Testimonios de talento o de prodigio en la primera parte de la vida de Orson Welles existen por decenas. Su madre prĆ”cticamente lo condenĆ³ a la genialidad. “Casi antes de que aprendiera a hablar –escribe Simon Callow en The road to Xanadu, 1996– le leĆa los Cuentos de Shakespeare de Charles y Mary Lamb.” Poco despuĆ©s las obras de Shakespeare ya sin filtro. En su casa, la clave era no volverse un niƱo aburrido. “A los niƱos los trataban como adultos –escribiĆ³ el propio Welles muchos aƱos despuĆ©s– siempre y cuando fueran entretenidos.” Si no: a la guarderĆa. El pequeƱo Orson se dedicĆ³ a adquirir y dominar cualquier habilidad que le fuera requerida. La dicciĆ³n y el discurso articulado, por ejemplo. Un mĆ©dico lo visitĆ³ cuando tenĆa aƱo y medio; Orson, mĆ”s redondo que alargado, de cejas mĆ³viles y una voz ya llamativa, lo recibiĆ³ con esta idea: “El deseo de estudiar medicina es uno de los grandes rasgos que separan al hombre de los animales.” (El impresionadĆsimo mĆ©dico, Maurice Abraham Bernstein, terminarĆa siendo su tutor.)
Orson pintaba, escribĆa, actuaba. Hay un recorte de periĆ³dico que lo muestra cachetĆ³n, con cejas finas en ascenso y un flequillo diagonal, adulto. Sobre la foto, este encabezado: “Caricaturista, poeta y actor; de apenas diez aƱos” (The Capital Times, 19 de febrero de 1926). TambiĆ©n, por la fuerza, tocaba el piano. Una vez, “enloquecido por la interminable repeticiĆ³n de escalas”, se trepĆ³ al balcĆ³n del tercer piso del hotel en que se estaba quedando con su madre (el Ritz en ParĆs) y amenazĆ³ con lanzarse. Su infancia –dijo alguna vez– “fue una prisiĆ³n, una pestilente desventaja de la que jurĆ© curarme”. La infancia pesĆ³ sobre Ć©l con el peso del mundo.
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Escritor. Autor de los cĆ³mics Gabriel en su laberinto y Una gran chica (2012)