Una de las quejas más recurrentes con respecto al cine hollywoodense contemporáneo es su excesiva duración. Los 90-100 minutos que era la duración estándar todavía hasta los años 80 empezó a cambiar con la dominación del blockbuster a finales del siglo pasado y no se diga con la aparición del cine de franquicia a partir de este siglo. ¿Cuántas cintas de superhéroes –sean del MCU o de DCEU– duran, digamos, hora y media? Spoiler alert: ¡ninguna!
La excesiva duración ha contagiado al resto de los géneros y ahora es complicado ver una sólida película hollywoodense de 90 minutos: ese arte de la concisión dramático-visual-espacial se ha perdido por completo. Por eso mismo, es raro cuando sucede todo lo contrario, es decir, cuando vemos un filme que parece exigir más tiempo de duración. Es el caso, propongo, de Misántropo (To catch a killer, E.U., 2023), tardío cuarto largometraje –aunque primero hollywoodense– del cineasta argentino Damián Szifron, reconocido internacionalmente a partir de su exitosa comedia de humor negro nominada al Oscar Relatos salvajes (2014).
Aunque se trata del clásico “pago de piso” del cineasta debutante en el aparato hollywoodense, la realidad es que Misántropo parece un proyecto más o menos personal y por partida doble, no solo porque Szifron es uno de los productores y coescribió el guion original al lado del debutante Jonathan Wakeman, sino porque la otra productora es Shailene Woodley, la estrella protagónica. Es decir, Misántropo está lejos de ser la típica película de encargo.
Estamos en Baltimore –más bien en Montreal, pero, bueno, hay que abaratar costos–, en plenos festejos de Año Nuevo, fuegos artificiales incluidos, cuando otro tipo de fuego empieza a segar la vida de varias personas en uno de los edificios más lujosos y céntricos de la ciudad: 29 inocentes han perdido la vida en manos de un anónimo asesino con puntería impecable. Cuando la policía ha detectado el sitio de donde provienen los disparos, una bomba destruye todo el departamento y, por lo mismo, cualquier indicio forense de quién podría ser el francotirador.
Sin embargo, una modesta policía de a pie, Eleanor Falco (Woodley), la primera que llegó al lugar de los hechos, tiene una buena idea. Y luego, otra más, algo que llama la atención del agente del FBI Lammark (Ben Mendelsohn), que la manda llamar para su equipo de investigación, aunque, al principio, no le encargue otra cosa que sacar unas copias o hacerse cargo del niño llorón de uno de los sospechosos. Muy pronto Lammark se dará cuenta que Eleanor es algo más que una investigadora natural: es tan buena para definir al anónimo asesino –al misántropo del título en español– porque algo de él tiene dentro de sí. Estamos ante otra Clarice Sterling frente a su propio Hannibal Lecter, solo que este último no está prisionero sino libre, con la posibilidad de ejecutar otra matanza.
Misántropo es un sólido thriller procedimental, como se producen cada año tantos otros en el cine y en la televisión estadounidenses. Vemos cómo trabajan los policías, de qué forma interrogan a los sospechosos, reúnen evidencias y hasta cometen errores, porque ya sabemos que no hay buen thriller policial sin pistas equivocadas que llevan a fracasos monumentales, como sucede en un par de ocasiones en el filme.
Lo interesante en el guion de Szifron y Wakeman es que la búsqueda de este implacable asesino de masas nos permite ver el entorno político, social y cultural que rodea a las víctimas y al anónimo victimario. Tomando como ejemplo la inalcanzable serie The wire (2002-2008), también ubicada en Baltimore, vemos cómo la búsqueda del asesino destapa las lacras de la sociedad estadounidense contemporánea: el oportunismo ramplón de los políticos que quieren que todo se solucione “ayer”, la mezquindad competitiva de las distintas agencias de seguridad, la irresponsabilidad de los medios de comunicación que termina provocando no solo más pánico sino hasta más muertos, la dominante cultura de las armas que deja que cualquier hijo de vecino tenga un rifle de precisión usado en Kuwait o Irak, la economía subterránea que permite la explotación de quien quiera pasar desapercibido, y hasta la ineficacia de los servicios de salud mental, incapaces de dar seguimiento a los “individuos de interés”, ¿acaso porque son demasiados?
Por todo lo ya descrito, Misántropo bien pudo durar un poco más. He aquí un caso raro en el que a una película no le sobra, le falta: trata tantos temas, no solo policiales y procedimentales, sino políticos, sociales y culturales que, en cierto momento, al llegar al desenlace, cuando conocemos al asesino y sus (sin)razones, me di cuenta que toda la historia, con todo y sus dos policías de pareja/dispareja y su misterioso y elusivo asesino, bien podrían haber funcionado como una temporada completa de True detective.
Lo que no le falta a Misántropo es competencia narrativa: la puesta en imágenes dirigida por Szifrón, a través de la fotografía del veterano Javier Juliá es tan funcional como elegante, mientras que el montaje, realizado también por el propio cineasta, mantiene el interés desde el inicio –ese primer atentado masivo genuinamente aterrador– hasta un anticlimático desenlace que bien podría dar pie a una secuela. O, insisto, a una miniserie. No sé, Szifron, Shailene. Piénsenlo bien. ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.