No ha transcurrido una cuarta parte del siglo XXI y otra vez se han transmitido escenas infernales, esta vez desde Los Ángeles. Entre las decenas de miles de ciudadanos aturdidos que se han visto obligados a evacuar se encuentran los refugiados climáticos más ricos del mundo: magnates de los negocios y estrellas de Hollywood.
La movilidad humana incitada por la crisis climática es un problema planetario que afectará a todos los países. Pero hay grandes desigualdades en cuanto a quiénes son los más afectados y quiénes reciben ayuda: lo vemos tanto en Los Ángeles como en el resto del mundo. Debemos ser honestos sobre la migración climática: es inevitable, dadas las condiciones cada vez más inhabitables en todo el mundo. Debemos gestionarla, en lugar de fingir que podemos detenerla.
A medida que el planeta siga calentándose, los fenómenos extremos serán más frecuentes y graves, sobre todo en los trópicos. En muchas latitudes, los modelos climáticos muestran la expansión de los desiertos por encima de tierras de cultivo, el aumento de la vulnerabilidad de las zonas costeras y los deltas (la ubicación de muchas de las ciudades más grandes del mundo), y un calor mortal que hace la vida insoportable e insegura.
En los últimos años, conforme las temperaturas promedio mundiales han rondado o superado los 1.5 grados Celsius arriba de la media preindustrial, hemos tenido una muestra de lo que está por venir: olas de calor récord con temperaturas superiores a 50 grados Celsius en múltiples continentes; incendios forestales que provocan evacuaciones masivas, desde Canadá a Australia; tormentas e inundaciones que desplazan a miles de personas y destruyen vastas zonas de producción agrícola, desde Pakistán a Grecia; y sequías que paralizan la energía hidroeléctrica y devastan las cosechas, desde Zambia a Costa Rica.
En 2070, más de 3,000 millones de personas podrían encontrarse viviendo fuera del “nicho climático” de la humanidad: el rango de temperaturas que ha sustentado las actividades humanas y al que hemos adaptado nuestra agricultura y civilizaciones durante milenios.
Tú estarás entre ellos, o recibiéndolos.
A medida que los lugares se vuelvan inhabitables, la gente se trasladará a zonas más seguras, al principio dentro de sus propios países y, con el tiempo, a través de los continentes, iniciando una redistribución masiva no solo de personas, sino también de capital, recursos, industria, alimentos y otros tipos de producción. Ningún lugar escapará a los efectos negativos de este mundo más caluroso, aunque en general el norte del planeta será más seguro y podrá adaptarse mejor.
Ya hay millones de desplazados por el clima en todo el mundo. Un ejemplo lo da el campo de refugiados de Dadaab, situado en lo que se ha convertido en un desierto en Kenia. Alberga a más de 300,000 refugiados, en su mayoría mujeres y niños somalíes que huyen de la sequía crónica y el hambre, así como de las devastadoras inundaciones. Estas condiciones extremas no hacen sino exacerbar los conflictos actuales en la región. Más cerca de nosotros, los estudios han demostrado una fuerte correlación entre la sequía durante la temporada de cultivo en Centroamérica y la migración en la frontera estadounidense.
Necesitamos un planteamiento pragmático y coordinado de ciudades, estados, regiones y organismos mundiales.
Hasta ahora, la respuesta de los líderes a esta crisis de desplazamientos ha sido lamentable. En lugar de centrarse en los factores que impulsan la migración –el caos climático, la degradación medioambiental y la pobreza–, se centran en los propios migrantes. Los populistas controlan la narrativa sobre la inmigración, y los partidos moderados y de izquierdas se lo permiten. Los partidos liberales son tímidos y no cuestionan la retórica tóxica con hechos contrastados.
No impediremos que la gente se desplace con declaraciones de odio, deportaciones masivas, construyendo muros o devolviendo barcos. En su lugar, necesitamos un diseño político flexible y progresista que reconozca el nuevo mundo en el que estamos entrando y genere una narrativa nueva, inclusiva y pragmática en torno a la inmigración.
Si queremos que menos personas tengan que emigrar, podemos ayudarles a adaptarse a condiciones más extremas, por ejemplo, reforzando los edificios contra las tormentas y restaurando las llanuras aluviales en las zonas vulnerables donde viven. Y aún podemos hacer mucho para evitar que empeoren las condiciones reduciendo las emisiones globales de carbono.
Para ambos enfoques –adaptación y mitigación– los países ricos deben ayudar financieramente a los países más pobres. Reduciendo la carga de la deuda de las naciones pobres y cumpliendo la promesa de la COP29 de proporcionarles al menos 300,000 millones de dólares anuales para ayudarles a sufragar los costos de adaptación. Pero igual de importante será cambiar el discurso sobre la migración.
Está claro que Donald Trump no es el líder adecuado para implementar este tipo de enfoque pragmático. Pero este es un trabajo para más de cuatro años. Los alcaldes de las ciudades, los líderes comunitarios, los jefes de la industria y el comercio, los sindicatos, los maestros, los médicos, los artistas, todos tenemos un papel que desempeñar para generar el tipo de sociedad que pueda resistir y prosperar a través de la agitación que se avecina.
El miedo tiene un poder corrosivo, pero la compasión da a la gente una historia nacional en la que creer y algo a lo que aspirar. Ese es un mensaje mucho más fuerte y poderoso.
Si la gestionamos bien, la inmigración puede beneficiar tanto a las regiones de acogida como a las personas que se ven obligadas a desplazarse. Por ejemplo, los inmigrantes a los que se permite trabajar aumentan la productividad económica de los países, incluido E. U. En general, la inmigración ha mejorado –y no empeorado– los salarios y las oportunidades laborales de los trabajadores nacidos en Estados Unidos. Los inmigrantes generan, en términos ajustados a la inflación, casi un billón de dólares en impuestos estatales, locales y federales, lo que supone casi 300,000 millones de dólares más de lo que reciben en prestaciones del gobierno, incluidas la asistencia en efectivo, los programas sociales y la educación pública. La inmigración es vital para nuestras economías, especialmente en un momento de descenso de la natalidad.
Una migración bien gestionada requiere inversión financiera en vivienda suficiente, acceso a la sanidad, educación e infraestructuras, así como inversión social en el tipo de sociedad integradora que ayude a prosperar a los nuevos ciudadanos y a los ya existentes. Muchos gobiernos no proporcionan estos servicios básicos a su población actual, por no hablar de los migrantes.
También exige ser francos sobre el alcance de la crisis climática: ¿Cómo será Los Ángeles en 2040? ¿Y en 2060? ¿Cómo serán Bombay, Miami, Shanghái? Significa tomar decisiones difíciles sobre qué lugares apuntalar y cuáles abandonar. Significa optar por reducir radicalmente las emisiones de carbono que están haciendo más peligrosas todas partes, al tiempo que se genera rápidamente electricidad limpia.
Debemos utilizar nuestras herramientas dentro de la sociedad para trabajar más allá de las fronteras, reconocer nuestra humanidad común mientras gestionamos las catástrofes y afrontamos los miedos, restablecer la narrativa en torno a la nacionalidad, generar esperanza y utilizar la compasión como fuerza. ~
Este artículo se publicó originalmente en Zócalo Public Square, una plataforma de ASU Media Enterprise que conecta a las personas con las ideas y entre sí.
Forma parte de Cruce de ideas: Encuentros a través de la traducción, una colaboración entre Letras Libres y ASU Media Enterprise.