Sigue el paso del tiempo, la pandemia no cede –incluso, en algunos lados rebota (y rebrota)– y los festivales de cine programados para la segunda parte del año han tenido la suficiente distancia para adaptarse a estos nuevos bravos tiempos –o en porfiar en que mágicamente todo se resolverá y que habrá funciones y reuniones presenciales a partir de septiembre, como parecen insistir algunos pocos festivales cinematográficos, tanto internacionales como nacionales.
En el primer caso, entre los sensatos, se encuentra el Festival Internacional de Cine Documental Doqumenta que, como cada año, se presenta por estas fechas en Querétaro pero que, pandemia obliga, en esta ocasión se ha organizado en línea. Aunque sí habrá funciones presenciales en un futuro próximo, cuando se abra la Cineteca queretana, la mayor parte de la competencia oficial –a saber, 8 largometrajes mexicanos, 7 largometrajes internacionales, 10 cortometrajes mexicanos, 10 cortometrajes estudiantiles mexicanos– está disponible gratuitamente en Filmin Latino desde el 13 de agosto.
Como es costumbre en el caso de Doqumenta, la selección oficial de largometrajes mexicanos es impecable. Uno podría decir que los organizadores no tienen tanta dificultad en crear una programación valiosa –después de todo, desde inicios de este siglo, el documental nacional tiene mucho mejor porcentaje de bateo que el cine de ficción–, pero, haiga sido como haiga sido, lo cierto es que los ocho largometrajes seleccionados representan de forma muy pertinente distintas temáticas y diferentes aproximaciones al documental mexicano, lo que habla muy bien de la salud de esta forma de producción fílmica nacional.
Así pues, tenemos dos crónicas de la guerra contra, y entre, el narco, con todo y sus inevitables y sangrientas consecuencias –El guardián de la memoria (Arteaga, 2019) y Dibujos contra las balas (Calderón, 2019)–, meritorias aproximaciones socio-etnográficas a un México (casi) desconocido en el altiplano –Una isla en el continente (Miquirrary, 2019) y Laberinto Yo’eme (Ros, 2019)–, un par de acercamientos a la peligrosa y arrinconada labor periodística en el México de nuestros días –Mensaje interrumpido (Fraire Quiroz, 2019) y Silencio radio (Fanjul, 2019)– y, finalmente, dos complejos retratos femeninos nada condescendientes: Retiro (Alatorre, 2019) y Maricarimen (Morkin, 2019).
Por supuesto, las temáticas de estos ocho largometrajes se cruzan entre sí, de tal forma que, por ejemplo, las consecuencias de la guerra contra el narco se tocan también en otros filmes, como en Mensaje interrumpido y Laberinto Yo’eme, y los retratos femeninos no solo se circunscriben a las tres generaciones de mujeres que han encontrado un paradójico espacio de libertad en los conservadores retiros religiosos/espirituales (en Retiro), o al de la talentosa chelista invidente Maricarmen Graue (en Maricarmen), sino que también son el inevitable resultado final de Silencio radio, documental centrado en la persecución sufrida por Carmen Aristegui durante el sexenio peñanietista.
En este sentido, destacan en Doqumenta 2020 estos últimos retratos de dos ingobernables mujeres contemporáneas: Maricarmen Graue, chelista de 52 años con más de tres décadas de trayectoria artística, y Carmen Aristegui, periodista de 56 años que inició su carrera en 1987, al mismo tiempo que Maricarmen empezaba a formar parte de diferentes grupos de cámara.
Silencio radio, dirigido por Mariana Fanjul, es un acercamiento biográfico muy convencional e, incluso, reverente. Acaso sea inevitable: la propia cineasta, voz en off de por medio, confiesa el papel que jugó la presencia radiofónica de Aristegui en su propio despertar y desarrollo político. El documental, realizado a lo largo de cuatro años en los que Fanjul tuvo un acceso privilegiado a los ires y venires de la periodista, cubre algunos de los golpes más famosos del equipo de Aristegui contra el gobierno de Enrique Peña Nieto –los reportajes sobre la Casa Blanca, el plagio de su tesis de licenciatura, el monumental fraude conocido como La estafa maestra–, así como el rompimiento de la compañía MVS con la periodista, debido a muy probables presiones del gobierno y el acoso persistente hacia ella hasta en el ámbito más privado –el hackeo del teléfono de su hijo en el extranjero, la campaña en redes sociales cuestionando las preferencias sexuales de la periodista–, además de echar mano de muy valiosas entrevistas con parte de su equipo más cercano –Rafael Cabrera, Gustavo Sánchez, Omar Fierro–, porque es obvio que, por más valiosas que sean la voz y la presencia de la periodista, ella no lo hace todo.
En este sentido, habría sido más esclarecedor acceder al proceso de la toma de decisiones dentro del equipo, más allá de la merecida admiración por Aristegui. Por ejemplo, ¿cómo se tomó la decisión de publicar, en vísperas de la elección de 2018, cierto reportaje en el que se involucraba en negocios non-sanctos al entonces candidato a la gubernatura de Jalisco, Enrique Alfaro? Aunque a final de cuentas el reportaje sí fue publicado en la página web de la periodista –y luego suspendido, por órdenes del Instituto Electoral de Jalisco–, el espectador se queda en el limbo en lo referente a los procedimientos llevados a cabo y en cuanto a la decisión final. Acaso la reverencia sea demasiada y la distancia muy corta. En todo caso, Silencio radio es un vibrante documento sobre una periodista que, con todo y el cambio de sexenio, sigue resultando incómoda para los mismos de siempre, pero, también, para otros nuevos, que le reclaman darle voz a los críticos de la dominante 4T. Ni modo, gajes del oficio.
Hay menos distancia, pero también mucha menos reverencia, de parte del director Sergio Morkin con respecto a Maricarmen Graue, la chelista invidente que es la protagonista de Maricarmen, acaso el mejor largometraje documental mexicano en competencia en Doqumenta 2020. Estamos ante un retrato fascinante no solo de una mujer que ha aprendido a valerse por sí misma desde muy pequeña y frente a las adversidades –nació con glaucoma congénito y fue perdiendo la vista paulatinamente–, sino de una artista notable más allá de su ceguera –como ejecutante de Mozart o Vivaldi, como creadora de música improvisada, como escultora y hasta como escritora, pues el documental está basado en su autobiografía– y, a final de cuentas, de una mujer hecha y derecha, compleja como cualquier otra, que añora tener una relación sana con alguien que la ame y que tiene cicatrices que curar con respecto a su madre, la profesora y arquitecta Carmen Huesca, quien termina resultando, queriendo o no, la segunda protagonista del documental.
Entre Carmen Huesca y su hija Maricarmen hay una relación tirante –se deja entrever que se está repitiendo el patrón de Carmen con su propia madre, a la que recuerda como una mujer dura–, pero uno termina convencido que esos mismos roces, silencios, desencuentros y dificultades que ha habido desde siempre entre las dos mujeres fueron los que forjaron, después de todo, el carácter insumergible de la hija. Educada para hacer las cosas sin quejarse ni buscar pretextos, Maricarmen vive sola en su departamento, viaja para tocar su chelo al interior del país, da clases en el INBA, imparte conferencias a niños inquietos, entra y sale de relaciones complejas y destructivas, corre el maratón y acepta cualquier trabajo que le proponen, porque pareciera estar esclavizada a hacer las cosas que le piden para autoafirmarse ante los demás, no por el gusto de hacerlas.
Al final de este notable retrato fílmico, vemos a Maricarmen haciendo esculturas para ella misma sin el menor temor a “la nada” asociada con la ceguera. Pero, como desde el inicio nos ha quedado claro, la nada no existe para Maricarmen porque, como dice ella, enérgica y claridosa: “¿Cómo que nada? ¡Aquí estoy!”. Sí, ahí está.
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.