Ninfomanía, de Lars von Trier

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En una secuencia de Ninfomanía II, Joe (Charlotte Gainsbourg) recuerda cuando se reunió con dos inmigrantes africanos que harían un “sándwich” con ella. Mientras narra la escena, vemos a los hombres desnudos discutiendo uno frente al otro, mientras ella los escucha sentada sobre la cama (su rostro aburrido, enmarcado por dos penes erectos). Joe no entendía su dialecto pero supo que la pelea era por decidir cuál de los orificios de ella penetraría cada uno. “Uno de ellos –dice– estaba pisoteando los intereses de su hermano negro.” Su interlocutor la interrumpe en seco y le advierte que no debería usar esa palabra. Tras dos horas de escuchar detalles sexuales gráficos, es la primera vez que Seligman (Stellan Skarsgård) se muestra incómodo por el relato de Joe. Ella responde molesta a la corrección: quitarle palabras al lenguaje, dice, “es la forma en que una sociedad demuestra su impotencia ante un problema concreto”. Seligman defiende las medidas de esa sociedad para proteger a las minorías, y ella le contesta que todo se resume en una palabra: hipocresía. Opina que la gente alaba a los que dicen lo correcto pero hacen algo indebido, y se burla de quienes dicen algo incorrecto pero actúan en forma debida. Esta sola escena resume la génesis, la estética y el subtexto de la película, una de las mejores en la carrera del danés Lars von Trier.

Hay quien opina distinto. Basta echarse un clavado en internet para ver cómo Ninfomanía, partes I y II, ha sido llamada pornografía de arte, explosión de violencia sexista y/o una muestra más de la misoginia de Von Trier. Parecería no tener sentido retomar las descalificaciones para defender los aciertos, pero el cine de Lars von Trier suele ser un mensaje en clave a sus críticos habituales. Es el director más reactivo del cine contemporáneo y los ataques a su obra son su materia prima. Como también es de los más rigurosos e imaginativos, devuelve esa materia en forma de fábulas cáusticas, trabajadas al punto de hacerlas pasar por algo muy distinto a un simple contraataque.

Es el caso de Ninfomanía, I y II: la historia de Joe según se la cuenta a Seligman cuando este la lleva a su casa después de encontrarla golpeada en un callejón. A lo largo de una noche, Joe narra su vida desde que tenía dos años hasta el día del ataque. Divide su relato en ocho capítulos, y entre una y otra viñetas Seligman aporta analogías y asociaciones teóricas disparatadas, tomadas de las ciencias, las artes y la religión. Él es un erudito solitario. También se confiesa asexual: no le interesan las mujeres ni los hombres. Además de la lectura y la música le apasiona la llamada “pesca con mosca”. Joe encuentra el hilo conductor de su relato autobiográfico cuando ve en la pared uno de los anzuelos: su coño, le dice a Seligman, es el señuelo que desde niña le ayudó a conseguir lo que quería. “Como las ninfas”, agrega Seligman, refiriéndose a los insectos a punto de ser adultos que se usan como carnada en la pesca con mosca.

Los paralelos que hace Seligman son disparatados y en esa medida geniales (aunque a Joe llega a fastidiarle que, por ejemplo, compare su bloqueo emocional con la paradoja de Zenón). Ella no se queda atrás en la carrera de la imaginación, y provoca que Seligman cuestione la verosimilitud de algunos episodios. Ella le responde: ¿Cómo le sacas más provecho a mi historia: creyéndotela o no?” La pregunta retórica es aplicable a Ninfomanía: sus dos protagonistas son tipos humanos sospechosamente opuestos, algo poco plausible en un drama realista pero adecuado para una alegoría. La ninfómana y el asexual le sirven a Von Trier para hablar de dos grandes grupos humanos: los cínicos/desencantados que sin embargo son vulnerables y los que creen en la bondad nata de los hombres pero tienen problemas a la hora de empatizar. Es fácil adivinar a cuál de los dos se afilia el director.

La escena descrita arriba, en la que Joe llama a la sociedad cobarde por silenciar un problema en vez de solucionarlo, es casi conmovedora por su grado de transparencia. Casi se escucha a Von Trier buscando tener la última palabra en el pleito que precedió la filmación de Ninfomanía. Se remonta a 2009, cuando el jurado ecuménico del festival de Cannes otorgó a su película Anticristo un antipremio por considerarla “la cinta más misógina del autonombrado mejor director del mundo”. El festival, por su parte, consideró que esa mención del jurado era ridícula y la condenó “por casi ser un llamado la censura”. Dos años después, Von Trier concursó ahí con Melancolía y, entrampado por un periodista, se enredó en un mal chiste que acabó con la frase: “soy un nazi”. Esta vez, el festival no defendió la libertad de expresión. Al día siguiente Von Trier fue declarado persona non grata y hasta la fecha tiene prohibido volver a concursar.

No podría explicarse la relación entre lo que pasó en Cannes y el diálogo entre Joe y Seligman sin revelar el final devastador de Ninfomanía II. Basta decir que se refiere a las fachadas de la sociedad, y a lo que pasa cuando alguien que defiende valores abstractos un día se da cuenta de que afectan su posición en el mundo. Ya sea porque amenazan sus posesiones (en el caso de Cannes, la reputación) o porque le impiden obtener algo que desea (en el caso de Seligman, algo que ya se verá).

Por contener relatos enmarcados en uno mayor, Ninfomanía guiña a clásicos como Las mil y una noches, el Decamerón y Los cuentos de Canterbury (mencionados por el propio Seligman). Sin embargo, la voz cantante de Joe –una mujer cuyas trasgresiones sexuales la marginan de la sociedad– emparenta a la protagonista con Justine y Juliette: las célebres heroínas de las novelas que llevan sus nombres, de la pluma escandalosa del Marqués de Sade.

Von Trier no es Sade ni de lejos: es terrible solo en papel y no pasa de torturar psicológicamente a sus actrices. Ninfomanía, sin embargo, es una reelaboración astuta del género libertino: ficciones cuyos personajes atacan las convenciones morales de una sociedad represora con el fin de desenmascararla. Entre tanta descripción minuciosa de cada acto sexual descabellado posible, era fácil perder de vista que el blanco de Sade eran los falsos virtuosos. Como todo provocador, el Marqués era un moralista en guerra contra la hipocresía. Ya no se diga Von Trier.

Joe es una mezcla de Justine y Juliette. La primera era una criatura inocente, sometida toda su vida a torturas sexuales. Aunque Joe parecería ser lo contrario, su primera aparición a cuadro no es precisamente la de una ganadora –incluso el callejón donde yace casi inconsciente evoca los calabozos lúgubres donde los libertinos de Sade encerraban a sus víctimas–. Luego su propio relato la dibuja como una víctima de las demandas de su cuerpo. Con todo, Joe encarna a Juliette, quien, a pesar de ser la hermana de Justine, es su opuesto en todos los sentidos: de pelo castaño en vez de rubia, ojos no azules sino cafés y sin miedo de decir lo que piensa. No es coincidencia que la interprete Gainsbourg, lo más parecido a un álter ego de Von Trier y quien lo ha acompañado en el tipo de proyectos del que otras actrices huyen –se propuso para protagonizar Anticristo cuando Eva Green declinó, y aceptó hacer Ninfomanía aún sin conocer el guion–. Con su cara tosca, cuerpo sin curvas y lejos de ser convencionalmente sexi, Gainsbourg es una elección que habla bien de la integridad de Von Trier: si la tragedia de su ninfómana hubiera sido interpretada por una actriz voluptuosa, habría caído en el doble estándar que ataca.

No parecería posible, pero la perspectiva de Von Trier en Ninfomanía es más pesimista que la de Sade. El argumento filosófico de las novelas del Marqués era negar los sistemas morales para en cambio afirmar que la naturaleza es la última responsable de los comportamientos humanos. Tarde o temprano, sostiene, las personas acaban cediendo a sus impulsos. Von Trier no se conforma con decir justo eso –lo ha hecho en todas sus películas– sino que advierte del peligro que representan los humanistas a ultranza; es decir, la policía fascista de la corrección política. De vuelta al personaje de Seligman, quien reprende a Joe por su lenguaje insensible pero muestra un punto ciego gigante. Hacia el final de Ninfomanía II, su falta de conocimiento de la naturaleza del hombre lo llevará a cometer el acto más cruel de todos los que se han mostrado a lo largo de la película. No es decir poca cosa –y es la medida de la desconfianza que provocan en Von Trier las prédicas de comportamiento del mundo civilizado. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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