El Fantasia International Film Festival de Montreal nació en 1996 con el objetivo de presentar al público canadiense –y con el paso del tiempo, de toda América del Norte y, ahora, de todo el mundo– lo mejor del cine fantástico, en especial el realizado con bajo presupuesto y fuera de las grandes industrias; es decir, darle la espalda a Hollywood y a sus apabullantes blockbusters, amos y señores de las taquillas globales.
Aunque el festival nació a partir de la vigorosa cinefilia asiática asentada en Montreal –de ahí que hasta la fecha sigue presumiendo una fuerte selección provenientes de esa parte del planeta–, en la actualidad la programación es ejemplarmente ecléctica, no solo por la diversidad geográfica de las cintas presentadas –no hay continente sin representación– sino por la apertura misma de la definición de lo “fantástico”.
Me explico: para los organizadores de Fantasia, basta que una cinta en cuestión provenga de un impulso anticonvencional para que sea digna de estar en la programación, dentro o fuera de la competencia oficial. Dicho de otra manera, en Fantasia no espere ver solamente las típicas películas de vampiros, zombis, extraterrestres, espantos, posesiones satánicas o de la más variada ciencia ficción. Al contrario, al lado de algún filme que podría haber sido un muy decente episodio de The walking dead puede estar una película documental que, por desgracia, no tiene un solo elemento de cine fantástico, sino que proviene de una muy perturbadora realidad.
Este es el caso de From my cold dead hands (España, 2024), ópera prima en el terreno del cine documental del prolífico editor Javier Horcajada –coordinador de postproducción de cintas claves del cine español más reciente como Cerdita (Pereda, 2002), Cinco lobitos (Ruiz de Azúa, 2002) y Mantícora (Vermut, 2022)–, película que fue presentada en la sección Documentaries from the edge. Bajo la sombra del maestro del ensayo documental Adam Curtis y, evidentemente, con la amplísima experiencia como montajista que presume Horcajada –¡40 créditos del 2022 al 2024!– he aquí un demencial y agotador viaje virtual por la cultura de las armas que prevalece, invencible, en el corazón más profundo de los Estados Unidos.
Sin voz en off de por medio, mostrando solamente imágenes tras imágenes sacadas/saqueadas del internet –de YouTube, Instagram, TikTok–, el hombre-orquesta Horcajada, que funge de director, guionista y editor, nos presenta un Estados Unidos sumergido gozosamente en la cultura de los balazos y no de los abrazos. El par de Virgilios de este paseo por el infierno armamentista gringo son dos jóvenes muy agradables y articulados a quienes vemos, desde el principio hasta el fin de este documental, presentando su programa “10 razones para ser dueños de un arma” en su popular canal de YouTube. Alegan, por ejemplo, que manejar armas ayuda a educar en la responsabilidad individual a nuestros propios hijos (esta es la razón número 9), para que luego veamos, de manera sucesiva, una serie de videos encontrados en las redes sociales en los que presenciamos el espectáculo de innumerables chamacos y chamacas disparar alegremente sus matonas, el de un par de chiquitines entrando en una armería para ofrecerle un tour al espectador o el de alguna niña coloreando –sin salirse de la raya, eso sí– un encantador librito en el que está dibujada, por ejemplo, una cuerno de chivo.
Horcajada nos entrega aquí un documento genuinamente aterrador, entre la ópera bufa –los videos chuscos en el que algún pelmazo termina disparándose en el pie–, la sátira digna del mejor Paul Verhoeven –esa fiesta de revelado del sexo del bebé disparando armas– y el auténtico cine de horror, pues al ver este mosaico de imágenes salidas de la más vulgar cotidianeidad gringa, no queda más que preguntarse no por qué hay tantos ataques por armas de fuego en Estados Unidos sino, más bien, ¿por qué no hay más? Con sus 63 videos públicos, seleccionados y editados en apenas 64 minutos de duración, Horcajada ha creado un documento tan excepcional como deprimente que inicia y finaliza de la manera más torcidamente patriótica posible: con el himno nacional estadounidense interpretado a balazo limpio. Land of the free, land of the guns. Y agáchese, que ahí viene la bala.
Hace unos párrafos anoté que Fantasia es un festival tan abierto que al lado de un documental como el de Horcajada podía programarse una cinta convencional de zombis. Este es el caso de Párvulos (México, 2024), quinto largometraje del especialista mexicano Isaac Ezban –de su insuperado cortometraje Cosas feas (2010) a la reciente Mal de ojo (2022) pasando por su notable ópera prima El incidente (2014)–, cinta presentada en la competencia Cheval Noir, la sección más importante del festival. Aunque, a decir verdad, el guion del filme, escrito por el propio director en colaboración con Ricardo Aguado-Fentanes, no le debe tanto a las películas o series de zombis como a las de infectados, que se parecen mucho, pero no son lo mismo.
Estamos en un mundo postapocalíptico, en alguna cabaña perdida en el interior de México. Ahí, tres hermanos –un joven adulto, un adolescente y un niño– esperan el regreso de sus padres, quienes hace tiempo se fueron para no regresar. El mayor, Salvador (Farid Escalante Correa), es el papá postizo de sus dos hermanos, tarea que cumple con toda dedicación y energía. Los hermanos sobreviven como pueden, cazando animales, cultivando la tierra y tratando de pasar desapercibidos, para no llamar la atención de ningún infectado por el “virus Omega” ni, tampoco, de los sobrevivientes sanos que, cliché obliga, suelen ser más peligrosos que los monstruos.
La película no ofrece grandes novedades en su historia –un giro de tuerca inicial es más que previsible– pero sí en su enternecedora mirada hacia esta familia nuclear que quiere permanecer junta aunque el mundo esté derrumbándose alrededor. Por supuesto, esta es la idea de la cinta: ya que el mundo está derrumbándose alrededor, es necesario permanecer todos juntos y unidos como familia, celebrando la Navidad, recreando una entrañable foto, compartiendo la misma canción, viendo la misma película y leyendo “Hansel y Gretel” una y otra vez como supremo acto de comunión familiar.
La puesta en imágenes al mando de Ezban es, como de costumbre, muy efectiva –los apagados colores deslavados de la fotografía de Rodrigo Sandoval, el más que convincente diseño de producción de la colaborada habitual Adelle Achar– y los efectos especiales, especialmente los prácticos, debidos a la maquillista Ana Flores y al diseñador prostético Roberto Ortiz, son de primer nivel. Ellos dos ya están listos para trabajar en cualquier reboot de The walking dead, así como lo están varios de los actores, especialmente la pareja de infectados, Ignacio F. Lazo y Norma Flores. Y, por supuesto, esto lo escribo como un elogio.
Al final, la película que arrasó en la competencia Cheval Noir fue otra cinta latinoamericana que, por fortuna, ya está disponible en nuestro país en Netflix. Se trata de Los impactados (Argentina, 2023), el más reciente largometraje de Lucía Puenzo –de la espléndida ópera prima XXY (2007), a la producción mexicana La caída (2022) pasando por el buen thriller El médico alemán (2013)–.
Ganadora el año pasado en Trieste 2023 del premio a mejor película, Los impactados obtuvo en Fantasia, con toda justicia, una Mención Especial del Jurado, el reconocimiento a mejor guion y el premio a la mejor actriz, Mariana Di Girólamo. Ella interpreta a una de las impactadas del título, la joven veterinaria Ada, quien, atendiendo el parto de una vaca en medio de una tormenta eléctrica, es alcanzada por un rayo que la deja en estado de coma durante cinco semanas. Al despertar, Ada se siente “desestructurada” –sufre de zumbidos constantes, padece de fotofobia–, además de que en su cuerpo quedó grabada una larga cicatriz rojiza arborescente que, luego se enterará, es la ruta que siguió la electricidad que la atravesó por completo. Es evidente que Ada ya no es la misma y esto le queda aún más claro cuando entra en contacto con otros “impactados” que se reúnen alrededor de Juan (Germán Palacios), un moroso tipo que ha sido alcanzado en dos ocasiones por los rayos. Juan le abre a Ada un nuevo bravo mundo, en el que la electricidad (la “electrofilia” del título en inglés) es una forma de realización (incluso sexual) tan insólita como irresistible.
Ya se habrá dado cuenta: Los impactados abreva claramente del universo argumental cronenebergiano de los cuerpos en revuelta, aunque no tanto desde la perspectiva del horror como el de la reflexión existencial. O sea, más cerca de Crash: Extraños placeres (1996) que de toda la primera obra visceral de Cronenberg.
De todas formas, Los impactados es mucho más que un mero pastiche cronenbergiano: la odisea de Ada por reencontrarse a sí misma después del rayo tiene que ver también con reexaminar su relación con su fallecida madre, quien se quitó la vida cuando ella era un niña y replantear su relación con su compañero, el comprensivo pero desconcertado Jano (Guillermo Pfening). Al final, se trata de aceptarse a sí misma, como es ahora y como se puede ser después. En lo que se puede convertir cualquier mujer independiente, rayo o no de por medio. ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.