La obra de Nicolás Pereda (México DF, 1982) es definitivamente cinema de culto. Esto queda claro desde que se menciona su nombre: son pocos quienes han podido apreciar sus trabajos cinematográficos anteriores (Verano de Goliat, Perpetuum Mobile, Juntos, Los mejores temas, Matar extraños…) y todos ellos son un gusto adquirido. El más reciente de sus filmes, marcados por narrativa de repetición circular, es El palacio (2013), que forma parte del festival Ambulante y presenta un atisbo a lo que puede ser la cinta más accesible de Pereda.
La toma con la que Pereda elige abrir su filme es impresionante: en un plano sostenido vemos a las diecisiete protagonistas femeninas de la película en el momento de cepillarse los dientes todas al mismo tiempo. Es un universo único, ritual. El mundo de las madres y las hijas: niñas y mujeres; jóvenes y maduras; el escenario que presenta no es un cuarto de baño sino un patio al aire libre con lavaderos antiguos de gran tamaño. Esta actividadal parecer tan ordinaria, las hace iguales, pese a sus diferencias a simple vista. Al principio, no se sabe dónde están, lo que contribuye a un aura de misterio inquietante que dilata en resolverse: a lo largo de cinco minutos, lo que presenta es una secuencia que muestra lasdiversas tareas de limpieza llevadas a cabo por algunas de estas mujeres, y así se descubre gradualmente que todo se lleva a cabo en una casa antigua; si bien no hay referencia alguna a dónde está ubicada. Este es el propósito que sirve a Pereda para crear un vínculo casi hipnótico entre abstracción y rutina. De este modo, nos absorbe en este ritual de lo habitual; las mujeres vienen y van, en este mundo privado del que nos hace testigos. Así, enfoca elementos de la vida doméstica más banal (tender la ropa, trapear el piso, tender la cama…) con una mirada que los revela como auténticos momentos de belleza inexplicable.
El título de esta película alude a un palacio. ¿Dónde está? ¿Es la casa que habitan estas mujeres? ¿Qué son? ¿Señoras o doncellas? ¿Qué ocurre fuera de la pantalla que juega un papel tan importante e implícito en la puesta en escena?Pereda plantea su enigma con naturalidad y del mismo modo se rehúsa a responderlo; va deshilvanando todo sin pretensiones: hay un jefe, son empleadas o se preparan para serlo: niñeras, enfermeras, criadas… están juntas por razones tanto económicas como emocionales; hay igualmente, otros enfoques, otros lazos que se hacen manifiestos, entre las mujeres: un abrazo solidario, una mirada cómplice. No hay una trama convencional de la que pueda hablarse, pero en el cine de Pereda nunca la hay: más cercano a algunos momentos alucinantes de Lynch, que a la ultrarealidad de Herzog — aún con palpable influencia de ambos — Pereda es guía de este laberinto del universo femenino salpicado por la política: la entrevista sirve como contrapunto a lo que no vemos en pantalla, una especie de explicación a lo que vemos, un comentario a lo que nos ha hecho sentir en treinta y seis minutos de una retórica visual y sensorial, mundos dentro de mundos.
Hace ya algunos años que Nicolás Pereda reside en Canadá, no obstante, su obra es completamente mexicana. Auténtico rebelde que no depende de institución alguna y que ha creado un cine independiente en el sentido más amplio de la palabra, es un director brillante y agudo, de sensibilidad insólita que una y otra vez encuentra lo extraordinario en aquellas cosas o lugares que otros ni siquiera consideramos mirar, y El palacio es la mejor y más clara muestra de ello.
El Palacio forma parte de Ambulante 2015.
Miguel Cane (México DF, 1974) Es novelista y periodista cinematográfico. Su más reciente publicación es el inclasificable "Pequeño Diccionario de Cinema para Mitómanos Amateurs".