Por eso siempre le va tan bien a Tom Ripley

Escrita y dirigida por Steve Zaillian, la miniserie "Ripley" es la mejor adaptación para la pantalla que se ha hecho de "El talento de Mr. Ripley", y una inteligente extensión temática y conceptual del libro de Patricia Highsmith.
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Hacia el final de “La perfecta señorita”, uno de los relatos más irónicos y perturbadores que se encuentran en el libro Pequeños cuentos misóginos (Anagrama, 1974), Patricia Highsmith (1921-1995), la escritora tejana autoexiliada y fallecida en Suiza, nos advierte que nada jamás le sucederá a su protagonista, Thea, la “perfecta señorita” del título. En ese inquietante relato, Highsmith nos presenta a una niña que es una precoz femme fatale que todo destruye y a todos engaña, menos a su distante papá, que sospecha la clase de monstruo que ha engendrado.

Highsmith retrata a Thea como una auténtica sociópata sin atisbo alguno de conciencia moral ni remordimientos que, por su radiante belleza y sus buenos modales, atrae la admiración de propios, extraños y hasta del universo mismo, que permite que siempre se salga con la suya. En las últimas dos líneas del cuento, cuando Thea ya llegó a los 15 años de edad, Highsmith narra que cierta rival de nuestra protagonista sufre un accidente automovilístico que deforma para siempre su cuerpo y su rostro. Por supuesto, Thea está feliz por eso, y la autora subraya que la muchacha tiene un futuro promisorio, porque “escapará de todas las catástrofes”, ya que “hay una divinidad que protege a las perfectas señoritas como Thea”.

Es acaso el desenlace más lapidario en cualquier cuento escrito por Highsmith y uno de los más cercanos a su forma de entender las relaciones humanas y el sentido de nuestra existencia. Highsmith dijo en más de una ocasión que a los personajes de sus relatos y novelas –asesinos, estafadores, ladrones, sociópatas, extorsionadores– no los castigaba la justicia porque ese tipo de historias edificantes solían ser muy “aburridas” y “artificiales”. Además, estaba convencida de que el universo es indiferente a nuestras acciones: “ni en la vida ni en la naturaleza existe la justicia”. Y si alguno de sus malandros protagonistas terminaba siendo castigado o detenido –así sucede en una que otra novela– esto se debía más bien a una causalidad, a una inexplicable broma cósmica. En general, en la obra de Highsmith el crimen sí paga y el criminal tiene todo a su favor.

Por esto siempre le va tan bien a Tom Ripley, tanto en las cinco novelas que Highsmith escribió sobre él como en la mayoría de sus apariciones cinematográficas y, más recientemente, en la miniserie de ocho episodios que estrenó Netflix el fin de semana pasado. Escrita y dirigida por el oscareado guionista (por La lista de Schindler) Steve Zaillian, Ripley (2024) es, a mi ver, no solo la mejor adaptación para la pantalla que se ha hecho de El talento de Mr. Ripley (1955), la primera novela en la que aparece Tom Ripley, sino que es una sagaz extensión temática y conceptual del texto original de la Higshmith y una brillante apropiación genuinamente cinematográfica de la historia.

La adaptación escrita por el guionista, creador y director Zaillian es muy fiel, en líneas generales, a la novela de Highsmith, adaptada por vez primera en A pleno sol (Clément, 1960) y luego en El talentoso Sr. Ripley (Minghella, 1999). Estamos en Nueva York, en 1960: Tom (Andrew Scott) es un pobre diablo que sobrevive cometiendo pequeños fraudes aquí y allá. Por una confusión, el acaudalado empresario naviero Herbert Greenleaf (el cineasta y guionista Kenneth Lonnergarn en un muy competente cameo extendido) contacta a Tom, creyendo que es íntimo amigo de su único hijo, Richard “Dickie” Greenleaf (Johnny Flynn), quien tiene años viviendo en Italia, tirando el dinero de la familia y dedicándose, supuestamente, a pintar. O sea, al dolce far niente. Míster Greenleaf le pide a Tom que vaya a Italia y convenza a su hijo bueno para nada de que regrese a hacerse cargo del negocio. Se trata, pues, de unas vacaciones pagadas, con todo y generoso sueldo incluido. Cuando Tom llega a Atrani, el escarpado lugar en donde Dickie vive entre rocas, escaleras y playas, Ripley se enamora del lugar, del despreocupado estilo de vida del indolente heredero y, al final de cuentas, del propio Richard, ante la mirada vigilante de la novia de Greenleaf, la dizque escritora y fotógrafa Marge Sherwood (Dakota Fanning).

Con ocho episodios de una hora para desarrollar la historia original, Zaillian expande el mundo de esa primera novela de Ripley, concentrándose sobre todo en la logística del engaño, el fraude y el crimen. Somos testigos, desde el inicio, no solo de las decisiones que va tomando Tom sobre la marcha sino, incluso, de cómo las va pensando, planeando y, al final, ejecutando. El Ripley de Andrew Scott es el más cercano a los libros: un ser amoral y opaco que sabe acomodarse a cada circunstancia, que piensa rápido y que hace lo que tiene que hacer con la precisión de un cirujano. Tiene suerte, qué duda cabe (como “la perfecta señorita” Thea), pero tampoco carece de audacia: cuando se siente acorralado, su huida siempre será hacia adelante.

Si bien es cierto que, a botepronto, el casi cincuentón Andrew Scott es un Ripley demasiado viejo para el papel –se supone que es un muchacho de 25 años e, incluso, en uno de los episodios dicen que él y Dickie tienen “como 30 años”–, también lo es que no termina el primer capítulo de esta miniserie cuando queda claro que el actor irlandés se ha apoderado por completo del personaje. Estamos ante un Ripley mucho más maduro que el encarnado por el joven depredador Alain Delon de 25 años de A pleno sol,y no se diga del inseguro e inestable Matt Damon de 29 años de El impostor. El Ripley de Scott no tiene dudas: siempre sabe lo que tiene que hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. De hecho, se parece más al Ripley de las siguientes novelas de Highsmith –La máscara de Ripley (1970) o El juego de Ripley (1974)– que al inexperto personaje de la primera novela, pero qué importa: el rostro inexpresivo de Scott y su inalterable mirada vacía terminan imponiéndose ante cualquier escepticismo.

Hay otros elementos notables en esta miniserie, además de Scott. En primera instancia, esa wellesiana/hitchockiana puesta en imágenes, cortesía de la fotografía en blanco y negro del también oscareado (Petróleo sangriento) Robert Elswitt, cuya soberbia iluminación de manchas en las calles de Roma y sus ocasionales encuadres inclinados e interiores nos remiten a clásicos de la talla de El tercer hombre (Reed, 1949), El hombre equivocado (Hitchcock, 1956) o Sombras del mal (Welles, 1959).

Luego, está ese extraordinario diseño sonoro, que nos ubica en otra época, en otro mundo, que uno que otro espectador podrá recordar si tiene los suficientes años: un lugar en donde todo es pesado, ruidoso, en el que necesitamos tiempo para hacer algo, en el que las cosas se mueven o son movidas con dificultad. Me refiero a ese elevador que cada rato se descompone, esos pasos nocturnos por los milenarios adoquines romanos, ese invasivo timbrar del teléfono que retumba en los oídos, esa firma falsificada de Dickie que Tom estampa en cada cheque con un bolígrafo que escuchamos pasar por el papel… Todo lo que hace Ripley implica un esfuerzo porque el mundo que habita es táctil: no hay nada digital, nada es ligero, nada es sencillo. Siguiendo cierto dictum hitchockiano, en Ripley queda claro que, si bien matar es fácil, deshacerse de un cuerpo ya es más difícil.

Hace varios meses, cuando me enteré que Netflix produciría otra versión de El talento de Mr. Ripley, anoté en Twitter, medio en broma, medio en serio, que ojalá que esa futura miniserie se dedicara a construir un RCU, es decir, un Ripley Cinematic Universe. Después de todo, Highsmith escribió cinco novelas sobre Tom y el personaje ha sido encarnado no solo por los mencionados Delon y Damon, sino por Dennis Hopper, Ian Hart, Barry Pepper y John Malkovich. O sea, hay mucha tela de dónde cortar y muchas presencias que pueden aparecer sorpresivamente en las siguientes temporadas. Por lo visto, en el desenlace de esta ¿primera? entrega de Ripley, Zaillian y su equipo leyeron mi tuit. Puede ser que haya Tom Ripley para rato. Después de todo y parafraseando a la Highsmith: “hay una divinidad que protege a estafadores y asesinos como Ripley”. ~

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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