Tenéis que venir a verla es la película más reciente de Jonás Trueba (Madrid, 1981), que en esta nueva aventura vuelve a contar con su equipo habitual: repiten actores (Itsaso Arana, Francesco Carril, Vito Sanz), se suma una (Irene Escolar); repiten Santiago Racaj, Miguel Ángel Rebollo, Laura Renau, Javier Lafuente y el resto de esa familia que compone Los ilusos. Es una película pequeña, dura 64 minutos y se ordena sobre dos encuentros de dos parejas con una separación de seis meses entre sí. Unos versos de Olvido García Valdés, leídos por ella misma, ahondan en la sensación de irrealidad; tiene una estructura más jazzística y las músicas que suenan son quizá lo que estructura la película. Lo que cuenta es sencillo: unos amigos van a visitar a otros que se han mudado a las afueras, comen, juegan al ping-pong y salen a pasear. Entre tanto, hablan y hablan y se retratan casi más por lo que no dicen.
¿Cómo llegas a la poesía de Olvido García Valdés y en concreto a ese poema? Sobre todo, ¿qué es lo que querías que añadiera a la película?
Más que un poema, son unas anotaciones poéticas que encontré en el libro Esa polilla que delante de mí revolotea (Galaxia Gutenberg), que reunía gran parte de la poesía de Olvido. Venía leyendo sus poemas, pero de pronto encontré ahí unas notas acerca de la “crisis de irrealidad”, y sentí que ella estaba nombrando algo que me perseguía hace tiempo, sin saber nombrarlo con tal exactitud y belleza. Tiene que ver con una cierta perplejidad del mundo, y de la percepción de nosotros mismos, y de las cosas. Tiene que ver con dónde nos sentimos vivir, y es también una duda existencial, un descoloque, una extrañeza. Una de las cosas más emocionantes de hacer esta película ha sido el encuentro con ella, poder conocerla y tratarla, comprender mejor todo esto. Y que haya quedado su voz en la película.
La crítica dice de la película que recoge sensaciones pospandémicas, de un modo sutil, sin subrayar el asunto covid. Me pregunto hasta qué punto el tema pandémico se cuela en la película (y en la vida) y en su lectura.
La “crisis de irrealidad” de la que habla Olvido me parece que es consustancial al ser humano, de hecho ella escribió aquellas notas hace muchos años. Pero diría que la pandemia ha venido a acrecentar esa crisis, como tantas otras. En medio de la tristeza y el desconcierto general, perdí a dos amigos muy queridos y admirados, el músico Rafael Berrio y el poeta Luis Miguel Madrid. Rafa venía arrastrando un cáncer y la pandemia le pilló ingresado en el hospital; Luismi contrajo el covid en las primeras semanas y no lo superó. Estas dos muertes tan seguidas me dejaron hundido. Pasé toda la primavera y todo el verano de 2020 en completo estado de shock.
Pero el último fin de semana de agosto me dije a mí mismo que no podía seguir así y me obligué a escribir y dar forma a una nueva película. Redacté un pequeño tratamiento en apenas dos días y eso ha sido lo más parecido que hemos tenido a un guión. Se lo envié a los actores y al equipo y ahí les hablaba de la necesidad de volver a juntarnos, y de hacer una película que no pudiéramos no hacer, una película posibilista y circunstancial, una película a pequeña escala, sin apenas argumento, que fuera más un intento de captar el estado de ánimo, y que nos devolviera la confianza de poder seguir haciendo cine juntos, algo que no parecía tan evidente.
Tenía el título, Tenéis que venir a verla, que podía literalizar una idea que tengo hace tiempo, y es que las películas, más allá de una historia que se cuenta, pueden ser un espacio en el que compartir cosas, como un rato que pasamos con amigos, o en la casa de unos amigos. Así que esa casa que van a visitar en la ficción es también la propia película, aunque sea de forma encubierta. Y la pereza que sienten ellos de ir a visitar la casa es también la pereza que a veces sentimos para ir al cine… Y en esos meses de pandemia dura, con los cines cerrados, ya nada se daba por descontado, ni siquiera que pudiéramos estrenar en alguna sala de cine. Es la primera vez que filmo una película con esta conciencia, con esta incertidumbre, con esta emoción. Quizá esto es lo que ven o perciben algunos al sentarse a ver ahora la película en una sala de cine…
La recurrencia de actores hace que se creen ecos entre tus películas. Aunque interpreten a personajes distintos, es inevitable acordarse de las películas anteriores y jugar a pensar que son un poco los mismos, o variaciones de los mismos. Estás haciendo películas de ficción y a la vez vas retratando a tus amigos a lo largo del tiempo…
Es que el hecho de repetir con ellos acaba siendo el gesto más importante, lo más parecido a un estilo. Siento que las películas las escribo con ellos también, porque traen siempre mucho de sí mismos, y eso es lo que más me emociona. Diría que hay una especie de estética actoral, casi una ética, que se contagia a todas las películas, y que consiste en trabajar a partir de nosotros mismos, con pocos elementos, de ir despacio y sin imponer demasiado las emociones. El espectador que descubra esta película sin haber visto ninguna de las anteriores no será consciente de eso, pero no vería la misma película si no fuera por todas las otras, que están un poco por debajo, como capas de una misma pintura, como si cada película se superpusiera a las anteriores, entrando en diálogo y también en contradicción.
En tus pelis la música siempre es importante, en esta también. Están las piezas de Chano Domíguez, que sirven un poco como marco, y luego la canción de Bill Callahan, que canta la idea sobre la que se tensiona la amistad entre las dos parejas: la ciudad o el campo, tener hijos o no, etc.
El tema de Chano que interpreta en directo al principio de la película lo compuso también en los primeros meses de confinamiento, y me pareció que atrapaba la misma sensación de que yo buscaba para la película, es algo que estaba en el aire, él lo llama “Limbo”, una palabra que yo uso mucho para pensar nuestra películas. La canción de Bill Callahan nos daba otro tono, más cómico y distanciado, y esa tensión entre estilos de vida.
Y también están las guitarras de Bill Frisell, ¿cómo es la combinación de esos tres elementos musicales?
Todas las músicas que suenan en la película estaban sonando en casa los meses antes del rodaje. Bill Frisell es uno de mis músicos favoritos, siempre he pensado que es muy cinematográfico, con esas texturas sonoras y atmósferas que sabe crear. “Winter Always Turn to Spring” es un tema que compuso hace años y atrapa muy bien esa sensación de ciudad desolada que vemos al principio. Ya solo el título parece un anticipo de lo que la película va a mostrar después. Y “Still” significa para mí algo así como la vibración del mundo todavía, es más esperanzador, y lo usamos en el segundo paseo, en primavera. Es una composición de Grégoire Maret pero Bill Frisell está ahí de nuevo, generando un sonido reconocible. Todas estas músicas me ayudaron a encontrar el tono de la película, y a darle una forma y una estructura en función de ellas.
Tus películas se relacionan de manera estrecha con el presente y supongo que la magia está en que permanecen, paradójicamente, no dan la sensación de estar hechas para la inmediatez aunque sean inmediatas, ¿es deliberado?
Me gusta lo que dices, ojalá. Las hacemos con una conciencia clara del presente, cada una pertenece a un momento y unas circunstancias muy concretas, son como pequeños mensajes en una botella que nos enviamos a un futuro que solo podemos intuir en el mejor de los casos.
¿Para qué sirve el cine?
Se me ocurre decir que es una forma como otra cualquiera de estar en el mundo. Pero me parece que es una forma de estar bastante intensa y enriquecedora. Nos permite mirar, escuchar y dar forma a nuestra realidad. Intentamos atrapar la vida, aunque es muy difícil, es bonito intentarlo.
Parafraseando el título del libro de Sloterdijk que leen los personajes, Has de cambiar tu vida, ¿hemos de cambiar nuestra vida?
Diría que solo con cambiar un poco nuestro punto de vista ya sería algo… Reconocer nuestra pequeñez e insignificancia serviría para salir de nuestro ombliguismo. Se dijo mucho que la pandemia nos hacía más vulnerables, más conscientes de nuestra fragilidad, pero luego se olvida. En la película mostramos unas hormigas y luego a nosotros mismos desfilando con la cámara y el trípode, de vuelta a casa, al finalizar el rodaje, como hormiguitas en fila. Esa escala me parece la más realista posible, la que nos devuelve la idea de lo pequeños que somos en un mundo más grande y en el que tenemos que convivir con muchas otras hormigas, aceptando nuestras diferencias. Tendemos a construir burbujas, que son a veces engañosas, pompas poco consistentes. Esta película es una burbuja también, todas lo son. Sloterdijk llama “esferas” a los espacios de convivencia, en múltiples niveles. Quizá deberíamos crear esferas y burbujas donde vivir con más armonía.