El cine de/con aliens ha dado múltiples alegrías desde su nacimiento, en De la tierra a la luna (Méliès, 1902). Más de 100 años de cintas en las que lo más importante no es la creatura que ataque, seduzca, se acerque o destruya a los protagonistas. Lo relevante en el cine de extraterrestres son las consecuencias que la visita de aquel desconocido (término ‘alien’, derivado de ălĭēnus, alude a lo extraño, lo ajeno; la condición de ‘fuera de este mundo’ es más bien una generalización de la cultura popular); las repercusiones que derivan de la introducción de un elemento extraño en un entorno familiar. En ese sentido, quizá, podríamos decir que, más allá de la presencia estética de la creatura en las cintas, su función es la de catalizador, detonante: en E.T. no importa el ser tanto como lo que descubre de la vida de Elliott; enAttack the block, la invasión alienígena al barrio no dice tanto como la interacción entre los niños gangsta que lo habitan. Los ejemplos podrían seguir durante largo rato, no sólo desde el entretenimiento: Solaris y Contacto abordan el tema desde una perspectiva filosófica.
¿Qué pasa, entonces, si la presencia alienígena es reducida al mínimo posible? ¿Cuál será el resultado si se usa la economía de recursos y el alien es apenas mencionado, si su presencia se vuelve, de plano, invisible, casi sugerida? La pregunta no es gratuita y la respuesta ha sido ensayada en múltiples ocasiones, en distintos tonos (aunque el cine de horror lo ha adoptado particularmente): Actividad Paranormal, El proyecto de la Bruja de Blair, Alien, Cloverfield. Extraterrestre, de Nacho Vigalondo, avanza la propuesta, en tono de dramedy: ¿qué sucede si una invasión alienígena amenaza Madrid?
Vigalondo ya ha dado muestras de inteligencia y economía. Su primer filme, Los Cronocrímenes, interesante revisión al viaje en el tiempo, era imaginativo y matemático pero no exento de destellos de precisión técnica y visual. Sus experimentos narrativos en forma de cortometrajes subidos a YouTube son muestras de un ingenio y una economía de elementos que reverbera en sus largometrajes –aunque da la impresión de que Vigalondo se guarda esta experimentación para cortometrajes independientes y explora formatos más tradicionales en los largos–. Dos de estos ejercicios narrativos destacan sobre los demás: Código 7, una historia que fusiona personajes y situaciones aparecidas en Los Tres Estigmas de Palmer Edritch y Ubik, ambas de Philip K. Dick. Dura nueve minutos y está dividida en tres partes: cada una de las partes presenta el mismo metraje (con variaciones mínimas).
El segundo cortometraje importante de Vigalondo es Domingo. Quizá el antecedente formal de Extraterrestre, el corto es más una viñeta que muestra a un ovni en primer plano –una de las dos imágenes que pueden verse– y las voces de una pareja de fondo. Nuevamente, Vigalondo evidencia que hay más de lo que sucede en pantalla; que es posible narrar una historia con mínimos recursos a través del uso inteligente de lo que está fuera de la pantalla pero incide directamente en lo que sucede dentro de ella.
Extraterrestre es la suma afortunada de algunas de estas características. Aunque no tan atrevida como los cortometrajes que la anticiparon, la cinta utiliza la idea de aquello que está afuera, del invasor anónimo. Julio (Julio Villagrán) amanece en el piso de Julia (Michelle Jenner) después de lo que parece un romance de una sola noche. La situación es incómoda: él quisiera quedarse; ella quisiera que se fuera inmediatamente. Mientras platican –Julio intentando sacar algo en claro que le permita aferrarse; Julia desesperada ante la presencia del extraño–, se percatan de varios sucesos anormales: no hay señal en la televisión, no hay internet, no funcionan los celulares. Se asoman por la ventana y allí está: un gigantesco platillo volador sobre Madrid. Se enteran a través del radio (que muestra, una vez más, su efectividad ante la interferencia de señales que suelen provocar las invasiones alienígenas) de lo que sucede: varias naves se ciernen sobre toda España y el ejército ha movilizado a los habitantes de Madrid a algún sitio lejano. Julio y Julia, dormidos y con resaca, no se enteran de nada. La escena inicial de la cinta es una elegante muestra del dominio de la cámara que tiene Vigalondo: Julio, acostado en la cama, sigue la trayectoria de Julia a través del piso mediante los sonidos que ésta va emitiendo mientras entra al baño, camina por los pasillos, llega a la cocina. La cámara se mueve en la misma dirección de los sonidos, pero dentro de la habitación en la que está Julio.
Una vez superado el shock de la invasión alienígena, el filme se convierte en un estira y afloja entre el visitante que quiere permanecer y la natural que quiere que se vaya. La llegada de Ángel (Carlos Areces), el vecino fisgón de Julia, eterno enamorado suyo, es un incómodo y desternillante pase entre los tres protagonistas. Mientras se debaten entre salir o no, permanecer juntos o separarse, aparece Carlos (Raúl Cimas), el novio-esposo de Julia –y la razón principal del deseo ferviente de Julia por la partida de Julio–. Irónicamente –y para efectos cómicos–, Carlos y Julio parecen caerse muy bien y cultivar cierta amistad. Una vez establecidos los cuatro personajes –existe un quinto, sin nombre conocido pero interpretado por Miguel Noguera, que aparece hacia el final y tiene una participación menor–, Extraterrestre deja de preocuparse por la nave gigantesca que continúa en el cielo madrileño y se convierte en lo que es: una disección de las relaciones humanas –y la forma en que nos relacionamos–; una comedia que gira alrededor del comportamiento que adoptamos cuando un extraño, un alien, se introduce en nuestras rutinarias existencias. Y, para ser alien, no es requisito llegar en un platillo volador o parecer una creatura salida de la peor pesadilla de Lovecraft: a veces, el peor alien es uno de nuestra propia especie.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.