Antes de ser Gotham City, la ciudad existía bajo otro nombre: Nueva York. Durante el primer año de publicación de Batman, en 1939, no había una distinción: la ciudad donde residía Bruce Wayne era Nueva York de forma literal; alrededor de un año después, Bill Finger, co creador del personaje, tuvo la idea de crear una ciudad ficticia: Gotham City. Claro: puedes sacar a Gotham de Nueva York, pero jamás hacer lo contrario y, durante todos estos años, Ciudad Gótica jamás ha dejado de ser un poco Nueva York. Las versiones fílmicas así lo comprueban: ¿qué ciudad es la del Batman de Burton sino una Nueva York en clave art decó, o la ciudad de la serie animada, un Nueva York de la era de la prohibición? Christopher Nolan cambió la tradición al hacerse cargo de Batman: eligió Chicago para ser la base de su Ciudad Gótica. Sin embargo, The Dark Knight no ocurre en un Chicago real. Es decir: Chicago no es Gotham City, por mucho que se le parezca. Y se le parece bastante. Son casi iguales, pero no son la misma ciudad. Físicamente, claro, comparten similitudes – no en vano una es locación de la otra – y esto podría prestarse a la confusión, pero al final, The Dark Knight funciona más como una especie de extrapolación, de traslación y traducción del Chicago original a un universo distinto; una nota al margen que señala ciertos aspectos de la ciudad original. Ciudad Gótica ha sido Nueva York, ha sido Londres, Vancouver y varias más. Ellas, a su vez, también lo han sido: léase el cuarto apodo de esta nota con 98 sobrenombres para NYC; en adición, léase también el número 69 (la ciudad, además, estuvo a punto de adoptar oficialmente el apodo de Gotham City, acuñado por Washington Irving); para Nolan, se parece a Chicago: la confirmación de la perfecta maleabilidad de una ciudad ficticia, distinta en cada imaginación. La idea gusta por borgeana.
II
Nolan comienza narrando torpemente y con ínfulas de Michael Mann el robo a un banco de la mafia a manos del Joker y su equipo de payasos (mírese esta secuencia, de The Dark Knight, y compárese con ésta, de Heat, para notar sin mucho esfuerzo la influencia mal asimilada de Nolan, quien se limita a copiar a Mann y hacer un deslavado homenaje a Kubrick – derecha, Heath Ledger como el Joker; izquierda, Sterling Hayden en The Killing). Aquí está el primer comentario al Chicago criminal – real y cinematográfico -: de un plumazo, recordamos a The Untouchables, de DePalma; recordamos, también, Public Enemies, de Mann (es verdad: la cinta es cronológicamente posterior a The Dark Knight, de 2008, pero la influencia del cine de Mann sobre Nolan es previa, como ya se mostró en el comparativo de Heat); por último, el Chicago criminal está también en Road to Perdition, de Mendes. Acaso la Gotham (en medio) de Nolan toma algo del Chicago de The Untouchables (arriba) y del de Dick Tracy (abajo):
Se establece así la firmeza de Nolan y su equipo a la hora de poner las bases de su ciudad. La atención al detalle, la creación de una urbe única – basada en Chicago, pero con elementos de identidad que la hacen ser otra ciudad – Puede decirse que Nolan es un tipo descuidado en ciertos detalles, quizá de forma un tanto consciente. El cuidado extremo que muestra a la hora de planificar su diseño de producción es proporcional al desinterés que pone en la edición. Da la impresión de que prefiere mostrar un momento impactante que un desarrollo verosímil de la acción.
III
Hay un cambio sustancial entre una Gotham y otra, y éste no es un cambio gratuito. La primer Gotham, de Batman Begins, tiene una apariencia decididamente sucia que se pierde casi en su totalidad en la secuela. La razón parece sencilla: Nolan, notoriamente menos imbuido de solemnidad y sentido de trascendencia, pretendía hacer un tratado sobre el miedo en la primera entrega de su Batman. Uno de los villanos de esta cinta, Scarecrow, inocula a sus víctimas con una sustancia que materializa sus peores temores. De esta forma, la primera tercera mitad del film no transcurre en Gotham, sino en el templo en el que Bruce se entrena para pelear con el crimen en su ciudad natal; las otras dos son un poco un delirio: es la Gotham de la mafia, por ejemplo. Acá Nolan cita también al cine de gángsters de Chicago:
(Habría que mencionar que la mejor Gotham de Nolan debe ser, casi sin chistar, la que existe durante el último ataque de Scarecrow: un delirio total entre humo y fuego y destrucción y locura.) Se encuentran presentes el mafioso arquetípico, en su guarida a la vista de todos,intocable; la miseria que lo rodea y que él mismo impulsa. Ésta es la ciudad a la que Bruce Wayne vuelve y a la que quiere cambiar. Es, de hecho, la ciudad que cambia desde sus entrañas: el resultado es el aséptico sitio que conocemos en The Dark Knight. El cambio obedece también a las necesidades del guión de Nolan: el caos que se introduce en la segunda parte de la saga amerita un sitio más ordenado, pulcro, limpio. El miedo, el eje central de Batman Begins, crece y se desarrolla de mejor manera en la Gotham City a punto del colapso. Ambas ciudades son Gotham: comparten el centro de la ciudad, en el que en ambas cintas – y, a juzgar por el trailer, también en la tercera – se llevan a cabo persecuciones, y ambas mutan de acuerdo al guión de Nolan. La Ciudad Gótica de The Dark Knight es, también, una nueva Ciudad Gótica: más limpia, ordenada, con menos criminales. Es el delirante Joker quien aparece para destruirla por el puro placer de introducir un poco de anarquía.
IV
Una ciudad puede usarse bien o mal; la ciudad existe por sí misma – en la diégesis, en el caso de Gotham City y materialmente, en el caso de Chicago; poder crear una ciudad nueva a partir de esto es un privilegio inusual –, pero su existencia no garantiza un buen uso de ella (París en Midnight in Paris, por ejemplo, ilustra el mal uso de una ciudad, centrándose en la visita y el recorrido de incontables lugares comunes; París en Ratatouille, pletórica de imaginación y riqueza en el espacio urbano, un ejemplo del uso correcto). Nolan logra momentos estéticos destacables; por el contrario, él y su hermano, Jonathan, coautor de los guiones, se muestran mediocrísimos a la hora de plantear y resolver situaciones plausiblemente. Muestra de un gran momento estético y un correcto aprovechamiento de la locación – transformándola, también y gracias al uso, en una Gotham City propia – es aquel en el que el tráiler conducido por el Joker vuelca y cae estrepitosamente en medio del centro de la ciudad. El asunto con esta secuencia es que se encuentra precedida por otra que es también el ejemplo del oficio de Nolan en peor estado: toda la persecución previa es casi ininteligible. Dos instantes, hilados por una misma acción, en los que se muestra de manera subsecuente lo mejor y lo peor de Nolan. Pese a ello, es poco probable que haya otra invención dentro del Batman de Nolan que valga tanto como la Gotham que ha creado: desde Memento era evidente que el director manifiesta una inclinación a perfeccionar el sitio en el que se desarrollan sus historias. Lo hace, con menor suerte, en Inception: crea un París que se repliega sobre sí mismo, aunque termina desperdiciándolo al dejar de lado las posibilidades que crea (Ariadne, el arquitecto del grupo, sabe cómo doblar una ciudad sobre sí misma pero lo único que se le ocurre al momento de crear su propio mundo onírico es un complejo militar en las montañas). Así, la Gotham City de Nolan destaca por sí misma por el uso correcto desde la elección de la locación, extensivo al uso de la misma. Dentro del universo narrativo de Nolan, una de las características principales de su Batman es la idea de que estamos ante la versión más verosímil y realista de un justiciero encapuchado, según el propio director. Nada representa mejor la traducción de esta idea a la pantalla que la Gotham City imaginada: un sitio que toma lo más representativo del Chicago real y cinematográfico, lo más sucio de Nueva York y lo refinadamente urbano de una ciudad como Tokio, un escenario plausible donde desarrollar la acción. Incluso los añadidos digitales, como el monorriel de Batman Begins, se integran de forma casi orgánica a la estructura de la ciudad. Quizá el guión de Nolan tropiece a la hora de conservar la plausibilidad pretendida; esto, claro está, no es culpa de Ciudad Gótica o de Chicago: ambas permanecen, como la mayoría de las ideas, perfectas.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.