A tiro de piedra

Daniel Krauze analiza A tiro de piedra, la ópera prima de Sebastián Hiriart: un delicado estudio sobre la vida de los migrantes, una fábula mexicana, pero, sobre todo, un road trip muy efectivo.
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                El road trip es uno de los géneros que mejor se adaptan al cine. La narrativa cinematográfica está basada en acción y en movimiento, y los viajes –sean caminando, en automóvil o en avión- le otorgan, de facto, ese carácter móvil a las historias que cimentan su trama sobre ellos. A tiro de piedra, la ópera prima de Sebastián Hiriart, es muchas cosas: un punzante análisis sobre la naturaleza de los sueños y metas que nos obsesionan; un delicado estudio sobre la frontera y los migrantes; una tierna oda sobre el valor del hogar y la rutina. Pero, sobre todo, es un muy buen road trip, que corresponde  fielmente a las convenciones del género.

                La cinta empieza en un pequeño rancho en el norte del país. Ahí, Jacinto (Gabino Rodríguez) pasa los días escudándose de la insolación bajo la sombra de un gigantesco cactus mientras atiende el ganado de su tío. Estas primeras secuencias, casi mudas, sirven como pretexto para detallar los deseos del protagónico, quien observa a los trenes que pasan por el desierto como pasaportes inasequibles hacia una libertad que no conoce. Queda claro que Jacinto quiere escapar del rancho, pero que no sabe, a ciencia cierta, hacia dónde ir. Finalmente, el azar le brinda un destino. Al lado de la carretera, Jacinto encuentra un llavero a punto de ser sepultado por el polvo. El reverso del objeto no dice mucho: viene de un río en Oregon, en los Estados Unidos. Y con eso es suficiente. El joven le roba dinero al tío, camina hacia la carretera más cercana, levanta el pulgar y se arroja, de lleno, hacia la aventura.

                El viaje de Jacinto, como el de la mayoría de los road trips, es episódico. Seguimos su negociación con un viejo coyote cuya amabilidad esconde un espíritu escabroso; lo vemos entablar una relación con una prostituta; lo acompañamos mientras se pierde en el desierto de Arizona y, finalmente, arribamos a Estados Unidos de su mano. Estos episodios le sirven a Hiriart como pretexto para retratar, con agudeza, la ambigüedad de la frontera, las diversas maneras en las que son percibidos los migrantes y, por supuesto, los muchos peligros a los que se enfrentan. La mejor de ellas: una dolorosa secuencia en la que Jacinto se deja timar por otro migrante. Al principio de la conversación, el chicano que se acerca a él le habla en español y le ofrece un negocio. El tipo, ancho, barbado, pero de voz gangosa y movimientos cuidadosos, parece inofensivo. Unos minutos después, habiendo ejecutado la tranza, el joven chicano olvida el español e insulta a Jacinto en inglés. Ahí está, en una sola elocuente secuencia, la compleja relación entre los recién arribados y aquellos que creen que, por un asunto de longevidad, ya pertenecen al país en el que habitan.

                Los episodios funcionan, en gran medida, gracias a la interpretación de Rodríguez. Prognata, de mirada noble y postura encorvada, Jacinto es la antítesis del Christopher McCandless que retratara Sean Penn en Into the wild. Aunque son historias similares –dos jóvenes buscan con afán un destino, pero desconocen los motivos que los impelen a esa búsqueda- Jacinto es, a diferencia de McCandless, un hombre particularmente mal armado para soportar el embate de la naturaleza y los personajes que lo amenazan, lo agreden, lo usan o se burlan de él. Y es precisamente eso lo que lo hace un protagonista entrañable que encaja, a la perfección, con la historia de A tiro de piedra. Alguien más consciente de los peligros inherentes a su empresa jamás hubiera intentando llegar siquiera a la frontera.

                A lo largo de la filmación, Hiriart se valió de actores no profesionales: locales del área, amigos suyos, todos ellos conforman el elenco de A tiro de piedra. La apuesta, igualmente arriesgada y necesaria dado el tono de la cinta, a veces le sale bien y otras no tanto. Quizás porque su vida no está tan invadida por el espectáculo y la televisión, los “actores” mexicanos no dan un solo registro en falso. Los histriones norteamericanos son otra cosa. Salvo el chicano que roba a Jacinto y un grupo de chicos que lo emborrachan, el resto del elenco gringo se siente acartonado, ligeramente falso. Es una pena: el último tercio de A tiro de piedra se merecía un soporte actoral que estuviera a la altura de su sutileza.

                A pesar de sus secuencias difíciles de digerir, la obra de Hiriart resalta por su dulzura y por la ligereza de su premisa. El viaje de Jacinto es, más que una historia hiperrealista, una suerte de fábula fronteriza mexicana (género en el que A tiro de piedra debe ser pionera). Un road trip que le debe más a The Hobbit de Tolkien que a Sin nombre de Cary Joji Fukunaga. Una cinta, pues, cuya agenda social ocupa el asiento trasero. Adelante está Jacinto y su sueño de llegar a Oregon. El éxito de A tiro de piedra es que ese sueño termine siendo nuestro.

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