La novela Expiación, del inglés Ian McEwan, ha sido una excepción que confirma varias reglas. Una (un lugar común) que dice que masas y críticos se rinden ante cosas distintas. Un best seller estacionado en las listas ganó del Premio del Círculo Nacional de Crítica de su país, fue nombrado Libro del Año en varias publicaciones influyentes y esnobs, y –la prueba de fuego– recibió halagos de escritores a los que McEwan considera modelos (no superados) de su generación. Expiación desafía otra regla (más bien convención), propia de la narrativa realista y omnisciente por tradición. Contada desde varios puntos de vista, su historia es producto de una sola percepción. No la del autor –una obviedad– sino la de un personaje construido por el narrador. La tercera (quizá un prejuicio) dice que los buenos libros no evolucionan en buenas películas (menos si son “de época”, un tipo de cine fértil para la pretensión), y que en cualquiera de los casos la comparación es ociosa: un libro es justo un libro, un guión es sólo un guión, y una película una cosa distinta que no le debe a la literatura fidelidad ni explicaciones. Pero una novela de metaficción ejemplar, que depende del lenguaje escrito para lograr su tour de force, se ha convertido en una película que, a partir de recursos distintos, genera reflexiones igual de poderosas sobre los alcances de la ficción.
La película introduce a la vida de la familia Tallis, en una tarde de verano de 1935. Briony, de trece años, dirige una obra de teatro que será representada por sus primos como un regalo para su hermano Leon. Su hermana mayor, Cecilia, ha vuelto a casa después de terminar sus estudios en la universidad. Estudió en la misma escuela que Robbie, el jardinero, gracias a que el Señor Tallis le ha procurado, como a sus hijos, la mejor educación. Esa tarde Cecilia y Robbie pasean por el jardín. Por accidente rompen un florero cuyas piezas caen en una fuente. Cecilia se desviste y, en ropa interior, se echa un clavado al fondo. Desde la casa y detrás de un vidrio, Briony los observa a ambos. Esa noche, antes de la cena, encuentra a su prima y el jardinero en la biblioteca: él sobre el cuerpo de ella, engarzados, contra la pared. Cuando más tarde los primos escapan de la casa y los invitados salen a buscarlos, Briony encuentra a su prima de quince años siendo violada por un hombre indistinguible en la oscuridad. Cuando llega la policía, Briony asegura que el culpable es Robbie. A pesar de las protestas y lágrimas de Cecilia, Robbie es arrestado y enviado a prisión.
No hay mucho más que pueda decirse sin sugerir la vuelta de tuerca que resignifica la narración. A grandes rasgos, Expiación es la historia de un malentendido, y de cómo alguien obsesionado con la ficción puede tergiversar los mensajes del mundo real, y alterar, para mal, varios destinos a su alrededor. Si la imaginación desbordada fue la causante de los daños, la imaginación encauzada buscará remediarlos y restituir a los personajes la historia que les correspondía vivir. La expiación a través del arte permitirá a los personajes retomar sus historias, esta vez liberados de la muerte y la temporalidad.
El director Joe Wright ha hecho carrera en la televisión y tiene sólo un largometraje en su haber: Pride & Prejudice, adaptación del 2005 de la novela de Jane Austen, que recibió buenas críticas incluso de sus compatriotas. El guionista, Christopher Hampton, es también dramaturgo. Alguna vez dijo estar en contra de la creencia de que los clásicos literarios hacen películas decepcionantes. Su otro crédito en cine, el guión de Las relaciones peligrosas (Frears, 1988), es junto con Expiación su carta de legitimidad.
Una adaptación literal/literaria de la novela de Ian McEwan habría vuelto inverosímil el giro en el tramo final. Mientras que el cine es siempre omnisciente, esta novela pretende serlo para luego revelar su grado de parcialidad. En el texto este giro se logra usando el lenguaje como único vehículo; una película, con más recursos, no podía limitarse a reproducir la trama. Había que encontrar, a través del estilo, la forma de lograr transiciones que convencieran al espectador.
La solución de los realizadores fue, por maliciosa, brillante. La película aprovecha los clichés del cine de recreación histórica (más cercano a la literatura que al cine) para que el espectador, en retrospectiva, recuerde lo artificioso de ciertas escenas, enaltecidas de la misma manera en que la memoria adorna el recuerdo y lo limpia de imperfecciones que puedan provocar dolor. Expiación pone al descubierto el doble filo de la ficción: a la vez salvavidas y trampa, y el espacio en el que un miserable puede jugar a ser Dios. ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.