Never rarely sometimes always en Los Cabos 2020

La ganadora del premio principal en la reciente edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos es un drama en tono cinéma verité que hace una contribución estrictamente cinematográfica al debate sobre la interrupción del embarazo.
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En noviembre pasado coincidieron los dos últimos festivales nacionales cinematográficos del año: la novena emisión del Festival Internacional de Cine de Los Cabos, que se llevó a cabo entre el 11 al 15 de ese mes, y el 35 Festival Internacional de Cine de Guadalajara, pospuesto desde marzo, del día 20 al 27. De este último hay muy poco qué decir: a contracorriente de la mayoría de los festivales fílmicos que se organizaron durante este malhadado 2020, Guadalajara decidió abrir sus puertas en un frustrante y frustrado formato híbrido. Es decir, se organizaron funciones presenciales en las distintas sedes del festival con todas las medidas sanitarias de rigor, pero la sección en línea fue, para efectos prácticos, inexistente. De hecho, las cintas que formaron parte de la competencia nacional no estuvieron disponibles, con la excepción de Los lobos (Kishis, 2019). El resultado significó un claro retroceso en cuanto a la influencia del festival de cine más antiguo de México: fuera de los asistentes in situ, nadie vio nada de nada y, por lo mismo, Guadalajara 2020 pasó de largo.

Lo contrario sucedió con Los Cabos 2020, cuyos organizadores decidieron hacer el festival completamente en línea para cualquier cinéfilo dentro de México que tuviera una conexión a internet. Es verdad que la programación, entre la competencia oficial y las demás secciones, no llegó a los 30 largometrajes, pero también es cierto que la selección –si exceptuamos a la anacrónica Slow movie in between dying (Baydarov, 2020)– fue irreprochable. Las otras seis películas en competencia fueron: Beans (Deer, 2020), una cinta canadiense de maduración femenina; la emotiva autoafirmación queer titulada Cosas que no hacemos (Santamaría, 2020); Off the road (Permar, 2020), una crónica desértico-documental; Shiva baby (Seligman, 2020), una frenética comedia judío-femenina; Summertime (López Estrada, 2020), un vibrante filme poético-musical, y Never rarely sometimes always (2020), drama en tono cinéma verité, tercer largometraje de la directora en ascenso Eliza Hittman que, sin asomo de polémica, ganó con toda justicia el Premio Competencia Los Cabos, que es el más importante.

Con un estilo procedimental que en ningún momento se torna didáctico, la historia se centra en Autumn (Sidney Flanigan) y Skylar (Talia Ryder), dos jovencitas preparatorianas que viajan desde el pueblito de Pensilvania en el que viven hasta Nueva York, pues la primera tiene diez semanas de embarazo y quiere abortar, pero como es menor de edad la ley del estado obliga a que sus padres otorguen el respectivo permiso. Autumn no quiere decirle a sus papás, así que junto con su voluntariosa prima Skylar toma un camión hacia la Gran Manzana.

El guion, que ecribió la propia Hittman, está desprovisto de cualquier información superflua –¿por qué Autumn no confía en sus padres?, ¿de quién se embarazó la silenciosa muchacha?– para concentrarse en las decisiones que toman las dos chamaquitas que deambulan por la ciudad durante un par de días, ya que a Autumn la envían de una clínica a otra, una vez que se descubre que la adolescente no tiene las diez semanas de embarazo que le habían informado en su pueblo, sino 18, por lo que el procedimiento que necesita es mucho más complejo.

La cámara en mano de Hélène Louvart permanece siempre muy cerca de las dos actrices, especialmente del rostro de la protagonista Sidney Flanigan, quien al inicio de la cinta pareciera que nos entrega una interpretación deficiente: sin mostrar emoción alguna, con una mirada que no se fija en ningún lado, con diálogos apenas articulados, uno empieza a creer que a la joven actriz debutante le faltó la preparación debida para encarnar las emociones por las que debería estar pasando Autumn. Sin embargo, cuando llegamos a la escena clave del interrogatorio en la clínica en la que ella abortará –que alude al título original del filme: “nunca”, “raramente”, “a veces”, “siempre”– entendemos que la frustrante impasividad de Autumn es del personaje, no de miss Flanigan. En una toma sostenida sobre el rostro de la joven actriz, vemos cómo, ante cada pregunta sobre su vida sexual que le hace una trabajadora social, la insumergible tranquilidad de Autumn se va hundiendo poco a poco. Es en este momento cuando nos damos cuenta de que la aparente insensibilidad de la muchacha no es más que un acto reflejo de supervivencia, así como lo es, en el otro extremo, el comportamiento alegre y extrovertido de su solidaria prima Skylar. Ninguna de las dos se puede dar el lujo de derrumbarse. Son dos jovencitas en un mundo de hombres.

Aunque es evidente que Hittman está del lado de sus personajes protagónicos y es empática con el predicamento que afronta Autumn, Never rarely sometimes always nunca se desliza hacia el discurso político-ideológico militante. La contribución de Hittman al debate sobre la interrupción del embarazo es estrictamente cinematográfica pero, por eso mismo, sus ideas quedan grabadas en la memoria. ¿Ideas? Mejor dicho, imágenes y sonidos: las manos entrelazadas de Skylar y Autumn en cierta ocasión en que la primera hace un sacrificio por la dos, el rostro de Autumn cuando le hacen el primer ultrasonido, su voz que empieza a quebrarse a medida que avanza el interrogatorio. Dan ganas de pararse del asiento para abrazar a la muchacha. Pero ella no lo aceptaría. No en ese momento. Y menos de parte de un hombre.

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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