Mindhunter: bienvenido a ninguna parte

El programa captura el espíritu de estos días, caracterizados por múltiples demandas de acoso sexual y la exigencia creciente de una presencia equitativa de la mujer en los círculos de toma de decisiones. Quizá sin proponérselo, Mindhunter terminó siendo una de las series más pertinentes de 2017.
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Charles Manson está muerto. El líder de “La familia”, secta responsable de una oleada de asesinatos salvajes en 1969 -incluido el de la actriz Sharon Tate, embarazada de ocho meses y entonces pareja del cineasta Roman Polanski-, falleció el 20 de noviembre a los 83 años por causas naturales en el hospital Mercy de Bakersfield, California. Junto a los eventos acontecidos el mismo año en el Altamont Speedway Free Festival, concierto gratuito donde un enfrentamiento con la pandilla de motociclistas Hell´s Angels derivó en tres muertes, las matanzas de “La familia” son consideradas como el despertar violento de Estados Unidos tras la lucha por los derechos civiles, la revolución sexual y el efímero sueño hippie de amor y paz. Los crímenes de Manson también emblematizan la fascinación de la sociedad con los asesinos seriales. Cualquier aficionado a la cultura popular conoce alguna representación de estos “monstruos”. De las novelas de Thomas Harris (base de los filmes de Hannibal Lecter) a cintas de culto como Henry: Portrait of a Serial Killer (McNaughton, 1986), sin obviar programas como Criminal Minds y The Following, estos personajes han sido objetos de la fascinación popular a lo largo de cuatro décadas. Siempre han existido criminales que cometen homicidios sádicos de manera sistemática con el mero fin de obtener placer y gratificación personal. El fenómeno, sin embargo, dio un salto notable en los sesenta: de acuerdo con la Serial Killer Database de la Universidad de Radford, de 72 asesinos seriales registrados en 1950 se pasó a 217 en 1960, 605 en 1970 y 768 en 1980, año pico hasta ahora en la Unión Americana.

¿Qué fue lo que provocó este disparo? ¿Por qué la violencia asesina comenzó a degenerar en expresiones tan extremas y generalizadas en tiempos de relativa paz? Esas son las preguntas que constituyen el punto de partida de Mindhunter, el programa creado por Joe Penhall que registra el nacimiento de la división de élite del FBI orientada a investigar el fenómeno. Basada en el libro Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit, escrito por Mark Olshaker y John E. Douglas, la serie cuenta la historia del agente especial Holden Ford (Jonathan Groff), un experto en resolución de crisis que se refugia en la docencia tras una fallida negociación de rehenes que deriva en la muerte del secuestrador. Holden se adentra en el estudio de las ciencias del comportamiento. Su investigación lo lleva a conocer a Bill Tench (Holt McCallany), agente que viaja por el país para capacitar a las policías locales en el manejo de crímenes violentos. Con el fin de obtener un conocimiento más profundo de la mente homicida, ambos emprenden una serie de entrevistas con asesinos encarcelados en diversos puntos de Estados Unidos. De manera relativamente rápida, aunque no sin contratiempos, los agentes logran lanzar una unidad especializada con la doctora Wendy Carr (Anna Torv), una psicóloga conductual que abandona su carrera académica para asumir el mando del grupo en Quántico, Virginia.

En el libro Anatomy of Evil (Prometheus Books 2009), Michael H. Stone, psiquiatra forense y catedrático del Columbia College of Physicians and Surgeons, establece que un acto debe considerarse como “maligno” si es planeado con anticipación, inflige un sufrimiento excesivo en la víctima y provoca zozobra en la comunidad donde se ejecuta. Stone es el autor de la “escala del mal”, un índice que como los círculos del infierno de Dante registra 22 esferas de maldad asesina: desde el grado inicial que agrupa a los que matan en legítima defensa hasta los integrados por personas que torturan a sus víctimas antes de matarlas. Casi todos los criminales que desfilan por Mindhunter pertenecen a los niveles superiores y están inspirados en los asesinos más célebres de la época: Edmund Kemper, Monte Ralph Risell, Jerry Brudos, Richard Speck, Darrell Gene Devier y Dennis Rader, el infame asesino BTK (Bind, Torture, Kill), encarcelado por sus delitos hasta 2005. Mindhunter no es en sentido estricto una obra sobre asesinos seriales. A diferencia de, digamos, Hannibal, el programa no presenta a los criminales como villanos estilizados de inteligencia sobrehumana y gusto impecable. Tampoco gira en torno a los rituales preparatorios a los asesinatos o la vida cotidiana de los perpetradores. El interés se centra en el proceso seguido por los investigadores para determinar la lógica asesina y comprender, así sea tangencialmente, por qué el mundo amenaza con caerse en pedazos. El viaje que toman no está exento de riesgos. Cada uno de los tres protagonistas asimila el costo de manera distinta. Si aún no ha visto Mindhunter, se recomienda continuar la lectura con cautela para evitar los temidos spoilers.

Todo espectador es un detective. Presente más del 80% del tiempo en pantalla, Ford funge como el centro empático del programa: es a través de sus ojos y experiencia que la audiencia descubre los laberintos mentales de los homicidas. Ford desdobla un entusiasmo morboso por detectar esquemas y patrones. El éxito temprano lo lleva a bajar la guardia y confundir entusiasmo con arrogancia. Conforme avanza la primera temporada, los paralelismos entre Ford y los asesinos se evidencian con perturbadora claridad. De forma similar a sus entrevistados, el detective parece disfrutar la intimidación femenina (personificada por su novia universitaria Debbie) y el desarrollo de obsesiones fetichistas, como los zapatos con tacones que tanto placer le producen a Brudos. Los paralelismos llegan a un punto límite en el episodio 8, cuando el policía navega por una ruta parecida a la de Monte Ralph Risell, el delincuente que activó su rabia asesina tras descubrir a su novia besándose con otro en el colegio. Perdido en las penumbras de su mente, representadas con inteligencia por un cuarto oscuro donde sólo se pueden escuchar voces, Ford sorprende a Debbie en pleno faje con un compañero de la facultad. El agente no mata a nadie de manera literal, pero sí asesina con goce apenas velado la reputación de un maestro de preprimaria obsesionado con hacerles cosquillas a sus alumnos en los pies. Ford, al igual que el espectador, cobra conciencia de que su sanidad es más frágil de lo que pensaba. Nadie es un simple observador. Bienvenido a ninguna parte.

Tench dista de sobrellevar el trabajo con ligereza. Estresado por el aparente autismo de su hijo adoptivo, el compañero de Ford experimenta una crisis que lo conduce a cuestionar su felicidad doméstica. El examen sistemático de los posibles motivos que llevan a un hombre al paroxismo no le ayudan a procesar la creciente insatisfacción matrimonial. Tench sabe, por ejemplo, que la frustración de un esposo puede provocar fantasías de tortura contra su cónyuge, conocimiento que lo lleva a descartar con razón a un sospechoso en el cuarto episodio:

Cuando estás casado, es un contrato. Hay hijos, una hipoteca, una casa que cuidar. Es como una empresa, sólo que no puedes renunciar ni ella puede despedirte. Las acciones suben y bajan. No importa: estás atrapado, a menos de que quieras llamar a los abogados y abrir la caja de Pandora. El resentimiento aumenta en ambos lados. Mil cortes diminutos. Si ese hombre estuviera movido por la furia del hombre casado, habría torturado a la víctima antes de matarla, y no después. No hay duda en mi mente.

Carr luce como el personaje más maduro del trío. Las apariencias son engañosas. La excatedrática se encuentra en un mezzanine existencial, es decir, en un sitio intermedio que no termina de habitar por completo. Lejos de su entorno natural (la vida universitaria con su pareja), Carr debe conciliar la ambición académica con las necesidades pragmáticas que le demanda el alto mando del FBI. El equilibrio podría venirse abajo en cualquier momento, sobre todo si se toma en cuenta la volatilidad de sus sujetos de estudio. No todos los experimentos son susceptibles de ser desarrollados en situaciones de control. Tal y como sucede con la lata de atún que le deja al gato del edificio, los gusanos pueden emerger en cualquier momento.

 

Además de desempeñarse como coproductor, David Fincher dirige cuatro capítulos de Mindhunter (los primeros dos y el par final). La serie es compatible con su fijación por los asesinos en serie (Seven, Zodiaco, La chica del dragón tatuado), a la vez que funciona como adición a su obsesión temática de siempre: la masculinidad vulnerada. Al igual que los protagonistas de The Fight Club, The Social Network y Gone Girl, los personajes de Mindhunter están aterrados por las mujeres: los asesinos reaccionan con violencia misógina, Tench resiente a su esposa y Holden se relaciona con Debbie a través de mecanismos pasivo agresivos que disfrazan su creciente narcisismo. El cuidado estético de Fincher -la fotografía metálica, la precisión en las composiciones, la edición vertiginosa del cierre de temporada y hasta las tipografías que indican la geografía de cada segmento- inyecta elegancia y fluidez. Asif Kapadia, Tobias Lindholm y Andrew Douglas dirigen con el mismo rigor los otros seis episodios.

En entrevista con Errol Morris para el programa First Person, el doctor Stone cuenta que uno de los problemas que experimentaba en sus años de estudiante era entender cuáles eran las fronteras exactas que dividían a Argentina de Paraguay. Para él, todo era una zona gris, imposible de delimitar con precisión. Así sucede con la mente humana: no importa qué tan segura se sienta de su sanidad, siempre vivirá en Paraguay, a unos cuantos pasos de perder el camino. Una de las hipótesis más plausibles para explicar el súbito incremento de asesinos seriales durante los sesenta concibe al fenómeno como una respuesta al movimiento de emancipación femenina. A final de cuentas, explica Stone, el grueso de los crímenes de este tipo se destaca por su abierta naturaleza sexual. Esta hipótesis no es muy distinta a la que varios analistas formulan respecto a los factores que propiciaron los feminicidios de Ciudad Juárez: el incremento del empleo femenino en las maquiladoras, con la consiguiente emancipación que implicaba esta nueva fuerza de trabajo, contribuyó a activar una resistencia masculina expresada en locura y muerte. Mindhunter aborda de frente esta dinámica al contraponer personajes femeninos poderosos con hombres llenos de dudas y conflictos. El programa captura el espíritu de estos días, caracterizados por múltiples demandas de acoso sexual y la exigencia creciente de una presencia equitativa de la mujer en los círculos de toma de decisiones. Quizá sin proponérselo, Mindhunter terminó siendo una de las series más pertinentes de 2017.

+Mindhunter está disponible en Netflix.

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Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.


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