Verbos en primera persona: ¿y si nada fuera tan sencillo como nos contaron?

El uso de la primera persona admite matices que nos permiten saber más sobre nuestro ser social.
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Curso tras curso, en el colegio o el instituto, nos dijeron que los verbos en español pueden aparecer en primera, segunda o tercera persona y que para conjugarse en primera, es necesario que se den dos condiciones: (i) un sujeto pronominal (a veces omitido) y (ii) una identificación de dicho elemento pronominal con el hablante. Además, solían añadir que usamos la forma en singular o en plural en virtud de si el hablante está o no acompañado. Este asunto, por conocido, no lograba despertar nuestro interés. Y, sin embargo, si hubiéramos prestado atención a los datos, habríamos reparado en que ninguna de estas condiciones está exenta de matices. Ojalá esta pequeña columna sirva para avivar el espíritu crítico en mis posibles lectores. Nunca nada en la naturaleza es tan sencillo como parece.

Comencemos diciendo que, en realidad, hay infinidad de ejemplos en los que el verbo aparece en primera persona, a pesar de que su sujeto es un sintagma nominal y no un pronombre. Esta concordancia (denominada ad sensum porque se basa en el significado y no en la forma) se usa cuando el hablante quiere comunicar su pertenencia a un determinado grupo. Esto es lo que encontramos en el siguiente titular, en el que Pedro Sánchez quiere presentarse como un español más, hijo de la inmigración y contrario a la xenofobia. 

Un conjunto de letras blancas en un fondo blanco

Descripción generada automáticamente con confianza media

En otras ocasiones, a pesar de que el hablante pertenece al grupo que aparece en el sujeto, decide concordar el verbo en tercera persona. A veces esto marca un distanciamiento, pero en otras, puede que se busque otro tipo de efectos. Como en el siguiente titular, en el que seguramente Isabel Díaz Ayuso no quiere marcar distancia con los españoles agotados, sino remarcar una cierta objetividad en su discurso:

Texto

Descripción generada automáticamente

La decisión, por tanto, de incluir la primera persona en el verbo en nuestras interacciones, no es automática ni puramente formal. Por el contrario, en no pocas ocasiones, elegir entre la concordancia formal en tercera persona y la subjetiva en primera denota una intención comunicativa clara. Nos informa, en última instancia, de cuál es el punto de vista desde el que se presenta el hablante. 

Pero si la primera de las condiciones no se cumple siempre, tampoco corre mejor suerte la segunda. En efecto, tal y como ha estudiado la profesora Bárbara De Cock, no siempre que usamos la primera persona identificamos exactamente al sujeto con el hablante. Pensad, si no me creéis, en todas aquellas veces que le decimos a nuestros hijos: venga, ahora nos lavamos los dientes y nos ponemos el pijama, que es tardísimo. En realidad, cuando decimos esto, nosotros como adultos no pensamos hacer nada de lo que hemos dicho y lo mejor de todo es que a nadie le sorprende que no lo hagamos. En estos casos, la primera persona aparece como un gesto de cortesía, de solidaridad, si queréis. Se usa, por tanto, como una marca de afectividad que significa ‘tú vas a hacer algo, pero yo estaré contigo, acompañándote y ayudándote en lo que necesites’. 

¿Y qué podemos decir de la interacción entre persona y número? Tal y como sospecháis, también aquí tenemos algo que añadir. Por un lado, de nuevo encontramos matices que añadir a la regla general. Y es que, en ocasiones, usamos la primera persona del plural cuando en realidad el sujeto es el hablante en soledad. Este uso, denominado plural mayestático, ha sido utilizado tradicionalmente por el poder para mostrar su situación de privilegio. Sin embargo, en la actualidad es habitual utilizarlo en algunos contextos, como el académico (en los que la primera persona del singular no está demasiado bien vista), precisamente como rasgo de humildad. Por otro lado, la regla que nos daban (que el hablante aparezca solo o acompañado) permite formular una pregunta: ¿y qué ocurre con el oyente? ¿Cómo distinguir si ese nosotros que usa nuestro interlocutor nos incluye o no? Lamentablemente, en español la primera persona del plural es ambigua. No permite conseguir que cuando decimos que nos vamos de cena el que nos escucha sepa fehacientemente si ha sido o no invitado, lo que puede provocar no pocas situaciones incómodas. En esto, muchas lenguas amerindias son mucho más claras y cuentan con una primera persona del plural inclusiva (que añade al oyente) y otra exclusiva (que lo excluye).  

La primera persona en el verbo, por muy sosa que nos pareciera al inicio de esta columna, nos permite reflexionar sobre cómo somos: seres sociables, que en ocasiones queremos remarcar que pertenecemos a un grupo y otras veces queremos manifestar nuestro cariño y solidaridad al que depende de nosotros; seres conscientes de la jerarquía social, a veces soberbios hasta el ridículo y otras humildes, al menos en la forma; seres, en definitiva, preocupados por nuestras interacciones, que utilizan todos los recursos para mejorarlas.  

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Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).


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