En el inicio, fue la imaginación. Porque dinero no había. It’s murder! (1977), el primer largometraje que dirigió Sam Raimi (E.U., 1959), fue realizado en formato super-8, tuvo un presupuesto reportado de 2 mil dólares y un equipo de producción formado por amigos y compañeros de Raimi, muchos de ellos estudiantes de la Universidad de Michigan, en donde el propio aprendiz de cineasta estudiaba literatura; mejor dicho, estaba matriculado en esa carrera, porque sus intereses estaban muy lejos de los libros.
Poco después, entusiasmado por la cálida recepción de su primer largometraje, Raimi, al lado de su amigo de la adolescencia Bruce Campbell y de un compañero universitario, Robert Tapert, realizó un cortometraje de horror, Within the woods (1978), centrado en dos parejas de jóvenes que son atacadas y poseídas por una presencia demoniaca en una cabaña en el bosque. El objetivo de Raimi y su equipo era muy preciso: demostrarles a todos los que vieran el cortometraje que si ellos eran capaces de realizar un efectivo filme de horror con tan poco dinero –mil 600 dólares, para ser precisos–, ¿qué no podrían hacer si les financiaban en serio su primer largometraje profesional? Raimi y compañía no pedían carretadas de dinero. Medio millón de dólares serían suficientes. ¿El resto? Se resuelve con imaginación.
Así nació la compañía productora Renaissance Pictures, cuyo primer largometraje sería El despertar del diablo(Evil dead, E.U., 1981). Ganador del premio de la crítica en el festival de cine fantástico de Sitges 1982 y reconocido con el premio Saturno al mejor filme de bajo presupuesto en la Academia de Ciencia Ficción, Fantasía y Horror de Estados Unidos, El despertar del diablo marcó el inicio de la carrera profesional de Sam Raimi y, al mismo tiempo, de una exitosa franquicia cinematográfica y televisiva de la que hoy se estrena la más reciente entrega, Evil dead: El despertar (Evil dead rise, E.U., 2023), en la que Raimi, Campbell y Tapert aparecen solo como productores. Antes de que el lector se sumerja en este nuevo episodio violento, sanguinolento y demoniaco de El despertar del diablo, hagamos una revisión de la trilogía original, tan idiosincrática como la propia carrera de Sam Raimi.
Realizada con un presupuesto de menos de medio millón de dólares, en una auténtica cabaña abandonada en un bosque de Tennessee y con un pequeño equipo de producción de 13 personas –incluyendo a los cinco actores protagónicos–, El despertar del diablo sigue siendo no solo la mejor película de la saga sino una clase magistral de imaginación cinematográfica.
Partiendo de la misma premisa que Within the woods –cinco jóvenes llegan a una aislada cabaña para pasar un fin de semana, y sin querer liberan a una entidad satánica al reproducir un conjuro contenido en cierto “libro de los muertos”–, Raimi da rienda suelta a su imaginación temática y formal, apropiándose, al mismo tiempo, de cualquier elemento que le pudiera servir para mantener al respetable al borde del asiento. La inquieta cámara de Tim Philo prueba toda posición habida y por haber, justificada o no: desde bruscos contrapicados wellesianos hasta claustrofóbicos acercamientos a los ojos de los personajes, pasando por insólitas tomas subjetivas ¿desde el interior de un reloj de pared? La única regla del primer Raimi es no aburrir al espectador y, es de suponerse, no aburrirse él mismo, al idear y ejecutar esas demenciales tomas desde la perspectiva del demonio que entra al cuerpo de sus víctimas, o el perturbador ataque sexual que sufre una de las protagonistas cuando el bosque mismo –sus árboles, sus ramas, sus enredaderas– la violan en medio de la noche.
El primer Raimi sabe también tomar los elementos que necesita para construir su discurso temático y visual: la cabaña derruida que bien podría ser el hogar del Cara-de-cuero de Masacre en cadena (Hooper, 1974), el “libro de los muertos” o Necronomicon ex mortis lovecraftiano hecho con piel humana y escrito con sangre, el desenlace, cuando vemos los cuerpos de los protagonistas descomponerse al estilo de los cortometrajes surrealistas de Jan Svankmajer. En este nutrido marco de referencias, Raimi se lanza a jugar con la cámara y se desboca montando un festival de sangre derramada, salpicada y hasta vomitada, entre el horror gore más gráfico y el splatter que aspira no a asustar, sino a provocar repulsión.
La secuela, El despertar del diablo 2 (The evil dead II, E.U., 1987), realizada seis años después, inicia más como un remake que como una continuación: toda la historia de la primera película, corregida y reducida, se narra en siete minutos, hasta que vemos cómo el único sobreviviente del primer filme, Ash (el infaltable Bruce Campbell), es poseído por el invencible espíritu demoniaco.
Esta nueva premisa le da la oportunidad a Raimi para probar otras vertientes del horror que, sin dejar de lado lo más gráficamente violento –como el cuerpo que se parte a sí mismo con una motosierra–, lo mismo puede ser cómico –un espejo que cobra vida cual película de los hermanos Marx–, grotesco –la cabeza que tiene vida propia y ataca a mordidas–, nostálgico –el uso del stop motion al estilo del reverenciado animador Ray Harryhausen– o francamente chocarrero –esa mano rebelde de Ash que, incluso mutilada, le hace la vida de cuadritos, como si se tratara de la mano nazi del Dr. Strangelove kubrickiano. Ya con pleno dominio de sus recursos formales y, por supuesto, con mucho mayor presupuesto, Raimi se sale de madre con algunos desternillantes momentos de splatter puro y un gore tan desbocado que la sangre de uno de los poseídos ya no es roja, sino verde. Porque sí.
Después de tales excesos formales, ¿qué podía hacer Raimi con su correoso protagonista Ash, con el maldito “libro de los muertos” y con su invencible y ubicuo demonio? Cualquier cosa, menos quedarse en la cabaña de los dos primeros filmes. La tercera cinta de la saga, Guerrero de las sombras (Army of darkness, E.U., 1992), está ubicada en el año 1300 d.C., época a la que es enviado Ash hacia el final de El despertar del diablo 2. En un tono ligero que fusiona con eficacia el cine de acción medieval con el humor paródico de Monty Python y el Santo Grial (Jones y Gilliam, Reino Unido, 1975), Ash es aquí el insólito líder que viene del futuro para defender a toda una población feudal de un ejército de muertos que se ha levantado de la tumba. Alejado por completo del cine de horror, Raimi explora en esta curiosa secuela otros territorios genéricos, desconocidos para él –las aventuras de capa y espada, la fantasía retrofuturista– sin dejar de lado sus consabidos juegos fílmico-referenciales, como sucede cuando Ash tiene que enfrentarse a media docena de versiones liliputienses de él mismo, en una escena tan extraña que aspira a estar al lado de las insuperables excentricidades de La novia de Frankenstein (Whale, E.U., 1935) y sus miniaturas humanas.
El Ash de Bruce Campbell volvería a enfrentarse a los espíritus demoniacos en las tres temporadas de Ash contra el mal (2015-2018), una serie televisiva de acción y humor creada y escrita por el mismo Sam Raimi, pero no aparecería, por desgracia, ni siquiera en un cameo en Posesión infernal (Evil dead, 2013), el meritorio remake de El despertar del diablo dirigido por el español Fede Álvarez.
En Posesión infernal volvemos a la cabaña perdida en medio del bosque, a la quinteta de personajes que han decidido pasar un fin de semana ahí y, por supuesto, al “libro de los muertos” que alguien abrirá para leerlo y, por qué no, para recitar el conjuro que despertará al espíritu demoniaco de marras. El guion, escrito por el propio director en colaboración con Rodo Sayagues, está repleto de guiños al filme original –la sudadera de la Universidad de Michigan que lleva un personaje, cierto pendiente que tendrá un papel central en la historia, el bosque que viola a una de las muchachas, el uso de la infaltable motosierra–, pero está lejos de ser un mero refrito.
De hecho, los protagonistas de este remake son personajes más complejos, con relaciones mucho más complicadas que los del primer filme de Raimi. El quinteto de amigos no llega a la cabaña para pasar unos días tomando y divirtiéndose, sino porque quieren ayudar a la adicta Mia (Jane Levy) a dejar la heroína; ese sitio alejado de todo contacto humano parece ideal para que la muchacha cumpla con su palabra e inicie una nueva vida alejada de las drogas. Por supuesto, el síndrome de abstinencia de Mia será el menor de los problemas cuando el demonio sea liberado y empiece a poseer a los visitantes.
Álvarez muestra un aplomo admirable en el manejo de las claves del horror más gráfico y corporal: quemadura con agua hirviente en primer plano, baño de sangre de uno de los protagonistas, automutilación de la mejilla en close-up, la mano que, como en El despertar del diablo 2, cobra vida para después ser cortada, secos escopetazos para contestar un ataque de una poseída con una pistola de clavos en ristre, y otras linduras por el estilo. Sin asomo del humor autoparódico tan caro al estilo y a la obra de Raimi, esta revisión de la saga original se sostiene por la convicción con la que fue realizada y por la destreza en el manejo de los mejores recursos visuales de un horror directo, visceral, orgánico. Esperemos que Evil Dead: el despertar esté, por lo menos, a este horrífico nivel. Que el diablo quiera. ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.