El tiempo pasa y los sustos se diluyen en él: desafortunadamente, uno de los géneros que más resienten el paso del tiempo es el horror. No causa el mismo impacto, ni de lejos, Boris Karloff o Bela Lugosi cuando en el camino nos hemos encontrado con The Exorcist o Cannibal Holocaust: el shock de las segundas atenúa la efectividad de las primeras, un poco, quizá, en detrimento del buen horror, aquel que se dosifica, que es elegante. Un poco de esto pasa con Carrie, dirigida por Brian de Palma: el tiempo que ha pasado y los excesos que hemos contemplado le restan mucho de su impacto inicial. En días del terror grittyy de la repetición de la fórmula grindhouse, un filme que tiene como protagonista a una chica que descubre sus poderes psíquicos gracias a su primera menstruación no parece especialmente intimidante.
O quizá sí: Carrie, pese a todo, sigue siendo inmensamente popular entre la gente (Quentin Tarantino, por ejemplo, la escogió como uno de sus filmes favoritos). Y hay razones poderosas para que esto suceda: principalmente, el retrato que hace de la verdadera fuente del terror. Carrie es efectiva porque nos muestra a una persona ordinaria, promedio, enfrentándose a la humillación de la preparatoria. No hay nada más cruel que un adolescente – o sí, un niño, pero en la malicia infantil hay un dejo de inocencia que atenúa su impacto. Y esta cinta está poblada de adolescentes. Desde la escena inicial queda clara la vocación angustiante de la cinta: la protagonista, estudiante promedio, es objeto de la burla del equipo de volibol escolar. Momentos después, en la seguridad de las duchas, Carrie se baña en paz; la calma, el momentáneo lapso de tranquilidad, se ven interrumpidos por la llegada de la menstruación.
Acompañada de un ominoso rastro de sangre, la menstruación es el comienzo del horror: la madre de Carrie, fanática religiosa, la castiga por el hecho de menstruar (!), asegurando que es producto de sus pecados. (La madre fundamentalista, por otra parte, ha sido visitada en otras ocasiones: como, por ejemplo, la madre de Black Swan o hasta la “María, Fanática” de la serie Mujeres Asesinas). Es aquí donde comienza el desastre: la presión ejercida por la esquizofrenia religiosa de la madre de Carrie, las burlas de los compañeros de clase, la frustración de la primera menstruación. Carrie rompe un espejo con tan sólo llorar: la incertidumbre se cierne, la duda está sembrada.
El momento más intenso no es uno relacionado directamente con el horror. En pleno baile de graduación, la chica es bañada en sangre y vísceras de cerdo por sus compañeros de clase. Es éste y no otro el referente de la crueldad de la cinta: los compañeros capaces de la más burda de las humillaciones ante la simple presencia de alguien que es ligeramente diferente a ellos. El fotograma de Carrie, ataviada para la noche de gala y cubierta de sangra de pies a la cabeza, sigue siendo tan impactante como la primera vez que lo vimos:
A partir de este punto, la frágil mente de la joven abusada va en picada: Carrie enloquece, sus poderes se manifiestan abiertamente y la masacre comienza. Tras asesinar a todos sus compañeros de clase y maestros al provocar un incendio, la chica regresa a casa a buscar consuelo en brazos de su madre: todo sale mal, y deriva en una muerte cuyo principal referente es, claro, el martirio de San Sebastián – fiel al catolicismo hasta la muerte:
http://youtu.be/YKjG2PMu6PE
Carrie logra consumar su venganza: su ira y rencor se manifiestan en forma de poderes psíquicos y acaban con todos los que la vejaron – e incluso, con los que no: pagando justos por pecadores. La lectura desde el horror de Carrie podría parecer desfasada: el impacto de sus escenas no es quizá el mismo, la sangre que en ella se aprecia no asusta a ningún niño de doce años que a esa edad ya ha asesinado incontables zombis en su consola favorita. No obstante, hay un elemento constante que sigue conservando su potencial atemorizante: el propio ser humano. Lo que nosda miedo no es la adolescente con abrumadores problemas y poderes psíquicos: lo que horroriza es la presencia de la madre, compañeros de clase y maestros que representan lo peor de la humanidad misma, la capacidad de humillar al que es diferente. Todos podemos ser un poco Carrie, pero lo peor es que casi todos somos, en algún momento, aquellos que la humillan, orillándola a la locura.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.