En las últimas elecciones de Finlandia, celebradas el pasado 17 de abril, el partido de ultraderecha Verdaderos Finlandeses consiguió el 19% de los votos, ocho veces más que en los anteriores comicios. En este contexto, Aki Kaurismäki, el más famoso director finlandés, se traslada por segunda vez a Francia y rueda Le Havre. Una historia sobre cómo la vida tranquila de un escritor retirado en una ciudad portuaria se transforma cuando ayuda a un niño inmigrante del África negra que, tras escapar de las autoridades, se refugia en su casa. Como en sus anteriores películas, Kaurismäki hace uso de un inteligente humor negro que le permite hablar de forma ligera sobre los temas que le interesan. En este caso, se centra en la inmigración ilegal que llega a Europa y que debe hacer frente al estricto sistema de control que caracteriza a aquel continente. En contraposición a este sistema, vemos una comunidad de personajes llenos de humanidad que desinteresadamente se ayudan unos a otros y, de esta forma, tras esquivar al férreo control policial, consiguen brindarle un futuro mejor al niño.
Con esta película, Kaurismäki demuestra un dominio cada vez más firme de su particular estilo. Rodada en una fría, solitaria y hostil Normandía, la cinta consigue, paradójicamente, transmitir calidez desde la primera secuencia, cuando nos hace partícipes del fracaso de Marcel Marx, el protagonista, al buscar clientes a la salida del metro a los que limpiar los zapatos. Una calidez que ha sabido transmitir a juzgar por la reacción del público congregado en el Gran Teatro Lumière.
Aki Kaurismäki fue galardonado anteriormente por Un hombre sin pasado con el Gran Premio del Jurado (2002) y en esta edición se posiciona como uno de los favoritos a llevarse la Palma.