Hay muchas convenciones en el horror documental. La primera es el desastre inevitable que alcanzará a todos sus protagonistas. Ejemplos sobran: todos los protagonistas muertos de Cannibal Holocaust, Blair Witch Project, Paranormal Activity, REC yCloverfield están allí para contarlo. Nadie quedará a salvo del apocalipsis cuando éste sea filmado con un iPhone en manos nerviosas.
No basta con que un filme de horror intente el truco ya probado de colocar la cámara al hombro de uno de sus protagonistas y que éste filme sin cesar todo lo que suceda. Debe haber algo más: Cannibal Holocaust tenía el gore y el shock inigualable de todo lo que estaba pasando en la selva amazónica. No obstante, la sensación de realidad dura poquísimo: ¿quién puede pasar más de treinta minutos de un metraje de cualquier filme de horror documental sin saber positivamente que esto es ficción? Así, podríamos poner sobre la mesa el argumento de la pretendida cotidianeidad para justificar la efectividad de los buenos filmes del género, pero sería tomar el camino más fácil. Pongo un ejemplo clarísimo de lo anterior: REC, la cinta original de Balagueró y Plaza, funciona en todo momento. Convierte en verosímil la historia de un montón de individuos atrapados en un edificio donde algo extraño pasa – este algo es una infección que convierte en violentísimos zombis a la mayoría de los residentes del edificio. Nos asusta. No obstante, REC 2, de los mismos autores, filmado bajo el mismo método, en las mismas locaciones y con prácticamente la misma premisa, no funciona. La primera entrega es, pese a toda su narrativa con pretensiones híper modernas, una muestra evidente de un filme correctamente construido bajo la estructura clásica de tres actos perfectamente desarrollados. REC 2 no lo es: su guión se vuelve confuso, y comete uno de los peores errores del cine de horror: explicar al monstruo, lo que hay detrás de él, justificarlo. Peor aún: entenderlo.
Cloverfield, sin ser precisamente cine de horror – es más bien un entusiasta kaiju eiga para el siglo XXI -, sigue al pie de la letra las reglas, con un añadido importante: contextualiza el horror, el miedo, la destrucción, dentro del derrumbe emocional de sus protagonistas. Los demás ingredientes del horror documental también están allí. Cámara tambaleante, gritos desaforados, un monstruo que se intuye más allá de la mitad del filme. Por supuesto, no hay necesidad de explicar que es un ser que emerge de las profundidades marinas por la razón que sea. Lo importante es que está destruyendo todos los kilómetros de Manhattan que existen entre el protagonista y el amor de su vida (y esto, por supuesto, es mucho más trágico que lo que sea que esté devastando New York).
Hay una línea cronológica dentro del género que indica su tenue pero perceptible evolución. El horror documental es hijo clarísimo de un clásico subgénero literario – el manuscrito encontrado, que tiene entre sus exponentes a ‘La narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket’, prácticamente un filme de horror documental que se podría incluir en nuestra posmodernidad sin ningún problema -, pero su primer muestra, la citadaCannibal Holocaust, apeló más a lo grotesco que a lo psicológico – dos elementos ya presentes en ‘Arthur Gordon Pym’. El subgénero, no obstante, comenzó de forma bastante burda con Cannibal Holocaust: el desarrollo posterior no comienza sino hasta casi veinte años después (hay un par de cintas en el camino, Man Bites Dog y 84C MoPic, que no se ocupan del género desde la vertiente del horror), con Alien Abduction: Incident in Lake County – premisa interesantísima con un lamentable desarrollo actoral que termina dando al traste con cualquier otra intención del filme – y The Blair Witch Project, que se convirtió en un fenómeno mundial que no es necesario comentar. La empatía con los personajes, presente desde los inicios del cine de horror, no estaba a nivel subgénero establecida como una regla general (una nota al calce aquí sería el cortometraje Domingo, de Nacho Vigalondo: breve obra donde al final no interesa que se esté filmando un avistamiento de una nave extraterrestre, sino la discusión que mantienen los dos protagonistas, a quienes apenas vemos en escena). Quizá sea porque el horror documental está fuertemente ligado al film snuff y éste, a su vez, al gore y al cine extremo, donde el desarrollo de personajes es prácticamente nulo: lo único que importa son los litros de sangre que se puedan ver en pantalla. No obstante, esta misma línea que se puede trazar de Cannibal Holocaust a Blair Witch Project, con Alien Abduction en el ínterin, comienza a dar signos de evolución rápidamente. Siguiendo este rastreo se encuentran Cloverfield,Diary of the Dead (que es George A. Romero en la atmósfera de MySpace) y las dos grandes entregas de Paranormal Activity, la segunda, quizá, el punto más alto del concepto: elimina de forma casi total al camarógrafo, amateur o no, y lo sustituye por el video de un circuito cerrado de televisión.
Pese a todo, da la impresión de que el género va de regreso a sus inicios más simplones: algo así nos indica el trailer de Grim Night,que parece sujetarse a ciertas convenciones del subgénero, y eso ha demostrado la decepcionante Grave Encounters, de este año. El asunto, quizá, sea una respuesta a los tiempos que vivimos: documentar el horror más burdo parece casi una necesidad.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.