Vivimos en la “Revolución de Netflix”. Las empresas de streaming como Netflix y Amazon no solo están cambiando la forma en que el mundo consume películas y contenido de televisión, sino que también están modificando la manera en la que se producen y se distribuyen las películas.
Al mismo tiempo que Roma hace historia por ser el primer largometraje de Netflix nominado al premio Oscar a la mejor película, el gigante del streaming también nos demuestra que su estilo de distribución en línea ya no disminuye (necesariamente) el valor de una película. Sin duda, esto tendrá un impacto profundo en las historias y en las voces que veremos tanto en la pantalla grande como en la pantalla chica en los próximos años.
En muchos aspectos, Roma —la obra cinematográfica de Alfonso Cuarón sobre temas como la identidad mexicana, la política reproductiva, la violencia social, la voluntad de la clase trabajadora y las desigualdades económicas— no encaja en el molde de las películas dirigidas al público general. La película logró introducirse en el mercado cinematográfico estadounidense, que no es nada accesible para las películas no habladas en inglés. En gran parte, la industria está dominada por unas cuantas compañías internacionales que monopolizan las pantallas y que llenan las salas con éxitos de taquilla, franquicias y secuelas.
Cuarón, que no es ajeno a Hollywood, dirigió una película de estas franquicias: Harry Potter y el prisionero de Azkaban, la tercera entrega de estas adaptaciones. Además, el director mexicano ha obtenido el reconocimiento de la industria; por ejemplo, es el primer latinoamericano en recibir el premio de la Academia por su dirección del thriller de ciencia ficción Gravedad. El éxito obtenido, tanto con la crítica como financiero, le permitieron realizar Roma, un proyecto mucho menos comercial: se trata de un relato autobiográfico sobre su crianza de clase media en Ciudad de México durante la década de 1970, que el director venía desarrollando hace bastante tiempo.
Sin embargo, sus anteriores éxitos comerciales y la apertura actual del panorama político no son suficientes para explicar por qué una película en blanco y negro —centrada en la historia real de una empleada doméstica de origen indígena que vivía con sus empleadores, hablada totalmente en español y mixteco y prácticamente sin contexto histórico para los espectadores no mexicanos— fue tan aceptada, mientras que a otras películas similares les cuesta incluso encontrar seguidores de culto, si es que alguna vez son producidas.
No hay duda de que la reputación de Cuarón compensó parte del riesgo financiero que Participant Media asumió al gastar 15 millones de dólares en la producción de una película que suponía de antemano no sería un espectacular éxito de taquilla. (En 2006, la película de habla hispana El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, recaudó 83 millones de dólares en todo el mundo después de haber sido bien recibida por la crítica general, pero fue un caso poco común). Aun así, al no saber si los fanáticos del cine se verían atraídos por Roma, pero “con la intención de que la película se exhibiera en los cines y que, al mismo tiempo, estuviera al alcance de millones de personas,” el CEO de Participant Media, David Linde, y Cuarón buscaron otro camino y aceptaron la oferta que les proponía Netflix de adoptar una estrategia alternativa para el lanzamiento de la película: exhibirla exclusivamente en cines durante tres semanas y luego llevarla a la plataforma de streaming el 14 de diciembre.
Era una gran apuesta. La “ventana” tan corta que proponía Netflix entre la exhibición en cines y su lanzamiento en la plataforma —a diferencia de los períodos habituales de 90 y 120 días para los lanzamientos generales— hizo que muchas de las cadenas de cine más importantes de los Estados Unidos (AMC y Regal) y de México (Cinépolis y Cinemex) se rehusaran a exhibir la película. En cierta medida, la idea de que el mercado en línea absorbería las ventas en los cines podría haber sido verdad. Sin embargo, la película logró proyectarse en más de mil cines alrededor del mundo (incluidos más de 250 en los Estados Unidos y 100 en México). Netflix aún no ha informado cómo le ha ido a la película en su plataforma en los EE. UU., pero sí informó que cerca del 50 por ciento de sus cuentas mexicanas vieron la película, lo que la convierte en la segunda más popular ofrecida por el servicio de streaming en el país.
El éxito de Roma, tanto en los cines como en línea, puede deberse a distintos factores: su extraordinaria composición de pantalla panorámica, la tecnología de sonido Dolby Atmos, la proyección en 70 mm en algunos cines y su gran cantidad de galardones (entre ellos, 10 nominaciones a los premios de la Academia). El éxito del nuevo modelo de lanzamiento de Netflix para Roma demuestra que, al momento de elegir una película, los consumidores quizás ya no quieran diferenciar entre la pantalla grande y la pantalla chica. Pero, ¿qué significa esto para la industria del cine?
Puede que los estudios más importantes de Hollywood todavía dependan de los complejos de exhibición para lanzar sus franquicias megamillonarias. Y también los espectadores dispuestos a pagar una entrada cada vez más costosa podrían contar con estos complejos para disfrutar de una experiencia visual y auditiva envolvente. Pero, por lo menos en el caso de películas sin alto presupuesto, sin una importante productora detrás y sin el claro atractivo masivo del idioma inglés, parece que el modelo de Netflix —con sus planes mensuales de streaming de bajo costo (que, a menudo, se comparan con el precio de una sola entrada al cine) y el amplio catálogo disponible— no disminuye el valor de la película.
Otros ejemplos en la industria, como el acuerdo de A24, el estudio independiente ganador del premio Oscar, de producir una serie de películas para Apple y Disney, o los planes de NBC, Universal y Warner Media para lanzar sus propios servicios de streaming, parecen indicar que este modelo llegó para quedarse.
El éxito de Roma como la primera película de un servicio de streaming en ser nominada a la categoría Mejor Película también es un indicio de otra revolución más allá de lo financiero: el modelo de Netflix podría ser el camino más prometedor para que obras como la de Cuarón tengan la audiencia y el prestigio que merecen.
Esta nueva forma de distribución plantea una experiencia de cine menos “aburguesada”. Y, como dice Cuarón, traerá todo tipo de experiencias cinematográficas: “diversidad en las historias, diversidad de personajes, diversidad de países, diversidad de idiomas [y] diversidad en la forma de ver películas”.
Esto parece proyectar un futuro en el que el valor de las películas no se medirá por la cantidad de espectadores que alcance en su primer fin de semana en taquilla, sino por la cantidad total de espectadores que la película logre conmover.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
es profesor del Programa de Estudios Cinematográficos y de Medios de la Arizona State University.