Los 56 Magníficos

La variedad de adaptaciones que se han hecho de Los Siete Magníficos comprueba la bondad de (algunos) refritos.
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Quien diga que todo ha sido ya pensado, o que la originalidad no existe, estará repitiendo uno de los cánticos más antiguos de la humanidad: ya Platón decía hace 2,400 años que todo el conocimiento es recuerdo, del mismo modo que el libro del Eclesiastés, escrito hace casi tres mil años por el rey Salomón, rezaba “Lo que fue, eso será. Y lo que se hizo, eso se hará. No hay nada nuevo bajo el sol”. Incluso el poeta griego Baquílides, muerto poco antes del nacimiento de Platón, llegó a declarar “Un autor hurta lo mejor de otro y lo llama tradición”.

Esa antigua clarividencia, que acepta sin pudor alguno la noción de que todo pensamiento o producto artístico es una mera adaptación de algo previamente elaborado, en cuestiones cinematográficas nos remite de inmediato a la socorrida figura del remake contemporáneo. Solo hace falta echar un vistazo a la cartelera de este año (Ben-Hur, Pete’s Dragon, etc.) para notar la cantidad de remakes: esa práctica que toma el tema central de una película previamente filmada, y lo adapta a un nuevo contexto temporal, a un nuevo contexto social –en caso de ser una película filmada fuera de Estados Unidos– o a un presupuesto mucho más ambicioso –en caso de tratarse de una película independiente–, de forma que una historia previamente ejecutada con éxito pueda presentarse ante un público renovado o distinto.

Es precisamente ese el modelo de negocio que en pleno 2016 motiva el estreno de una nueva versión de The Magnificent Seven: la historia de un pueblo en desgracia que contrata a siete justicieros para evitar ser arrasado por una banda de peligrosos maleantes. ¿Acaso necesitamos una nueva versión de la película que inmortalizó en 1960 a Yul Brynner como la cara de la justicia implacable? La respuesta afirmativa por parte de Hollywood vuelve a comprobar que el cine del siglo XXI está obsesionado con la figura del remake. Sin embargo, esta práctica no es en absoluto exclusiva de nuestro tiempo, y los siete magníficos a los que les colgamos el adjetivo de “originales” no son sino una copia de otros siete guerreros.

En 1954, tras 148 días de filmación en condiciones extenuantes y un presupuesto cuadruplicado que estuvo a punto de hacer quebrar a los estudios Toho, Akira Kurosawa presentó Los siete samuráis, una película épica de tres horas y media de duración que narraba la formación de una hermandad de samuráis, cuya misión era defender a una paupérrima villa japonesa de los constantes embates de un grupo de saqueadores. La película, que se convertiría en una de las obras más importantes dentro de la filmografía del director japonés era más un retrato delicadísimo del entorno social del Japón feudal del siglo XVI que una cinta de acción: apenas cuarenta minutos de las tres horas y media del metraje se centran en secuencias de esta índole.

En 1956 –dos años después de su estreno japonés– una copia recortada de dos horas y media de duración llegó a Estados Unidos. El impacto cultural fue decisivo. Los ejecutivos y cineastas hollywoodenses se interesaron en adaptar esa historia plagada de contenido social y acción, y el camino más evidente para hacerlo fue a través del western. Apenas cuatro años después de su estreno estadounidense, el director John Sturges presentaba a sus Magnificent Seven, adaptación que estuvo desde un inicio cargada de controversia al no otorgarle crédito alguno al guión escrito por Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto y Hideo Oguni, a pesar de que la cinta, además de apropiarse de la historia de los siete justicieros que defienden a un miserable pueblo –en este caso habitado por mexicanos– calcaba la estructura y el estilo de filmación de una buena cantidad de las secuencias filmadas por Kurosawa.

Incapaz de conseguir el humor y la solemnidad que Kurosawa imprime a sus siete samuráis, Sturges redujo su película a un simple escarceo entre paladines del bien y bandidos villanescos, en el que los pobladores mexicanos funcionan como mero telón de fondo, y donde se elimina casi por completo ese proceso de integración social entre los guerreros y el pueblo que funge como uno de los atributos más notables de la cinta de Kurosawa.

El guión de Kurosawa estaba lejos de ser olvidado. En 1966 el director lituano Vitautas Zalakevicius retomó el argumento de forma lo suficientemente libre como para tampoco dar crédito al guión original, en el filme Niekas Ninorejo Mirti (Nadie quería morir), obra que se encargó de colocar a Lituania –que en ese momento todavía era parte de la Unión Soviética– por primera vez en el mapa cinematográfico internacional, y de convertir a Zalakevicius en santón de la industria fílmica lituana. La película, que temáticamente resulta mucho más interesante que The Magnificent Seven, narra la terrible situación del pueblo lituano tras la Segunda Guerra Mundial, describiendo la cruel batalla que libera un poblado rusófilo contra las fuerzas guerrilleras independentistas lituanas, que tendenciosamente se retratan como grupos de bandidos ultraviolentos que asolan la región, y a los que unos hermanos deciden hacer frente tras el asesinato de su padre.

Apenas un año después, en 1967, se estrenaría Kill a Dragon, en la que se retoma el guión de Kurosawa, mezclando artes marciales, una isla sitiada por un gángster, mucha nitroglicerina y Jack Palance en el papel protagónico (el resultado es infame). Sin embargo no fue hasta 1980 que apareció la siguiente adaptación interesante en forma de cinta espacial de serie-b, dirigida por Jimmy Murakami y producida por el mismísimo Roger Corman. En esta ocasión Kurosawa tampoco recibió crédito alguno, sin embargo fue homenajeado veladamente por Corman al bautizar como Akir al planeta donde se desarrolla la acción del filme, y como Akira a la tribu de sufrientes granjeros que lo habitan y que son asolados por piratas espaciales. El resultado es Battle Beyond the Stars, una película que funciona como mezcla paupérrima entre Star Wars y The Magnificent Seven, en la que se utilizan sin ton ni son conceptos clave del filme de George Lucas, como el de la estrella de la muerte, el desarrollo estético de los personajes o el diseño de las naves espaciales, y se inserta de música de fondo la historia de los vengadores de Kurosawa, en una pieza de risotada loca que redefine la palabra plagio.

Trece años pasarían hasta que el guion de Kurosawa volviera a ser utilizado, esta vez por parte del director kasajo Rashid Nugmanov, que en 1993 estrenó su cinta Dikiy vostok, también conocida como The Wild East: un híbrido entre los siete samuráis de Kurosawa y Mad Max, que narra la historia de los hijos del sol: un grupo de enanos exiliados del circo que, tras la desintegración de la Unión Soviética, son acosados por violentos motociclistas al intentar establecer una comunidad en las áridas montañas de Kirguistán. Los enanos invertirán sus ahorros en contratar a un grupo de mercenarios para ahuyentar a sus verdugos. El filme, poderosamente influenciado por El Topo, de Alejandro Jodorowsky, presenta un ritmo narrativo desigual pero disfrutable, plagado de metáforas oníricas y simbolismos visuales que coexisten en una pieza bastante atípica.

En 1988, justo el año en que Kurosawa murió de un infarto, se filmaron las dos últimas adaptaciones de su célebre guión –una vez más sin otorgarle crédito alguno– realizadas desde dos trincheras completamente antagónicas: el cine infantil y el cine pornográfico. Fue en 1998 que se estrenó la exitosa cinta de Disney A Bug’s Life, en la que una colonia de hormigas reúne a un grupo de insectos para luchar contra los malvados saltamontes que suelen saquear sus cosechas, y Rocco e i magnifici 7, cinta en la que el actor porno Rocco Siffredi salva a un pueblo de una banda de forajidos sexuales.

Dieciocho años ha descansado la memoria de los siete samuráis de Kurosawa. Sin embargo, 2016 marca el regreso de esos siete magníficos a la pantalla grande de la mano del director Antoine Fuqua (Training Day), quien en esta ocasión vuelve a encontrarse con su actor protagónico favorito: Denzel Washington. Resulta imposible adivinar la calidad de este nuevo esfuerzo fílmico, pero es un buen augurio que esta versión sea la única de todas las mencionadas que en sus créditos de guión coloca a Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto y Hideo Oguni: tres japoneses que seguramente jamás imaginaron que su historia de sacrificio guerrero motivaría reflexiones sobre el derrumbamiento de la Unión Soviética, sobre batallas en el espacio sideral, la vida en el salvaje oeste,  insectos parlanchines, héroes sexuales y muchas cosas más que aún no nos ha tocado ver. Así la falsa búsqueda de la originalidad.

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Maestro en Ingeniería, crítico de cine, guionista.


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