciertas reglas, pocas de las cuales se conocían en la época de Parisot, por lo que el francés las había transgredido inadvertidamente. “En la actualidad se habría detectado el fraude con mayor rapidez por lo que ahora se sabe”, afirma Mayeux. Lo que aún no sabemos con exactitud es qué hace que una lengua sea fácil de aprender para los humanos, o por qué algunas lenguas son más populares que otras.
Adger no solo es el inventor de varias lenguas –entre ellas una, de reciente creación, para los primeros humanos moderno imaginarios–, también es un lingüista de la Queen Mary University of London que intenta responder grandes preguntas sobre la forma en que aprendemos las lenguas usando procesos experimentales. Hace algunos años, junto con Jenny Culbertson, de la Universidad de Edimburgo, y otros, examinó las elecciones que hacían los hablantes de inglés y tailandés cuando se les pedía que construyeran oraciones en una lengua construida llamada nápíjò. El que fuera una lengua construida permitió a los investigadores alterar el orden de las palabras presentadas a los participantes en el estudio, conservando las mismas palabras, para ver cómo respondían a ese orden, a sabiendas de que sus respuestas únicamente eran suposiciones. Sin embargo, para dar cierta autenticidad al nápíjò, dijeron a los participantes que se trataba de una lengua hablada por cerca de 10,000 personas en una zona rural del sureste asiático.
Adger y su equipo reclutaron a personas de habla inglesa y tailandesa para su estudio. En lo que se refiere a sustantivos y modificadores, el inglés y el tailandés siguen dos de los órdenes de palabras más comunes utilizados en el lenguaje humano, que resultan ser completamente opuestos –la frase en inglés “those three big oranges” (esas tres naranjas grandes) sería equivalente a “grandes naranjas tres esas” en tailandés. Adger enseñó a los participantes en el estudio diferentes versiones de nápíjò, en las cuales el orden en que el sustantivo estaba colocado era justo el opuesto que el de su lengua materna: al principio en inglés y al último para el tailandés. Cuando los hablantes de las dos lenguas tenían que adivinar el resto del orden de modificadores en su versión de nápíjò, no seguían las reglas de su propia lengua sino las de la otra –pasando por alto la gran mayoría de alternativas posibles teóricamente y eligiendo por omisión el otro orden común de palabras–.
Según Adger, esto sugiere que, una vez eliminado el componente aprendido de la lengua, el cerebro humano sigue mostrando ciertas tendencias lingüísticas. En años recientes el concepto de gramática universal de Noam Chomsky se ha cuestionado seriamente pero, para Adger, admirador de Chomsky, esto demuestra que por lo menos algunos componentes de la lengua son universalmente intrínsecos. Él y sus colegas ahora están probando esa hipótesis con una tercera lengua –kîîtharaka, que se habla en Kenya– cuyo orden de palabras es bastante peculiar, muy diferente del orden del tailandés o del inglés.
Pese a que las lenguas construidas son útiles para fines de investigación lingüística, sus creadores por lo general admiten que es muy poco probable que se integren a las lenguas naturales, o que las reemplacen. Por ejemplo, no van a contrarrestar la erosión de la diversidad lingüística que ha reducido el número de lenguas habladas a alrededor de 6,500 –cerca de la mitad del número muy aproximado que existían en el punto máximo de diversidad lingüística, alcanzado hace 10,000 años–. “Las lenguas que están muriendo son producto de miles de años de evolución”, dice Mayeux. “Contienen el conocimiento de una cultura y una memoria colectiva que se está perdiendo por razones muy diferentes de las que llevan a alguien a crear una lengua”.
Sin embargo, existen casos de lenguas construidas que se han escapado del ámbito virtual. Los seguidores de Star Trek no dudarían en mencionar el klingon, que se creó en la década de 1980, pero en su libro In the land of invented languages, publicado en 2010, la lingüista estadounidense Arika Okrent calculó que solo un par de docenas de personas hablan klingon con fluidez. Tal vez sea más interesante el caso del intereslavo, que se inventó para facilitar la comunicación entre los hablantes de las aproximadamente 15 lenguas eslavas.
Ha habido diversas versiones de intereslavo a lo largo de la historia, entre las que se encuentra una versión temprana, inventada por un misionero croata del siglo XVII llamado Juraj Križanić. Pero la versión moderna fue creada por Jan van Steenbergen y otros. El intereslavo moderno solo tiene diez años de antigüedad, pero ya ha alcanzado miles de aficionados y cientos de ellos lo hablan con fluidez, de acuerdo con van Steenbergen. Resulta una lengua práctica porque permite la comunicación entre los hablantes de lenguas eslavas, de las cuales no todas son comprensibles entre sí. Todos los eslavos pueden entender el intereslavo y pueden aprender a hablarlo con mucha facilidad, lo que reduce los costos de su traducción. “Ahora se pueden ver anuncios en hoteles en intereslavo”, afirma van Steenbergen, a quien el Senado checo otorgó una medalla como reconocimiento a sus esfuerzos. “Además, recibí un llamado para servir en la corte como intérprete utilizando el intereslavo”.
Mayeux, por su parte, dedica su tiempo libre a crear nuevas lenguas y revivir lenguas antiguas –o intentar revivirlas– y afirma que una buena parte de las personas que se dedica a una de estas actividades también se dedica a la otra. Él creció en Luisiana y forma parte de una comunidad en línea que se propone revivir el creole de Luisiana –la lengua hablada por los habitantes de Luisiana que reemplazaron a la tribu taensa– que ahora se encuentra en riesgo. Él forma parte de una comunidad dedicada a traducir historias, canciones y otros materiales al creole de Luisiana. Mayeux no sabe si tendrá éxito en su esfuerzo, ya que la experiencia ha demostrado que la restitución de una lengua solo se da cuando se ve respaldada con la voluntad política y los niños comienzan a aprender de nuevo las lenguas en peligro. (Apenas quedan 4,000 hablantes nativos del creole de Luisiana y la mayoría de ellos son ancianos). Sin embargo, el hecho de que tantos constructores de lenguas estén dispuestos a inventar y preservar lenguas es una prueba –como la historia de Parisot– de la pasión humana por la lengua. Ese hecho por sí solo tiene gran importancia científica.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
Laura Spinney es una periodista científica radicada en París. Su libro más reciente, Pale rider: The Spanish flu of 1918 and how it changed the world, fue publicado en 2018.