ยฟQuรฉ debe hacer la mรบsica en las pelรญculas? Robar cรกmara sin protagonizar: ser ese gancho inconsciente que, fuera de la penumbra de la sala, nos remite a la historia que musicalizรณ. Acompaรฑar sin dictar el ritmo: dar una pauta, decorar ese mundo que visitamos por solo dos horas. Llevar de la mano sin manipular: ser el subtรญtulo en clave de una secuencia sin dictar lo que debemos de sentir. Todo esto debe hacer una gran partitura. Y lograrlo es todo menos sencillo.
Cerremos los ojos y recordemos la mรบsica de Cinema Paradiso. El score de Ennio Morricone es el primer recuerdo de la cinta de Tornatore. Es la puerta de entrada a la vida de Totto y Fredo, a ese pueblito siciliano, a esa รบltima secuencia magistral que recoge todos los besos en la historia del cine. Recordemos la mรบsica de El Padrino: la inmortal tonada de Nino Rota que es, junto con la pistola y el traje de tres piezas, parte fundamental de la indumentaria de los Corleone.
Hoy en dรญa, el arte de musicalizar una pelรญcula pasa por una agradable metamorfosis. De la grandilocuencia maniquea de James Horner, de aquellos scores que derramaban miel, a la contenciรณn melรณdica de Michael Giacchino; del score de los noventa en el que no cabรญa un violรญn mรกs a la frugalidad de la guitarra de Gustavo Santaolalla: la mรบsica en el cine es cada vez un terreno mรกs dรบctil para experimentos delicados y elegantes.
Sรณlo un compositor saliรณ ileso del exceso orquestal de los noventa. De origen alemรกn, Hans Zimmer se iniciรณ en Hollywood con la mรบsica de Rain Man, de Barry Levinson. En los noventa se hizo famoso con el aรบn recordado score de The Lion King. Y en los รบltimos diez aรฑos, mientras sus coetรกneos escriben partituras prescindibles, Zimmer ha compuesto la mรบsica de cintas tan distintas entre sรญ como The Dark Knight, The Da Vinci Code, The Last Samurai y, mรกs recientemente, Inception.
Lo que separa a este compositor alemรกn del resto de la camada es, antes que nada, su flexibilidad. A diferencia de otros colegas suyos como Howard Shore y el propio Horner, Zimmer no parece estar casado con ningรบn instrumento en particular. Igualmente cรณmodo con รฉpicas histรณricas que con historias de ciencia ficciรณn, Zimmer compone partituras camaleรณnicas, carentes de esa firma de la que tantos otros compositores no pueden prescindir. La mรบsica de John Williams siempre suena a mรบsica de John Williams. La mรบsica de Hans Zimmer suena a la mรบsica de las cintas a las que pertenece. Esta generosidad artรญstica se refleja inclusive en su manera de colaborar. Mientras otros compositores fungen como dictadores a la hora de apropiarse de un crรฉdito, Zimmer no tiene empacho alguno en compartir el mรฉrito de su trabajo con sus colaboradores: con la vocalista Lisa Gerrard en Gladiator y con Klaus Badelt en Pirates of the Caribbean.
En el caso de las รฉpicas histรณricas, su mรบsica incorpora instrumentos autรณctonos sin que parezcan, como es el caso de Horner, digeridos por la sensibilidad hollywoodense. El score de The Last Samurai no solo es la mejor partitura de una mala pelรญcula reciente; es tambiรฉn el mejor ejemplo del talento de Zimmer. Melancรณlico y dulce, memorable sin ser repetitivo, el score es impecable.
No obstante, a รบltimas fechas Zimmer ha demostrado sentirse igual de cรณmodo en este siglo que en algรบn otro. Su score para Inception, la รบltima pelรญcula de Christopher Nolan, es prodigioso. Trepidante, ominosa, a veces apenas perceptible, la mรบsica que Zimmer compuso para esta cinta demuestra su habilidad para armar partituras รบnicas, que no parecen derivar de otras, capaces de encapsular el mundo entero de la cinta en una armonรญa.
A pesar de sus รฉxitos recientes, su obra maestra sigue siendo The Thin Red Line. Acompaรฑando la belleza lรญrica de la guerra interpretada por Terrence Malick, Zimmer creรณ un score que es igual de desgarrador que la cinta a la que musicalizรณ. La pista โLightโ sigue siendo de las piezas mรกs hermosas compuestas en la dรฉcada pasada. Zimmer es un compositor cinematogrรกfico todoterreno: quizรกs el mejor de los รบltimos veinte aรฑos.
– Daniel Krauze