La ficciรณn sobre las obras de arte ocultas, perdidas o robadas –una copa sagrada, un collar de perlas preciosas, un manuscrito, una colecciรณn de cuadros, una madonna– es muy extensa y viene de antiguo. Henry James dejรณ en sus cuentos un repertorio extraordinario, si bien en su caso tales extravรญos y sus correspondientes bรบsquedas eran, mรกs que histรณricos, psicopรกticos. Despuรฉs de James, la narrativa ha continuado ese argumento, aunque, con una excepciรณn, no conozco ninguna novela espaรฑola ni pelรญcula que trate del peligro o daรฑo sufrido por las grandes pinturas del patrimonio clรกsico en momentos de zozobra bรฉlica (nuestra guerra civil serรญa el paradigma) y de su salvaciรณn y traslado, al modo en que lo refleja, por ejemplo, la pelรญcula norteamericana Monuments Men, estrenada el aรฑo pasado.
La dama de oro, estrenada recientemente, tiene poco que ver con aquella, interpretada y dirigida con simpรกtica superficialidad por George Clooney; las relacionan el nazismo y las bellas artes, en un conglomerado que rara vez falla dramรกticamente en la pantalla, sobre todo si lo defienden actores del calibre de Bill Murray, John Goodman o Cate Blanchett (en Monuments Men), y de Helen Mirren y Daniel Brรผhl en Woman in Gold, tรญtulo original de La dama de oro. Naturalmente, la obra maestra del gรฉnero, en clave perversamente sarcรกstica, es Malditos bastardos de Quentin Tarantino, en la que el sรฉptimo (con su actor pistolero, su crรญtico resabiado, su proyeccionista intrรฉpida) representaba al arte escamoteado. Pero claro, el filme de Tarantino era pura invenciรณn, fantasรญa situada en contextos reales, mientras que ahora hablamos de dos ficciones autentificadas, ya que ambas se basan en acontecimientos sucedidos y en personajes existentes.
La pelรญcula de Clooney era รฉpica, y en los rasgos de ese gรฉnero de alcurnia griega radicaba su principal atractivo; el reducido batallรณn al que el presidente Roosevelt encomendรณ la recuperaciรณn de las obras de arte sustraรญdas durante la guerra por las tropas hitlerianas existiรณ, y sus hombres, un puรฑado de artistas, conservadores de museos, arquitectos y profesores de arte, fueron seguramente tan torpes en las armas y tan valientes en las operaciones de rescate como los que describe el filme en clave de sacrificio heroico. Aquella era una pelรญcula deliberadamente sentimental producida y realizada por Clooney (un cineasta interesante) despuรฉs de Los idus de marzo, su pelรญcula cรญnica y polรญtica. Monuments Men no era polรญtica, y sus sentimientos tendรญan al lagrimeo mรกs que a la reflexiรณn, pero pasados muchos meses del dรญa en que la vi aรบn recuerdo el pathos de la escena en que el grupo de rescatadores, que ha sufrido pรฉrdidas en sus filas, descubre los inmensos subterrรกneos donde estรกn almacenadas las obras robadas por los nazis, reconociendo alguno de los miembros del pelotรณn aquel retablo o aquella talla renacentista a la que en su vida civil anterior habรญa dedicado todos sus conocimientos.
Tambiรฉn emociona La dama de oro, como melodrama a la antigua usanza que es, sin el brillo que el Hollywood de Sirk o de Minelli sabรญa conferir a estas cosas pero jugando una baza de difรญcil negaciรณn para tantos de nosotros: la pelรญcula del rutinario realizador Simon Curtis habla de una hipรณtesis sobre la que se funda nuestra cultura, nuestro modo de ser artistas o nuestro modo de ser amadores del arte, y segรบn la cual cada obra desaparecida, quemada, sustraรญda del lugar en el que fue concebida y hurtada a quien supo en primer lugar apreciarla y tal vez costearla es una pรฉrdida de la conciencia social, del bien comรบn del espรญritu. Curtis, y antes que รฉl su guionista Alexi Kaye Campbell, banalizan los elementos, pero la historia del retrato que Gustav Klimt pintรณ a peticiรณn de un cultivado judรญo vienรฉs, plasmando a la trรกgica y fascinante Adele Bloch-Bauer (que morirรญa joven), y que ocupรณ la pared de una casa en la que los ricos favorecรญan el mejor arte y a la que llegaron las ss para desposeerles y enviarles a la cรกmara de gas, posee los elementos de la gran tragedia de motivo artรญstico, y como tal despierta nuestro interรฉs y puede hacer llorar, en mรกs de un pasaje de juicio o de reencuentro vienรฉs, a las almas sensibles.
Para rellenar sus casi dos horas de metraje, La dama de oro se detiene en la parte legal de este caso que todos leรญmos en su momento en los periรณdicos. La alta abogacรญa y los dignatarios austriacos aparecen pintados en el trazo grueso de los desaprensivos, y Maria Altmann (encarnada en su fase adulta por la Mirren) reviste los caracteres de la mujer justa, valerosa y empecinada; cuando hace suya la nรฉmesis nos arrastra, y cuando deja correr el humor produce carcajadas, aun contando con el pesado lastre que supone tener de coprotagonista permanente al estรณlido Ryan Reynolds. Hay una secuencia memorable, la visita de Maria a la casa de sus tรญos los Bloch-Bauer, donde de niรฑa veรญa colgado el cuadro de su tรญa Adele rodeada en el lienzo por la hermosa cenefa de teselas de oro que a Klimt le inspiraron, tras un viaje a Italia, los mosaicos de la iglesia de San Vitale en Rรกvena. La secuencia me recordรณ episodios similares del interesante libro 21 rue la Boรฉtie, de Anne Sinclair, la nieta de otro perjudicado por el nazismo, el marchante judรญo Paul Rosenberg, aunque casi todo el mundo conoce mรกs a Sinclair, nacida Anne Schwartz, por haber sido la tercera mujer de Dominique Strauss-Kahn y su mรกximo apoyo mientras el polรญtico y banquero fue encarcelado y procesado. La ya anciana Maria de Helen Mirren recorre ese espacio infantil, ahora ocupado por las oficinas de una multinacional, y su sola mirada, su presencia superviviente, nos habla sin palabras, suficientemente, de esa epopeya de crimen y rapiรฑa que tuvo lugar hace solo setenta aรฑos en un lugar central de nuestra Europa. ~
Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).