“Concierto para otras manos”: una crónica de crecimiento musical y cinematográfica

Nominada al Ariel para mejor largometraje documental, esta cinta de Ernesto González Díaz es la historia de crecimiento de un pianista a quien la discapacidad con que nació no le impide aspirar a la perfección.
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Presentada el año pasado en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara en la sección competitiva Hecho en Jalisco, Concierto para otras manos (México, 2024), ópera prima de Ernesto González Díaz, se estrena este fin de semana en la Cineteca Nacional y algunas salas del circuito comercial/cultural del país, casi al mismo tiempo que se ha anunciado su nominación al Ariel 2025 en la categoría de Mejor Largometraje Documental.

Escrita, producida, coeditada y dirigida por el hombre orquesta González Díaz, he aquí la crónica íntima del crecimiento y maduración de un joven pianista que, como su madre lo comenta desde el inicio del filme, todo mundo sabía que iba a ser diferente, desde el momento en el que el médico les mostró el primer ultrasonido del futuro bebé que se iba a llamar David González Ladrón de Guevara. Nacido con el llamado síndrome Miller, David –o “Deivid”, como se identifica con su playera pambolera, con el número 96 en la espalda– tiene cuatro dedos en cada pie y en cada mano, párpados que no puede cerrar por completo, conductos auditivos muy pequeños que no le permiten escuchar bien, brazos malformados muy cortos y, eso sí, muchas ganas de sobresalir, un claro deseo de ser independiente y, también, faltaba más, buen sentido del humor.

El documental inicia cuando David se levanta de su cama, como en cualquier día común y corriente. Mientras le ayuda a Cristina, su mamá, a preparar el desayuno, vemos que su papá, José Luis González Moya, músico, compositor, maestro y hasta filósofo –¡esa disertación sobre el ruido de las chicharras, cómo cada país tiene sus propios sonidos y, por ende, su propia música!–, afina el piano del hogar, le da a una tecla, le da a esta otra, y empieza a tocar, preparando el instrumento para su hijo, que sigue entretenido con su nada frugal desayuno. Uno intuye que lo que se ve en pantalla es algo natural y cotidiano en esta familia y desde antes de que David hubiera nacido, pues tanto en el álbum de fotografías como en cierto VHS vemos a un muy joven José Luis viajar en una combi por Europa estudiando música, un fragmento de cierto programa televisivo local en el que él aparece tocando Asturias (Albéniz, 1890) y hasta el irresistible relato de cómo se compró su primer piano, gracias a que ganó un concurso con Chabelo (“El buen Chabelo”, murmura para sí David, sentado en el sillón y hojeando el álbum familiar).

Conocidas las raíces del anteojudo muchacho que se ve que era inquieto desde chiquillo (el video en el que vemos atizarle a las teclas desde que empezaba a caminar), ya estamos listos para seguir la historia de su vida, una suerte de Bildungsroman musical ycinematográfica en cuatro movimientos claramente definidos: adagio, allegro, scherzo y presto, más la esperanzadora coda del final.

Así pues, en el adagio seguimos a David con la tranquilidad propia de este movimiento, en su articulado testimonio personal, es decir, la descripción precisa de su síndrome, con todo y sus evidentes limitaciones físicas, que no le impiden vestirse solo, jugar al fut frente a una pantalla o, incluso, como buen jalisciense, también al fut llanero, con todo y caídas en el suelo cuan largo es. David entiende que no es como los demás, pero, al mismo tiempo, es como los demás: en él podemos encontrar los defectos y limitaciones de cualquier ser humano pero también la posibilidad de la perfección –o, vaya, su aspiración a ella–, como lo dice él mismo en su disquisición sobre la secuencia Fibonacci, la organización de acordes y escalas musicales que parten de ella y su convicción de que uno puede encontrar esa misteriosa lógica cósmica en uno mismo, con síndrome Miller o sin él.

Cuando entramos al allegro, el ritmo se vuelve, como debe ser, más rápido y animado. Las clases infantiles que recibió de su tía Rocío, su inesperado crecimiento como pianista, el triunfo internacional en un concurso en Vancouver, la interpretación a cuatro manos –con su cada vez más orgulloso papá– del trepidante Vuelo del abejorro (Rimski-Korsakov, 1900) y la transformación de David no en el simple hijo de su padre –que claro que lo es– ni tampoco en el alumno aplicado aunque algo reluctante, sino en el discípulo ideal, ese en el que el maestro puede identificarse plenamente.

Aquí entramos al enérgico scherzo, en el que vemos nacer la colaboración artística entre el padre y el hijo, un crecimiento por partida doble que marcará, inevitablemente, el inicio de la maduración, pues nadie educa a sus hijos para que sean meros apéndices de uno. De esta manera, mientras el padre empieza a componer el “Concierto para piano a ocho dedos para piano y orquesta”, específicamente pensado para las manos y la limitada audición de David, este inicia a crear su propia obra, en la que ya no necesita la supervisión de su papá, así que porfavorcito, ¿puedes salir de la habitación?

Finalmente, en el presto, en el estreno del citado concierto paterno, en el Teatro Degollado y con una orquesta de 40 integrantes, padre e hijo comparten el escenario. Los acordes compuestos por González padre –ese épico segundo movimiento– son ejecutados con el debido compromiso, con aciertos y errores, por un David concentrado que suda, sonríe, tropieza, sigue, se levanta, agacha la cabeza, acepta los aplausos y, aunque uno recuerde el juicio nada condescendiente del exigente papá cuando ve al hijo practicando el concierto (“Un buen de trabajo por delante”, le dice, claridoso), uno sabe que David está listo, y desde hace rato, para tener y vivir sus sueños, para tocar el piano frente a cualquier público, para componer su propia obra (Himno de esperanza) y, por supuesto, para que el padre acepte que su hijo ya es su propia creación, no su reflejo. Pues, parafraseando a Séneca, la felicidad no tiene que ver en dónde estás sino la posibilidad de a dónde se puede llegar. ¿Y no es eso lo que uno desea para los hijos? ~


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